El Mazda MX-5 y el Toyota GT86 no compiten entre ellos en los concesionarios, pero sí lo hacen en las conversaciones de bar, en las rutas de montaña del domingo y en los foros donde se discute qué es conducir de verdad. Ambos representan la resistencia frente a un mercado entregado a los SUV, a las pantallas y al aislamiento acústico. En lugar de envolverte en silencio y asistentes electrónicos, estos dos deportivos compactos te recuerdan que al volante, el protagonista deberías ser tú. No son coches para ir de punto A a punto B, sino para preguntarte si el punto A puede alargarse un rato más antes de llegar al B.
Aunque se les meta en el mismo saco, lo cierto es que cada uno viene de una tradición distinta y se nota distinto. El MX-5 apuesta por la ligereza extrema, la sencillez mecánica y esa sensación de libertad que solo puede darte un roadster bien parido. El GT86, por su parte, se toma más en serio el reto de conducir. Su configuración de cupé con motor bóxer y centro de gravedad bajísimo no está pensada para paseos suaves al atardecer, sino para provocar al conductor y comprobar si es digno de él.
Lo curioso es que, partiendo de filosofías tan dispares, ambos han terminado generando un seguimiento parecido. Hay algo casi romántico en ver a estos dos coches resistir, como si fueran los últimos samuráis de una época en la que la conducción tenía algo de ritual. No están pensados para todos los públicos, y quizá por eso gustan tanto. Si buscas que el coche haga el trabajo por ti, entonces lo mejor es que te busques un buen SUV híbrido. Aquí se viene a conducir, no a ser transportado.
La discusión no es cuál es mejor, sino cuál encaja mejor contigo, porque el que elige un MX-5 o un GT86 ya sabe lo que quiere. No necesita convencer a nadie, ni colgarle al coche la etiqueta de “deportivo asequible”. Lo que quiere es que cada curva tenga sentido. Y para eso, ambos coches valen su peso en oro… aunque, por suerte, pesen bastante poco.

El MX-5: la ligereza no es negociable
El Mazda MX-5 ha sido una bofetada amable a la tendencia creciente de complicarlo todo desde que apareció en 1989. Su receta es tan sencilla que parece mentira que siga funcionando: motor delantero, tracción trasera, peso pluma y techo de lona. Ni turbos, ni modos de conducción, ni pantallas que parezcan salidas de una nave espacial. Solo lo justo y necesario para salir a carretera abierta y volver con una sonrisa idiota en la cara. Básicamente, un kart.
La filosofía “Jinba Ittai” no es solo una frase bonita en japonés, sino que se traduce en algo así como “la unión entre el jinete y el caballo”. En el MX-5 se traduce en una dirección directa, un cambio que entra como cuchillo caliente en mantequilla y un chasis que se deja leer como un libro abierto. Está todo pensado para que sientas cada movimiento, cada cambio de peso, cada pequeño matiz del asfalto. Es un coche que te habla constantemente, pero en un tono amable, casi didáctico.
No busca ponerte a prueba ni a sacarte los riñones. De hecho, es un coche que perdona. Puedes entrar pasado en una curva y, salvo catástrofe, saldrás con un pequeño aviso, no con una bronca. Esto lo hace ideal para quienes se están iniciando en el mundo de la conducción deportiva, pero también para los que ya han probado de todo y buscan algo que simplemente proporcione un paseo agradable fuera del circuito.
Hay quien dice que el MX-5 no tiene suficiente potencia, pero eso es como quejarse de que un kart no tiene maletero. El coche no está pensado para cronos, sino para sensaciones en carreteras sinuosas. Acelera lo justo, frena lo necesario y gira como si leyera tu mente. Es, en definitiva, y salvo sus versiones más salvajes, un coche pensado para ver el paisaje sin dormirte.

El GT86: el arte de la doma
Si el MX-5 es el roadster amistoso que te invita a jugar, el Toyota GT86 es el cupé que te mira serio y te exige respeto. Este coche se propuso devolver el control al conductor desde que se lanzó allá por 2012. El que avisa no es traidor: lo que hagas con el volante y el pedal del gas tiene consecuencias, y si metes la pata, lo notarás. Es un coche que enseña a conducir, a base de exigirte concentración y precisión.
La colaboración con Subaru se nota en su alma mecánica: un bóxer atmosférico de dos litros (típico Subaru), tracción trasera y una distribución de pesos medida al gramo. No está hecho para ganar carreras en línea recta, sino para bailar en tramos revirados. Su potencia no impresiona en ficha técnica, pero la manera en que la entrega, cómo permite jugar con el gas a medio giro o modular una derrapada, lo hace mucho más interesante que muchos turboalimentados de cifras infladas.
El paso al GR86 en 2021 trajo una buena subida de potencia (ahora hasta 228 CV), pero el espíritu sigue siendo el mismo. Sigue sin gustarle que entres a cuchillo, sigue premiando la suavidad y la anticipación, y sigue siendo uno de los coches más neutros que puedes llevar por una carretera de montaña. Eso sí, si vas como un elefante en cacharrería, no esperes que te aplauda.
Frente al carácter juguetón del Mazda, el GT86 es más serio, más técnico, incluso más frío en ciertos momentos, pero cuando todo encaja, cuando pillas el ritmo y el coche empieza a responder como quieres, el resultado es adictivo. No es el coche que más perdona, pero sí el que más recompensa cuando haces las cosas bien.

Dos caminos, una misma meta: disfrutar
Hay un hilo común que une al MX-5 y al GT86 a pesar de sus diferencias, y es que ambos fueron diseñados con la diversión como prioridad. No llevan el apellido por postureo ni han sido creados para justificar el salario de un comité de marketing despistado. Estos coches existen porque a alguien, en algún despacho de Japón, todavía le importaba que conducir fuera algo más que desplazarse.
No persiguen la eficiencia y no te dan botones, sino sensaciones, y no se preocupan tanto por el 0 a 100, pero sí por lo que pasa entre la segunda y la tercera marcha en una curva cerrada. Ahora que muchos fabricantes venden televisiones con ruedas, estos dos siguen vendiendo experiencias reales, con neumáticos que chirrían y cambios que se notan en la mano.
También comparten algo poco común hoy en día: son accesibles. No tanto en precio, que con la inflación ya no son chollos, pero sí en planteamiento. Puedes usarlos en el día a día, llevarlos a circuito, meterles mano con modificaciones y, sobre todo, entenderlos sin necesidad de haber leído cien foros de ingeniería. Son coches sinceros, sin pretensiones, sin más humo que el de los neumáticos.
Son todos esos detalles los que les han dado una base de fans leales, gente que simplemente disfruta conduciendo, que organiza rutas, que comparte piezas, que celebra cada nueva generación como un milagro más en una industria que los ignora. En el fondo, todos sabemos que el MX-5 y el GT86 no deberían seguir existiendo en un mundo racional. Pero ahí están. Y mientras lo estén, aún hay esperanza.
La vida es muy corta para conducir coches sin alma.
Jose Manuel Miana
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