Ni las modas o los caprichos atienden a la lógica, por lo que justificar su compra es muchas veces innecesario. Si además se trata de un SUV, la polémica está servida entre los aficionados al motor, y aunque no es esta mi intención, reconozco que me considero casi un fan del Toyota RAV4 2.0 3 puertas.
Objetivamente no tiene nada que le hiciera preferible en campo a un 4×4 puro como podía ser el Suzuki Vitara, ni tampoco ventajas frente a un compacto de precio o potencia equivalente si lo que queríamos era usarlo en asfalto. Sin embargo, ambos aspectos se combinaban con cierta maestría, aportando el plus de de un diseño diferenciador, comenzando por su desenvoltura en carretera, la estabilidad y el aplomo estaban conseguidos teniendo en cuenta que era un coche alto (1,68 metros) y de corta distancia entre ejes (2,28 m).
Sin embargo, permitía mantener cruceros que para el Vitara eran impensables. El motor 2.0, una de las joyas de Toyota por entonces, respondía de manera inmediata, subiendo de vueltas con un sonido que nada tenía que envidiar al de cualquier compacto sin tintes de espíritu RACER.
Obviamente corría menos que turismos de potencia similar, pero las cifras no eran desalentadoras: 185 kilómetros por hora de velocidad máxima, 0 a 100 km/h en 10,6 segundos, y una aceleración en los primeros 1.000 metros de menos de 32 segundos. Eso sí, había que asumir que el consumo iba en consonancia, con medias cercanas a los 10 litros sin hacer demasiado el salvaje.
Tampoco era un coche práctico, pero quien lo compraba lo sabía. En las plazas delanteras no había problema para que dos adultos viajaran con total confort sin rozarse los codos, mientras que los ocupantes de los asientos traseros contaban con la posibilidad de deslizarlos para ganar algo de espacio. El acceso no era malo del todo porque las puertas resultaban enormes. Ahora bien, el maletero, y a pesar de que el RAV4 había crecido 10 centímetros con respecto a su antecesor, era casi testimonial.
En cuanto al uso en campo, el RAV4 2.0 estaba asociado a la tracción 4×4, y aunque se había perdido el bloqueo del diferencial trasero, contaba con el sistema Torsen, menos eficaz fuera del asfalto, pero mejor para circular sobre él. No había problemas en sus cotas 4×4 en cuanto a ángulos de salida o ataque, mientras que la distancia libre al suelo se quedaba en 18 centímetros. Ideal para circular por pistas, si bien en terrenos rotos los exagerados neumáticos en medida 235/60 con llantas de 16 pulgadas le limitaban de alguna manera.
Claro que la principal limitación de este modelo en particular era su precio. No en términos absolutos, pero había que valorar si realmente compensaba gastarse 4 millones de pesetas de entonces (24.000 euros sin ajustar inflación) en un coche tan poco práctico atendiendo a su habitabilidad o maletero con el que además nos quedaríamos atrás en rutas offroad. Para ponerlo en contexto, costaba más o menos lo mismo que un Golf GTI y un Frontera Sport 2.2.
Podría decirse que el RAV4 con carrocería corta era un coche de capricho como tantos otros que conocimos a principios de siglo, pero con forma de SUV en vez del aire retro de, por ejemplo, un MINI o un Volkswagen New Beetle. Con todo, tuvo imitadores como el Mitsubishi Montero iO, el Kia Sportage 3 puertas o el Honda HR-V, pero se distanció de ellos con la llegada de un motor Diesel, que ninguno llegó a ofrecer, convirtiéndose así en una compra un poco más racional si es que su concepto podía ir ligado a dicho término.
Y como las modas son pasajeras, pocos coches hay hoy en día como este RAV4 3 puertas.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.Salvo por el diseño del salpicadero, me quedo con el de primera generacion