El Chevrolet Corvette ZR-1 siempre ha sido un coche especial. Quizá no haya estado al mismo nivel de los europeos de similar planteamiento, pero sin duda alguna, es un automóvil que llama poderosamente la atención y que no deja indiferente a nadie. Es puro show yankee y eso, a veces, tiene sus cosas buenas.
La historia del Corvette es larga y no poco interesante. Su primera aparición, allá por los años 60, se debió al gusto de los norteamericanos por los roadster británicos; ligeros, ágiles, simples… Máquinas pensadas para disfrutar de la conducción, que en Estados Unidos quisieron versionar a su estilo.
Curiosamente, la primera versión no tuvo el éxito esperado, su motor, con “solo” seis cilindros, no fue del gusto de los usuarios estadounidenses, así que hubo que recurrir, como no, a un motor V8. De aquello ha pasado largo tiempo y el Corvette se ha convertido en uno de los deportivos norteamericanos por excelencia, sobre todo el Corvette ZR-1, una de las variantes más prestacionales de la saga.
Una de las generaciones que más dio que hablar fue la cuarta, el Chevrolet Corvette C4, pues ya se acercaba a lo que, en Europa, entendemos como un coche deportivo. Y en especial, el Corvette ZR-1, que entre otras cosas, llegó cargado de tecnología y con un motor rebosante de caballos y, sobre todo, de par. No debemos olvidar que, por aquel entonces –y ahora–, en Norteamérica tenían predilección por cifras de par muy abultadas.
Así, precisamente, se presentaba el Corvette ZR-1 C4, con mucho par, concretamente 53,9 mkg –528 Nm– a 4.500 revoluciones extraídos de un V8 atmosférico de 5.727 centímetros cúbicos, de donde también se obtenían 375 CV a 5.800 revoluciones. Como curiosidad, usaba gasolina de 95 octanos, el cambio era manual de seis relaciones –la sexta era larguísima: 68 km/h a 1.000 revoluciones– y la dirección tenía tan solo 2,5 vueltas entre topes. Como nota final en esto de las curiosidades, los neumáticos eran descomunales: 275/40 ZR 17 y 315/35 ZR 17.
El consumo era uno de los principales handicaps del Corvette ZR-1, pero claro, con un motor de casi 5,8 litros, es lógico que sean elevados
Las cifras de prestaciones eran más que respetables. La velocidad máxima era de 288 km/h, los 400 metros con salida parada los completaba en 13,5 segundos, los 1.000 metros en 24,2 segundos y el 80 a 120 km/h en sexta, lo hacía en 14,5 segundos –8,5 segundos en quinta–.
Por datos “sobre el papel”, el Corvette C4 ZR-1 era plenamente equivalente a los deportivos europeos de la época, incluso por contenido tecnológico. Por ejemplo, incorporaba un sistema que controlaba la velocidad, la temperatura del motor y la posición del acelerador. Incluso tenía una segunda llave, que rescindía la potencia del motor a los 200 CV.
El motor estaba fabricado con aluminio y había sido desarrollado por la división de ingeniería de Lotus, que por aquel entonces estaba bajo control de General Motors. según Motor 16, su funcionamiento era bastante suave y refinado, admitía un uso diario sin mayores problemas, aunque el selector del cambio tenía un tacto mejorable –esponjoso y algo lento–. Lo mismo ocurría con las suspensiones, que lejos de ser una tortura, permitían cierto uso ciudadano, aunque en este caso, se esconde un “truquito”.
Las suspensiones eran regulables desde el interior, gracias a un sistema desarrollado en colaboración con Bilstein y que permitía una conducción suave o confortable –modo Turismo– o una más deportiva aunque sin perder comodidad –modo Sport–. Había una tercera posición –Performance– que no tenía nada más en cuenta que la efectividad y, por tanto, su tarado era bastante duro. Cada posición, por cierto, tenía hasta seis niveles distintos de amortiguación. Nada mal, ¿verdad?
Contra todo pronóstico, el Chevrolet Corvette ZR-1 se defendía más que bien en carretera de montaña, solo había que tener cierto cuidado al salir de las curvas cerradas por el tropel de par que sacudía las ruedas traseras. Bueno, eso y con un consumo que deja sin aliento: 14,3 litros de media. A 140 km/h el consumo era de unos 15,2 litros y a 120 km/h, 11,9 litros. Por encima de esas velocidades, bajar de los 17 o 18 litros era imposible…
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS