TDI, DTI, CDI, HDi… Esas eran las siglas que se estaban poniendo de moda a finales de los 90 con la llegada del Common Rail y la escalada de potencia de otros diésel de inyección directa más tradicionales. GDi no era la manera que tenía Mitsubishi de denominar sus versiones de gasóleo, pues para ello los japoneses recurrieron a las sigas DI-D. La “G” trataba de dejar las cosas claras: gasolina de inyección directa, de ahí el nombre: Mitsubishi Galant 2.4 GDi.
No fueron los primeros en utilizar esa tecnología, aunque sí los encargados de popularizarla apremiando la llegada de motores rivales como los D4 de Toyota, IDE de Renault, JTS de Alfa Romeo o los FSI del Grupo VAG. ¿Cuáles eran las ventajas de este sistema? La promesa recaía como era de esperar en una rebaja del consumo, pero resultó ser más teórica que real. Sí que se podían conseguir cifras muy bajas con respecto a otros motores de gasolina convencionales, pero para ello había que ser cuidadosos con el acelerador. Para decirlo llanamente, en su funcionamiento influían dos factores: el régimen al que girase el motor y la carga, que viene a ser cuánto pisásemos el acelerador. El motor lo detectaba funcionando en consecuencia.
Con los consumos viene a ocurrir algo similar a los más recientes downsizing, frugales si no les exigimos, pero tragones a poco que queramos sacarle partido a sus posibilidades. A velocidades mantenidas en autopista podríamos obtener resultados óptimos, penalizando eso sí las prestaciones, para lo cual no apreciaríamos los 150 CV del 2.4 GDi. Lo bueno es que, puestos a necesitarlos, ahí estaban, pero al final se tendía a utilizarlo como cualquier gasolina atmosférico tradicional.
Mitsubishi quiso convencernos de su apuesta extendiendo la tecnología GDi a la casi totalidad de sus modelos, ya fuese con este bloque 2.4 que también vimos en el monovolumen Space Wagon; el 3.5 V6 GDi de los Montero; o el pionero, el 1.8 GDi estrenado en el Carisma, adaptado al pequeño Montero iO y trasladado a Volvo para los S40 y V40.
Por lo demás, el Galant era una berlina de tres volúmenes cuya seña de identidad radicaba en una longitud ligeramente superior a la media del segmento D y un diseño que buscaba la deportividad en alguno de sus rasgos. Situarse un peldaño por encima en cuanto a tamaño repercutía en un interior amplio y un maletero de generoso volumen, si bien, pese a todo, no era el más capaz.
El GDi no se vio eclipsado por la avalancha de diésel, sino por la llegada a la gama del apetecible 2.5 V6 Sport que realzaba su aspecto, mejoraba las prestaciones y prácticamente igualaba consumos en una conducción real. El tiempo le ha dado a la compañía algo de razón, pues finalmente la inyección directa de gasolina se ha mantenido hasta nuestros días aunque sea a base de incorporar turbocompresores y rebajar la cilindrada o número de cilindros. La propia marca tiene ahora el 1.5 Turbo de 163 CV que poco tiene ya que ver con aquel 2.4 GDi que quiso hacer historia en la automoción.
Ángel Martínez
Soy uno de esos bichos raros a los que les apasiona hablar de coches y se pasaría horas comentando modelos o repasando la historia de la automoción. Pienso que la mayoría de ellos tienen su encanto, desde el deportivo con el que soñamos hasta el utilitario que te encuentras en cualquier esquina.¿Puede ser más elegante y atractivo este modelo? Echo de menos estas lineas en estos días
El Mitsubishi Mitsubishi GDI son un buen motor lastima que que nk todo sink algunos tienen mal concepto de los motores GDI