El Citroën C4 Coupé, la primera generación del C4 Coupé, primero se dejó ver en forma de coche de competición, en forma de coches de rallies. Mostraba una silueta sensacional, poco vista y superpersonal, que de llegar a producción con un mínimo parecido, sería un coche tremendamente atractivo. Cuando llegó a producción, efectivamente, guardaba un cierto parecido y resultaba un coupe llamativo, personal y desde luego, interesante.
Además, llegaba al mercado para ocupar el lugar del Citroën Xsara y solo eso suponía un extra de interés, pues el Xsara había sido un éxito de ventas. Es más, el Xsara fue uno de los mayores éxitos comerciales y tecnológicos de la historia de Citroën, así que la marca tenía que hacer las cosas con cuidado si quería mantener un ritmo similar. El C4 fue el resultado y supuso el regreso de Citroën a su pasado, con un coche rompedor por estética y rompedor por soluciones –seguro que recordaréis el núcleo del volante fijo– y finalmente, también lo fue por ventas.
Una de las cosas que más llamó la atención de los medios especializados, fue la eficacia del bastidor. Citroën, por lo general, suele hacer coches muy cómodos y ruteros, pero la deportividad no es el camino más recorrido por la firma francesa. Es cierto que cuando hacen versiones deportivas, logran buenos resultados, pero no es la tónica general. Con el Citroën Xsara pusieron en circulación las versiones VTS, con un comportamiento y una eficacia al nivel de los mejores y con el C4 fueron un paso más allá, aunque sea algo que casi nadie recuerda sobre el modelo. Una característica que se dejó notar en sus versiones deportivas, que sí, se llamaron VTS, como en el Xsara.
El Citroën C4 VTS exprimía al máximo las bondades de su chasis, cuya plataforma se compartía con el Peugeot 308 y lo ponía a prueba con un nuevo motor, un 2.0 16 válvulas con 180 CV, que era el mismo que montaba el Peugeot 206 RC. Era un motor de altas revoluciones, pues la potencia llegaba nada menos que a 7.000 revoluciones, aunque el hecho de ser un motor de alto giro se notaba en su cifra de par, con 202 Nm a 4.750 revoluciones. Es decir, había que llevarlo por encima de las 4.000 revoluciones si se quería ir rápido. Hoy día, seguramente, se diría que no corre y que falta fuerza, como le ocurrió al Toyota GT86.
Obviamente, comparado con el 206 RC, el motor parecía más lento porque tenía que mover un peso más elevado –1.337 kilos, relación peso-potencia de 7,42 kilos por caballo–. Podía completar el 0 a 100 km/h en 8,3 segundos y los 1.000 metros con salida parada en 29 segundos. Comparado con cualquier “compacto GTi” moderno, es un coche que no se puede considerar de deportivo, pero en su momento, no estaba nada mal. Incluso como coche para salir a jugar los fines de semana podría ser una opción interesante. Solo tendrías que convivir con un cambio manual de cinco relaciones de manejo un poco bochornoso, tanto por tacto como recorridos y por velocidad de manejo.
El Citroën C4 VTS contó con una versión llamada “by Loeb” –en las fotos–, que, en realidad, no tenía nada de Loeb. Era básicamente un C4 VTS con un tono de carrocería específico –se ofrecía en el rojo de las fotos o en negro–, con las llantas de 17 pulgadas pintadas de color blanco, algunos logotipos en la carrocería con la inscripción “by Loeb” y un habitáculo adornado con una tapicería mixta cuero-tela que combinaba los colores negro con el centro de los asientos en rojo.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS