A subasta el “Moulin Rouge” de los hot-rod de Ford

A subasta el “Moulin Rouge” de los hot-rod de Ford

Un ejemplar de la era dorada de este tipo de coches, invaluable por pasado y presente aunque tenga precio estimado


Tiempo de lectura: 6 min.

Para que entiendan el peso de este coche que figura a la venta en el sitio web de la casa Mecum Auctions, comenzaré diciendo que aquel que lo adquiera se llevará a su cochera un menudo pedazo de idiosincrasia americana. En segunda instancia, agregaré que estamos en presencia de un hot-rod construido en la era dorada de este tipo de vehículos. Una completa reliquia hoy, en tiempos en que uno puede visitar el SEMA Show de Las Vegas todos los años y encontrarse con ejemplares relativamente jóvenes.

En un tercer orden –notarán cómo estoy yendo de lo menos a lo más notable y específico–, a este Ford Coupé la reputación le precede. Su pasado, su historial, su fama adquirida en sus días de gloria, hacen que hoy sea, más que una pieza de colección, una obra maestra de lo más preciada que es deber nuestro tratarla como tal. Según se anuncia, se espera que se oferte por ella entre 100.000 y 125.000 dólares, pero no me caben dudas de su condición de invaluable, porque no se trata de un coche más: podrá definírselo de distintas maneras, pero ante todo es un exponente cultural. Ha reunido méritos para serlo.

Variados condimentos rodean a este Ford que va camino a cumplir su primer centenario desde su salida de fábrica. Algunos ya los adelanté, mientras que otros tienen que ver con su composición mecánica, su equipamiento y su revestimiento interior. Al respecto, no es necesario apelar al misterio. Es cuestión de prestar atención a las fotos que muestran el excelente estado en que se encuentra, incluyendo su habitáculo –en especial su habitáculo– para entender por qué titulo como titulo, por qué el Moulin Rouge de los hot-rod americanos.

Ford Bill Breece Coupé (3)

La conversión del Ford Bill Breece Coupé 1932

Modelo 1932, este Ford Coupé debió esperar más de dos décadas para nacer realmente, para dar con su verdadera identidad, la que lo ha catapultado a la posteridad. Si por esas casualidades la vida te lleva a conocer en persona este clásico y te dicen su nombre, debes saber que automáticamente habrá una historia que escuchar, que hay bastante de mito y leyenda detrás, que adentrarse en su gestación y en el contexto de su gestación resulta tan imprescindible como su faceta de estrella y sus retoques posteriores para comprender su valor simbólico real.

Para mediados de la década de 1950, el hot-rodding, tras sus orígenes a finales de los años treinta y con el sur californiano como punto de partida hacia su inevitable popularidad, ya era un movimiento establecido y esparcido por todo Estados Unidos. Ubiquemos en ese punto del tiempo a este dos puertas, el Ford Bill Breece Coupe 1932. Su nombre, decía. Nada menos que el padre de la criatura. Hace ya unos 70 años que, con 19 años, el joven Bill Breece introdujo desde su cochera en Ohio este ejemplar al mundo de los hot-rod.

Tal parece que el entusiasta norteamericano entendió en profundidad de qué iba esa cultura en auge, pues las modificaciones no se limitaron al cambio de motor. Por ejemplo, le alteró la postura cortando el techo y reduciéndolo unas tres pulgadas. Claro que al mismo tiempo había que atender al refinamiento intrínseco, por lo cual una de las personalizaciones del joven Breece fue agregar biseles en la zaga y, sobre éstos, un par de pilotos tomados de un Pontiac 1950.

Afuera el motor original V8 Flathead, adentro un V8 Oldsmobile 303. Válvulas, culatas, carburadores… todo mejorado para un mayor rendimiento. Las carreras de aceleración y las exhibiciones esperaban. Sobre aquel V8 elegido, Bill tomó dos decisiones. Una a tono con el movimiento y la costumbre que hoy persiste de dejar el motor al descubierto. La otra la ejecutó apuntando a los detalles técnicos que hacían al elevado rendimiento: el Oldsmobile no se montó en el lugar exacto en que Ford había instalado el Flathead, sino que se reubicó lo más atrás posible para mejorar la distribución de peso.

Ford Bill Breece Coupé (4)

Toda una celebridad de la comunidad Hot-rod

¿Recibió de parte de Breece componentes de marcas ajenas además del motor y las luces traseras? Sí, en la suspensión. En algún momento en que creyó oportunas nuevas modificaciones, entre las destacadas se recuerda la del agregado de una suspensión del Jaguar E-Type. El producto supo ser internacional en ese sentido. En cuanto a la acción, el Ford Bill Breece Coupé se desempeñó primero a nivel local y luego en exhibiciones en el marco de las carreras de aceleración de la National Hot Rod Association, como la de Kansas del ’55, en la que ganó en su categoría.

Carreras y exhibición, exhibición y fama, aunque una fama efímera. Los Ángeles estaba en su mapa y en el Motorama, exposición de tradición ya en aquella década de 1950, volvió a ganar en una de sus clases. Sin embargo, su consagración, la que de alguna manera resume esa fama fugaz, se consumó cuando en la edición de agosto de 1956 de la revista Hot Rod el joven Bill y su Ford Coupé de tres ventanas salieron en la portada. Allí, sonriente y orgulloso, un Breece que emanaba la estética pura de los años cincuenta apareció sentado con la puerta suicida de conductor abierta y algo del tapizado asomando.

Una sesión de fotos que retrató un tiempo que ya no existe, un Ford Bill Breece Coupé que ya no es aquel, pues ese tapizado bitono entre rosa y blanco iba a reemplazarse para nunca más volver. Bajo propietarios posteriores, este ejemplar de culto recibió la combinación de acabados que al día de hoy conserva. Por fuera, nada de esas llamas prendiendo fuego la carrocería al mejor estilo hot-rod/Hot-Wheels. Lejos de ello, el exterior mezcla un dominante rojo granate con un contraste secundario de negro y plateado. Por dentro, el rojo intenso absoluto que ya les mencioné.

Ford Bill Breece Coupé (4)

Su motor Chevrolet para terminar el trabajo

Aunque la mecánica también se vio sometida a cambios. Vaya que este Ford ha conocido una variada gama de motores americanos. Del V8 Flathead de la Ford Motor Company al ocho cilindros Oldsmobile, para finalmente desembocar en el definitivo, el que se encuentra actualmente debajo del capó: un V8 502 de Chevrolet instalado por el mismo dueño que cambió dicha apariencia exterior e interior. Esto sucedió en la década de 1980 y lo curioso radica, según narra Mecum en su reseña de presentación, en el hecho de que aquel dueño, de apellido Stimac, no estaba al tanto de que se trataba del Ford Bill Breece cuando lo obtuvo a cambio de su sedán.

No se especifica, pero suponemos que la selección del V8 502 de la General Motors no fue producto de su ocurrencia, sino de la búsqueda por acabar el trabajo que el propio Bill había dejado a medias. Antes de deshacerse de su Ford, Breece tenía en mente actualizar su preciado coche con un V8 Chevrolet big-block.

Les había adelantado que este Ford Coupé 1932 esconde una serie de condimentos que van mucho más allá de lo material. Tal es así que, años antes de morir –en 1993 para ser exacto–, cuenta la leyenda que Bill Breece volvió a ver ese Ford que lo había acompañado durante gran parte de su vida, aquella vez en el evento Goodguys National, en Columbus, Ohio.

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Mauro Blanco

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