Hay días en los que te cruzas con algo que te pone de buen humor. A mí me pasó hace poco, sin esperarlo. No fue en un garaje oculto ni en un evento de supercoches, sino en forma de anuncio de subasta, de esos que uno hojea por inercia, hasta que, ¡zas!, se topa con una barbaridad. Un BMW M1. Rojo. Procar. De calle. Con pedigree de estrella del pop ochentero. El tipo de hallazgo que te obliga a dejar el café, echar el freno y quedarte mirándolo como si acabaras de ver un unicornio con matrícula alemana.
No es para menos. Este M1 fue entregado nuevo al productor musical Frank Farian, el mismo que estuvo detrás de Boney M., Milli Vanilli y algún que otro hit que aún tarareas sin darte cuenta. El tipo vendió más discos que unidades fabricó BMW M. ¿Casualidad? Lo dudo. Porque si vas a tener un M1, mejor hacerlo como lo hizo él: con la carrocería modificada según especificaciones Procar, ese campeonato salvaje donde los pilotos de F1 se daban cera con estos coches antes de las carreras oficiales. Alas, aletines, llantas BBS y presencia para llenar una avenida entera.
De estrella del pop a estrella de los circuitos (visualmente hablando)
El coche fue modificado en su día (se cree que por BMW Motorsport) para parecerse a los M1 Procar que volaban bajo en los circuitos a finales de los 70. No estamos hablando de un simple kit estético barato: hablamos de un trabajo serio con aletines sobredimensionados, un splitter delantero que parece una cuchilla de cortar jamón y un alerón trasero digno de Spa-Francorchamps. Todo ello coronado por unas BBS RS de 16 pulgadas que, sinceramente, le quedan como un guante de cuero a una diva del soul.
Y ya que estamos con las divas, este M1 también canta. No por el escape, que eso ya lo hace bien de fábrica, sino por el interior. Farian, como buen hombre de estudio, le metió un sistema de sonido con más botonería que la cabina de un Concorde: Becker Mexico, ecualizador Clarion, altavoces extra… vamos, que podías escuchar tu propio éxito mientras hacías rugir el seis cilindros en línea como si fuera la guitarra de Van Halen. Y todo ello con los asientos tapizados en cuero hasta el techo. Pura decadencia bávara.

Lo mejor de este coche no es solo cómo suena, ni cómo se ve, sino que ha vivido una historia. No es uno de esos M1 con 3.000 kilómetros guardado en burbujas de plástico y mirado con guantes de seda. Este lleva casi 91.000 kilómetros encima, y se nota que los ha recorrido con estilo. Después de su etapa con Farian, pasó por manos de su empleado, luego viajó a Bélgica, volvió a Alemania, cruzó el Canal de la Mancha para lucirse en el Salon Privé y terminó en Suecia, donde lo han mimado como a un Stradivarius.
Allí le han hecho de todo: restauración completa de carrocería (en su rojo original, claro), revisión de cadena de distribución, frenos, transmisión, inyección… hasta neumáticos nuevos. Y no unos cualquiera: Michelin Pilot Sport. Porque cuando llevas un coche así, hasta los zapatos tienen que estar a la altura. Hoy está listo para lo que venga: otra subasta, otro coleccionista, o con suerte, alguien que entienda lo que lleva entre manos y lo saque a pasear como se merece. Porque esto no es una estatua: es una máquina viva.
El M1: el golpe en la mesa de BMW M
Este coche es mucho más que un capricho. Es historia con matrícula. El M1 fue el primer y único BMW de motor central hasta la llegada del i8, y aun así ninguno ha tenido su carácter. Nació para homologar la versión de carreras, pero la burocracia, el caos logístico y las prisas hicieron que solo se fabricaran 453 unidades de calle. Este, además, es uno de los 71 pintados en rojo de fábrica. Y por si fuera poco, lleva su motor original, con número a juego. Pocas veces se alinean tantos astros en un coche.
Es, sin duda, uno de los proyectos más icónicos de la división M. Antes de los M3, antes de los M5 que iban como aviones por la autobahn, estaba el M1. Motor 3.5 atmosférico firmado por Paul Rosche, chasis a medio camino entre Lamborghini y BMW, diseño de Giugiaro… y esa silueta afilada que sigue pareciendo rápida aunque esté parada. Un coche hecho sin concesiones, cuando la ingeniería importaba más que el marketing, y eso se nota.

Jose Manuel Miana
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