Dentro de la popularización de las mecánicas diésel en las gamas más populares el Peugeot 205 SRD jugó un papel importante. Pero vayamos por partes. Situémonos en 1973. Año en el que se produce la Crisis del Petróleo. Sin duda uno de los acontecimientos que más han removido las bases mismas del diseño automovilístico, obligando a repensar incluso las mecánicas más prestacionales en clave de ahorro y eficiencia. Así las cosas, el diésel fue transitando poco a poco desde los vehículos industriales a los turismo, entrando en las grandes casas europeas a través de los segmentos medio-alto con modelos como el Mercedes 300.
Protagonista de una más que interesante versión turbodiésel para el mercado norteamericano, puesta en los concesionarios tras beber de la experiencia acumulada con diversas unidades de prueba del experimental y futurista C111. No obstante, según avanzó la década el ciclo diésel también fue permeando en los segmentos más populares. Dominados por vehículos principalmente destinados a ciudad y sólo algunos viajes largos ocasionales, pero no por ellos desprovistos del general ímpetu por la mejora de los consumos. Llegados a este punto, hasta el popular Citroën Visa tuvo su particular versión diésel con el bloque motor XUD7.
Desarrollado en conjunto por el Grupo PSA, derivando así de una manera natural a su utilización en el urbano correspondiente de la marca del león. El Peugeot 205, marcado en el caso de la motorización diésel con las siglas SRD para ser fabricado en la factoría madrileña de Villaverde desde 1985. Algo que hizo de este modelo un automóvil bastante común en la España de los años ochenta, remarcando con su desempeño en carretera la posibilidad estrechar distancias con las mecánicas de gasolina sin necesidad de renunciar a la economía de consumos.
El auge de las mecánicas diésel en los modelos turismo empezó a crecer más y más a partir de la Crisis del Petróleo, llegando durante los ochenta a los pequeños automóviles del segmento B
Peugeot 205 SRD, eficiencia sin merma de las prestaciones
Tradicionalmente, la principal motivación para la compra de mecánicas diésel durante los años ochenta era la eficiencia. La economía. El bajo consumo. Y es que, por lo demás, lo cierto es que frente a los modelos de gasolina los diésel solían exhibir – a excepción de todo lo que ocurría en el bien rematado segmento D alemán – más ruidos, más gases y un mayor coste puesto nuevo en el concesionario. Además, desde el punto de vista publicitario resultaba obvio cómo la mayor parte del público seguía asociando diésel con vehículos industriales o profesionales.
Sin embargo, el Peugeot 205 SRD vino a cambiar muchas de estas cuestiones. Para empezar, su bloque motor XUD7 con 1.7 litros, cuatro cilindros en línea y refrigeración por agua daba ni más ni menos que 60 CV 4.600 revoluciones por minuto. Teniendo en cuanta que el 205 es un modelo escueto del segmento B, nos vamos a unas prestaciones capaces de elevar la velocidad máxima hasta los 157 kilómetros por hora al tiempo que gozaba de buenas recuperaciones.
Todo ello aupado por la acción de una aerodinámica muy bien estudiada por Pininfarina, dando para el Peugeot 205 SRD resultados mucho más interesantes que los obtenidos por otros modelos con el mismo motor como el Visa. Además, los consumos se cifraban en 4 litros a los cien yendo con una velocidad crucero de 90 kilómetros por hora o 7 y pico rodando por ciudad. Es decir, por debajo de competidores como el Ibiza 1.7D que, encima, entregaba 5 CV menos.
Bendecido por una excelente aerodinámica, este modelo procuraba mejores consumos y prestaciones que otros vehículos equipados con el mismo motor desarrollado dentro del Grupo PSA
Así las cosas, el Peugeot 205 SRD se sentía cual si fuera un gasolina pero con unos consumos realmente llamativos incluso para un vehículo tan ligero, logrando críticas muy positivas en la prensa de la época. De esta manera, para mediados de los ochenta era evidente cómo el diésel – al menos en algunas marcas – estaba dando ventajas evidentes a cierto tipo de conductor sin mermar la entrega de la potencia requerida para cualquier viaje de larga o media distancia.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS