El Subaru Impreza 1.8 GL 4WD no era la opción más prestacional de la gama, es más, se le llegó a considerar desde la prensa como un vehículo modesto en algunos detalles a pesar de tener un precio de 2.900.000 pesetas allá por los años 90 –unos 17.430 euros sin IPC–. Por ese dinero, se podía optar a coches más potentes y mejor equipados, aunque solo con dos ruedas motrices.
Hablar de Subaru es hablar del Impreza, al menos para los amantes de los rallies y de los coches deportivos. Y en parte, no les falta razón, durante años, el Impreza era la viva imagen de Subaru, aunque poco a poco ha decaído y el modelo, desde hace tiempo, apenas presenta una pizca de pasión.
En la década de los 90, el Subaru Impreza, en realidad, podría haber sido un modelo “del montón”, si no fuera por ciertas características, como su motor boxer y su sistema de tracción total. No había nada similar en el mercado, aunque eso le llevaba a ser una “cosa rara”, que además era cara y más lenta que sus principales rivales. Más lenta, claro está, en sus versiones más normales.
Su diseño era algo soso, tanto en su exterior como en su interior, al tiempo que el motor no tenía el carácter que se podría esperar
Cuando el modelo llegó a España, lo hizo con una aureola de deportividad en rallies gracias, entre otras cosas, a lo que se decía en la prensa sobre su versión destinada al campeonato mundial, el Impreza WRX STi. Quizá por eso, las versiones más modestas decepcionaron un poco, sobre todo porque se ofrecían con un solo propulsor.
El Subaru Impreza 1.8 GL 4WD tenía un motor que, a todas luces, se quedaba muy corto. Era un cuatro cilindros boxer con culata y bloque de aleación, cuatro válvulas por cilindro y un solo árbol de levas por bancada. Desplazaba 1.820 centímetros cúbicos y anunciaba 103 CV a 5.600 revoluciones, así como 15 mkg –147 Nm– de par a 4.400 revoluciones. No era, como se puede apreciar, muy potente y en realidad, aunque montaba tracción total, tampoco era especialmente pesado: 1.130 kilos
Se combinaba con un cambio manual de cinco relaciones que, al parecer, no tenía el tacto que se esperaba de una transmisión mecánica japonesa. Sus recorridos eran largos y su accionamiento era algo lento, aunque tenía un tacto suave y agradable. Todo lo contrario que el pedal del freno, esponjoso y de poca potencia. Incluso la suspensión que se montó en las unidades destinadas a España tenían un tarado algo blando.
No es que fuera un mal coche, pero no cuadraba con lo que se ofrecía en su categoría y no estaba en línea de lo que se esperaba del coche. Sirva de ejemplo algunos datos para ilustrarlo: la velocidad máxima era de 178 km/h, el 0 a 400 metros se hacía en 18,1 segundos y los 1.000 metros en 33,4 segundos. El ABS se pagaba aparte, al igual que el aire acondicionado –con precios, por cierto, muy parecidos: 180.000 pesetas para el ABS y 185.000 pesetas para el aire acondicionado–, al tiempo que, por lo menos en España, no se podía equipar airbag de ninguna clase.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS