El Mazda 323 sedán 2.0D era un coche muy poco común. Pero no era raro por sus prestaciones o por tener un diseño rompedor, ni siquiera lo era por su tecnología o equipamiento; el Mazda 323 sedán 2.0D era un coche raro, porque era el único modelo japonés con motor diésel atmosférico de todo el mercado europeo, al menos allá por mediados de los 90.
Mazda nunca ha sido un fabricante de grandes volúmenes, pero a mediados de los 90 lo era todavía menos, aunque contaba con modelos versátiles, fiables e incluso económicos; en los 90 no buscaban ser una marca premium y hasta se parecían un poco a Nissan con algunos planteamientos, como es el caso del Mazda 323 sedán. El planteamiento de este coche era muy similar al visto en el Nissan Almera sedán, incluso se parecía en cuanto a volúmenes de la carrocería, tamaño y hasta diseño del habitáculo.
El caso es que su motor diésel atmosférico, era el único de origen japonés en circulación por Europa y solo se ofrecía con carrocería de tres puertas y con la de cuatro puestas, el sedán. Un motor que destacaba por la suavidad de funcionamiento, con unos consumos contenidos, pero modesto en cuanto a cifras de prestaciones.
Con 1.998 centímetros cúbicos, culata de ocho válvulas con un solo árbol de levas e inyección indirecta, rendía 72 CV a 4.500 revoluciones y 129 Nm de par a 3.000 revoluciones. El cambio era manual de cinco relaciones y tenía que lidiar con un peso de 1.145 kilos, que no era excesivo, pero los desarrollos de las dos últimas marchas de la caja de cambios eran algo largos –en cuarta, 30,8 km/h a 1.000 revoluciones; en quinta, 38,8 km/h a 1.000 revoluciones–.
Típicamente japonés, el Mazda 323 sedán no destacaba por diseño, aunque sí por su versatilidad y su buena factura general
Así, la velocidad máxima registrada era de 164 km/h, mientras que para el sprint hasta los 100 km/h desde parado empleaba nada menos que 16,7 segundos, que se iban hasta los 37,6 segundos para cubrir el kilómetro. Las recuperaciones eran tirando a lentas –de 80 a 120 km/h en cuarta en 18 segundos y en quinta en 24 segundos–, pero los consumos eran bastante interesantes. Según la revista Coche actual, el gasto medio cada 100 kilómetros era de 6,5 litros, con un 40% de recorridos en ciudad, un 30% a 90 km/h y otro 30% a 120 km/h.
Si hacemos caso a lo que afirman en dicha revista, el Mazda 323 sedán 2.0D era un coche para usuarios tranquilos, conductores que realizan una conducción sosegada y valoran sobre todo la comodidad de marcha y la economía de uso. Unas declaraciones que se basaban en una suspensión con tarados blandos, que mimaban al pasaje siempre que no se encontraran con curvas de poco radio, en cuyo caso, permitían ciertos movimientos de la carrocería y provocaban un acusado subviraje.
El mejor lugar para disfrutar del 323 sedán 2.0D eran las carreteras amplias, donde mantener cruceros sostenidos con una elevada estabilidad y una alta sensación de seguridad. No obstante, los frenos, al parecer, se quedaban algo cortos, con el inconveniente de un fading demasiado temprano.
Por precio, el Mazda 323 sedán 2.0D no se podía considerar ni caro, ni tampoco barato. La marca pedía 2.550.000 pesetas, 15.325 euros de mediados de los 90 –sin IPC–. En el equipamiento de serie se incluían cosas como los airbag de conductor y pasajero, el cierre centralizado y los elevalunas en todas las puertas, mientras que cosas como el ABS ni siquiera se podía añadir como extra y el aire acondicionado se pagaba aparte.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS