Cuando Kia lanzó el Sportage a mediados de los noventa, nadie lo vio venir. Era un todocamino de planteamiento humilde, de esos que pasaban desapercibidos en los concesionarios y se ganaban el pan gracias a una clientela práctica, sin ínfulas, que buscaba espacio, fiabilidad y un buen precio sin letra pequeña.
El primero de su especie
Aquel primer Sportage, ensamblado en Alemania con tecnología prestada de Mazda, tenía más de coche utilitario elevado que de SUV al uso. Contaba con chasis de largueros, tracción total conectable, un interior que hoy consideraríamos espartano y una gama de motores que, aunque resultaban suficientes para el día a día, no iban a levantar pasiones. Seamos sinceros: No era un coche deseado pero cumplía, y ese fue el primer acierto.
Lo curioso es que, en aquellos años, el Sportage no era el coche que uno recomendaba con entusiasmo. Era más bien el coche que alguien acababa comprando porque, después de mirar, remirar y hacer cuentas, era el que tenía más sentido. El Sportage no deslumbraba, pero convencía, y esa fue la base sobre la que Kia empezó a construir algo mucho más grande.
El modelo pegó un salto notable con la segunda generación, lanzada en 2004. Abandonó el chasis de largueros, se modernizó por dentro y por fuera, y empezó a mostrar algo que Kia iría afinando con el tiempo: una personalidad propia. Ya no era simplemente una alternativa racional, sino un coche que empezaba a competir en igualdad de condiciones con los grandes nombres del segmento.

Era más cómodo, más seguro, y estaba mejor equipado, pero sobre todo, era mucho más habitable. Empezó a ser habitual verlo en los garajes de media España, especialmente entre quienes hacían muchos kilómetros y buscaban un coche duro, económico de mantener y sin complicaciones, y la clave era su motor diésel de 140 CV bajo el capó.
Cuando el Sportage empezó a gustar de verdad
Pero fue la tercera generación, la que llegó en 2010, la que lo cambió todo. De repente, el Sportage se volvió guapo a rabiar. Ya no sólo era funcional y espacioso, sino que tenía una imagen atractiva, con la famosa parrilla Tiger Nose y unas líneas modernas que lo ponían a la altura estética de sus rivales europeos.
Esa generación marcó un antes y un después en la percepción de la marca. Porque, aunque aún quedaba quien lo miraba por encima del hombro, el Sportage ya no era el SUV barato que se asociaría a un pardillo (gran error muy típico español). Era un modelo serio, premiado por su diseño, con buenas cifras en Euro NCAP y, lo más importante, con un nivel de calidad percibida que hacía justicia a su creciente éxito comercial.
En 2016, ya con la llegada de la cuarta generación, el Sportage entró ya de lleno en la liga de los pesos pesados. Kia apostó fuerte por la seguridad y el equipamiento, y se notó. Incorporó asistentes a la conducción de última generación, mejoró notablemente el aislamiento acústico y ofreció motorizaciones más eficientes, con especial protagonismo para los diésel de baja cilindrada que, en aquella época, seguían siendo el pan nuestro de cada día para quienes hacían trayectos largos o simplemente querían ahorrar en combustible.

Fue entonces cuando el Sportage se convirtió en el modelo más vendido de Kia a nivel mundial. No por casualidad, sino porque lo tenía todo: precio, espacio, equipamiento y una imagen que ya no tenía nada que envidiar a sus rivales europeos o japoneses. La garantía de KIA de 7 años, única en aquel entonces, ayudó mucho y reflejaba su compromiso con el buen hacer.
El Sportage se corona como líder
Así fue como llegamos a la quinta generación, que se presentó en 2021, fue actualizada recientemente, y que ya juega en otra liga. Este Sportage no es sólo un coche competitivo, es un coche deseable. El diseño es rompedor gracias a ese aire casi futurista que sigue la filosofía “Opposites United” de la marca, pero sin caer en excesos.
El interior es tecnológico, bien resuelto, con pantallas que no abruman, mandos físicos donde se agradecen y materiales que transmiten calidad desde que abres la puerta. Hay versiones para todos los gustos: gasolina, diésel, híbrido autorrecargable, híbrido enchufable… y todos con un enfoque claro hacia la eficiencia, pero sin renunciar a unas prestaciones más que dignas.
Es cierto que en otros tiempos la opción evidente habría sido un diésel de 136 caballos, automático, con etiqueta ECO y consumos bajos gracias a la microhibridación. De hecho, todavía sigue siendo una opción más que recomendable si se van a hacer muchos kilómetros al año.

Pero hoy en día, con las etiquetas en el parabrisas y la movilidad en plena transformación, cuesta no mirar con buenos ojos al híbrido. El HEV de 230 CV, por ejemplo, ofrece una suavidad de marcha que ningún diésel puede igualar, mantiene consumos reales en torno a los cinco litros y no necesita enchufarse para aprovechar la batería. Y si se tiene acceso fácil a un punto de carga, el PHEV directamente borra de un plumazo el gasto de carburante en el día a día, con hasta 66 kilómetros de autonomía eléctrica según homologación.
Viaje del héroe
En resumen, el Sportage ha pasado de ser el coche del que nadie hablaba a convertirse en uno de los SUV compactos más completos del mercado. Y no sólo por sus ventas, que lo avalan por sí solas, sino por haber sabido evolucionar sin perder el norte.
Sigue siendo práctico, sigue siendo razonable… pero ahora, además, es bonito, está bien hecho y tiene versiones para todo tipo de conductor.
En otras palabras: ahora sí es un coche que uno recomienda con entusiasmo. No porque salga barato, que también, sino porque está francamente bien.
Jose Manuel Miana
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