El Renault Clio 1.2 16v suponía, allá por 2001, una de las opciones más económicas de la gama y, además, una de las más interesantes. No obstante, como curiosidad, con un precio de 12.800 euros, se consideraba barato, pero no se pasaba por alto que los precios habían subido una barbaridad y que incluso un polivalente “sencillito” tenía precios elevados.
La segunda generación del Renault Clio rompió muchos lazos con la primera entrega, que todavía conservaba algunas conexiones con el Supercinco. El diseño era totalmente diferente, se mejoraba equipamiento y tecnología, se mejoraban calidades, ajustes, seguridad… Era un enorme paso adelante que a comienzos de los 2000, en pleno arranque del Siglo XXI, recibió una renovación que, nuevamente, cambió notablemente muchos apartados del coche.
Conocida como “fase II”, la renovación de la segunda entrega del utilitario francés trajo consigo algunos cambios más allá del rediseño exterior e interior, así como la mejora, siempre según lo que se decía en la época, de pequeños apartados que lo necesitaban. Esos cambios se centraban en el apartado mecánico, donde el “viejo” motor de 1,4 litros y 75 CV, dejaba de estar disponible y en su lugar, se ofrecía una versión con culata de 16 válvulas del cuatro cilindros de 1,2 litros, que presumía de la misma cifra de potencia, pero con unos consumos más reducidos.
Hablamos de un motor con 1.149 centímetros cúbicos de carrera larga –69 por 76,8 milímetros para diámetro y carrera–, todo de aleación, dos árboles de levas en culata, distribución variable inyección y, por supuesto, aspiración atmosférica, que rendía los antes mencionados 75 CV a 5.900 revoluciones y 10,9 mkg a 3.500 revoluciones, combinado con un cambio manual de cinco relaciones y desarrollos bastante ajustados –30,85 km/h en quinta a 1.000 revoluciones–. Un motor “de entrada”, pero muy solvente y coherente, sobre todo para usuarios jóvenes con el carnet recién sacado o para conductores cuyos recorridos sean, mayormente, en el centro de la urbe.

Destacaba entre los de su clase por el confort de marcha y por sus capacidades ruteras
Como cabe esperar, las prestaciones no eran para tirarse de los pelos. La velocidad máxima se cifraba oficialmente en 170 km/h, el 0 a 100 km/h lo hacía en 12,1 segundos y ejercicios como los 400 metros con salida parada o los 1.000 metros en idénticas condiciones, requerían de 18,68 y 35,01 segundos respectivamente. Datos que, en el fondo, solo interesan a los frikis y a los amantes de las cifras, a los usuarios finales, por lo general, les importaba más el consumo o la facilidad de conducción, dos apartados que, según las revistas de la época, estaban a un gran nivel.
El consumo, por ejemplo, rondaba los 7,5 litros en poblado y los 6,6 litros de media, que combinado con un depósito de 50 litros –50 litros… ¡En un Clio!– permitía presumir de una autonomía de 750 kilómetros. Y esto son datos de la revista Autopista, no nuestros. Sin embargo, donde destacaba el modelo francés era en el confort de marcha. Lo primero, los butacones típicamente franceses, segundo, unas suspensiones de suaves tarados y tercero, una insonorización que era la referencia del segmento. El Renault Clio era uno de los modelos más ruteros del segmento, aunque su postura de conducción, con un volante algo inclinado, afeaba un poco el conjunto.
A buen nivel también estaba el equipamiento de serie al incluir cosas como los airbags frontales, laterales y de cabeza delanteros, el aire acondicionado, ABS, espejos eléctricos, las llantas de aleación, la regulación del volante en altura… Había que pagar como extra el control de estabilidad –el de tracción no se ofrecía ni como opción, algo lógico por las prestaciones del coche–, al igual que por el control de crucero.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS