¿Cómo explicarle a alguien que no es del riñón de los coches, menos aún conocedor de modelos fabricados hace 50 años y mucho menos del mundo del tuning, que el Pontiac Firebird Trans Am que se ve en estas imágenes no es un deportivo –de configuración 2+2, dos asientos adelante, dos asientos atrás, eso sí– al que su dueño, en un estado de indisimulable abstinencia de personalización, atestó de ominosas calcomanías? En los años setenta podías recibir tu coche en estas condiciones y de parte de la propia marca.
¿Dónde podría conseguirse un vehículo de fábrica de este tipo que no fuese en los Estados Unidos? Me pregunto, siendo esclavo de los estereotipos culturales, si en Japón, tal vez. Hay Salones de Automóviles y Salones de Automóviles, y el de Chicago de 1974 fue una de las tantas pruebas de lo que representa un coche en Norteamérica, donde es, ante todo, un espectáculo. Sobran las palabras cuando vemos fotos de la exhibición Lincoln-Mercury presentando su Cougar con un puma encadenado llamado Chauncey sobre el capó y su cachorro, Christopher, preguntándose qué está pasando desde lo alto del techo.
A pocos metros, un Pontiac Firebird monta su propio espectáculo, destacano entre cupés y hardtops intocables. No es uno más, sino un concept car. Sobre el neumático Goodyear Steelgard de su rueda trasera derecha, un cartel informativo reza Pontiac Trans Am, el Firebird definitivo. Todavía es temprano para que derive en la versión para el cliente, pero se han sentado las bases. El presentado en este Chicago ’74 es el resultado del que comenzó a prepararse un año atrás, un Trans Am Super Duty al que se lo vistió de un peculiar black & gold.
La mixtura entre calcomanías y detalles dorados sobre pintura negra brillante resultó convincente, lo suficiente como para trasladarla a una propuesta de edición especial. Esa propuesta se concretó en 1976, cuando se fabricaron 2590 unidades del
Pontiac Firebird Trans Am Y82 Special Edition: 2161 con el motor V8 400 de caja automática y 429 con el V8 de 455 pulgadas cúbicas conectado a una manual de cuatro velocidades. Hoy,
un Trans Am 455 adquiere un valor especial, pues marcó a fuego la segunda generación y su producción finalizó ese mismo ’76, debido a las regulaciones sobre las emisiones de la década.
Los hubo con y sin configuración de techo T-Top –dos paneles divididos por una barra longitudinal–, que en este coche, donde no se ajustaba adecuadamente, no funcionó tan bien como en otros. Lo que no faltó en ninguno de los casos fue el pájaro en llamas sobre el capó, toda una insignia con la que la segunda generación se identifica. Fue esa la marca registrada de esta combinación entre la capa exterior Starlight Black y los detalles dorados que iban más allá de las calcomanías, pues resaltaban en los faros, los guardabarros, el paragolpes, la calandra y las llantas más que en cualquier otra sección de la carrocería.
Puertas adentro, el dorado se expandía, principalmente a los tres radios del volante y el salpicadero, que vaya si encandilaba. Fue más allá de la versión del Y82 de 1976 este paquete negro y dorado, ya que su éxito le garantizó la continuidad hasta el final de esta generación en 1981. Incluso los detalles dorados podían aplicarse sobre otros colores de carrocería. ¿Cómo explicarle a alguien que no es del riñón de los coches, entonces, que lo que se ve no es una unidad personalizada? Pues, alguna vez, Pontiac se atrevió a ser un taller de tuning.
Mauro Blanco
Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.COMENTARIOS