El Peugeot 505 GLD era una de las opciones más básicas, con motor diésel, que se ofrecía en la gama del sedán francés. Tan básico, que su motor diésel ni siquiera tenía turbo o inyección directa, como tampoco tenía unas prestaciones que podamos considerar dignas de un coche de su porte y tamaño. No obstante, en aquellos años, era lo que había y, en el fondo, casi todos los rivales ofrecían algo similar.
Los motores turbodiésel fueron un revulsivo de una tecnología que se había ganado fama de robusta y económica, pero lenta, tosca y muy ruidosa. Sin embargo, aunque el turbo permitió que las prestaciones aumentarán, al tiempo que la inyección directa mejoró el comportamiento y el tacto, no se adoptó rápidamente. De hecho, a finales de los 80 todavía había motores diésel sin turbo y con inyección indirecta –la inyección indirecta aguantó en el mercado mucho tiempo más, hasta bien entrados los años 90–. Coches como el Ford Sierra 2.3 GLD, que apenas rendía poco más de 65 CV o el Peugeot 505 GLD, que superaba al Sierra en potencia, pero también en consumos.
El Peugeot 505 GLD era el segundo escalón en la gama diésel del modelo francés, había una versión menos prestaciones, aunque tampoco mucho, pues solo había seis caballos entre una y otra. Concretamente, el 505 GLD anunciaba en su ficha técnica un total de 76 CV a 4.500 revoluciones y un par de 15,3 mkg a 2.000 revoluciones, extraídos de un cuatro cilindros de 2.499 centímetros cúbicos con culata de aleación ligera y dos válvulas por cilindro, árbol de levas lateral accionado por cadena. Como curiosidad, el Peugeot 505 era propulsión, uno de los últimos modelos de la firma en mantener esta característica.
Hubo más versiones diésel en la gama, una atmosférica y tres con turbo, una con 80 CV y otra con 110 CV o 95 CV, según llevara intercooler o no

Salta a la vista que la mayor virtud del 505 GLD era su robustez, pues un motor como ese, con un mínimo mantenimiento, era irrompible. Y así lo demostró durante muchos años en el mercado o eso, al menos, afirmaba la prensa de la época. Esa misma prensa catalogó al Peugeot 505 GLD como un coche muy burgués, con unas suspensiones suaves y claramente enfocadas a ser confortables, pero también suspensiones que penalizaban todo intento de conducción rápida –todo lo rápido que permitía el motor, claro–. Un ejemplo claro es que, aun con una configuración de propulsión, el 505 GLD era subvirador al límite y ni a base de forzar las cosas se podía descolocar de atrás.
Por una parte, es un buen dato de cara a un usuario normal, que podía contar con la seguridad de que nunca iba a tener un susto por culpa del eje trasero, pero también era un handicap en carreteras de montaña. Básicamente, porque a las suspensiones de tarado suave, se unía un motor que pesaba mucho y para colmo, tenía un volante de aro demasiado fino. Al menos, la dirección, con servo, fue considerada “casi perfecta”.
Las prestaciones del Peugeot 505 GLD no son, como cabe esperar, sorprendentes y ni falta que hacía, no era su objetivo, aunque los consumos tampoco eran los mejores. De media, la cifra rondaba entre los nueve y los 10 litros, mientras que la velocidad máxima ni siquiera llegaba a los 150 km/h –147 km/h según la revista Autopista– y el 0 a 400 metros se completaba en unos largos 20 segundos de aceleración a fondo y los 1.000 metros, también con salida parada, llegaban en 39,1 segundos.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".Hola Javi, como estás? Muy interesante tu comentario sobre el mejor auto del mundo. Tengo un 505 93 diesel motor 2,5 realmente una maravilla. Lastima que tengo necesidad de venderlo por razones económicas.Saludos!!