Hay preparaciones que buscan llamar la atención, como el que se pone pelusa gorda en el tapizado de un Escort y otras que imponen respeto. La de Alex Ona-Buen, más conocido como Sotralex, pertenece al segundo grupo, gracias a Dios. Su Lamborghini Huracán rojo sangre no pretende ser ni más rápido ni más ligero: lo que quiere es volver a los noventa, a una época en la que Snap! y Alice Deejay lo petaban y los superdeportivos eran bestias difíciles, sin filtros electrónicos ni pegatinas ecochorras. Este Huracán reinterpreta el espíritu del Diablo SV con descaro y precisión con una carrocería que parece diseñada por el mismísimo Marcello Gandini después de un café cargado con algo más que cafeína.
Debajo d toda esa exageración aerodinámica, lo que late es una idea que hoy parece subversiva: la de devolver a Lamborghini el punto de locura que el tiempo y las normativas han ido limando. En una era oscura donde los deportivos se obsesionan con la eficiencia y ese equivalente a poner pegatinas de tías ligeras de ropa, Sotralex ha creado un coche que solo quiere asustar, fascinar y rugir. Un coche verdaderamente macarra pero estiloso. Como debe ser.
Un Huracán pasado por los noventa
Lo primero que llama la atención es la anchura descomunal. Las aletas parecen esculpidas con rabia mediante un machete y una foto de Star Wars como referencia, los pasos de rueda casi rozan el suelo y el conjunto recuerda a aquellas transformaciones radicales que hacían los preparadores japoneses o alemanes en los años de gloria del tuning más artesanal antes de que las regulaciones y la burocracia metiesen las zarpas. Pero aquí hay coherencia estética porque todo el coche parece una versión paralela del Huracán que Lamborghini nunca se atrevió a fabricar.
El frontal adopta una presencia demoníaca, con un splitter de competición, tomas de aire sobredimensionadas y una mirada que, más que agresiva, es directamente como si te mirase un Miura con un mal lunes. El perfil mantiene la pureza de la línea original, pero la lleva al extremo: la zaga se ensancha tanto que el coche parece listo para devorar el asfalto.
En la parte trasera llega mi parte favorita. El difusor monumental, los dobles tubos de escape y, sobre todo, el alerón con aleta central forman una composición tan exagerada como coherente y elegante. No es un alarde gratuito, sino un homenaje visual a los Diablo GT y SV, que eran coches que parecían diseñados para el Need For Speed Hot Pursuit pero eran perfectamente reales.
Hasta las llantas (Rotiform) rematan la jugada con un guiño contemporáneo. No intentan copiar las originales del Diablo, pero sí respetan su espíritu: son grandes, anchas, y con ese punto de brutalidad industrial que casa perfectamente con el resto del conjunto.
De Sant’Agata al garaje de un visionario
La historia de este coche nace de un gesto casi romántico. Sotralex, un creador de contenido y amante confeso de los Lambos clásicos, decidió que su Huracán debía rendir homenaje al coche que le hizo enamorarse de la marca, o sea, el Diablo SV de 1995. No buscaba récords de Nürburgring ni cifras de aceleración, sino emociones, que es lo que lo convierte en algo más genuino que la mayoría de preparaciones modernas.
En un momento en el que el Huracán se despide del mercado (su sucesor, el Temerario, ya está en camino con motor híbrido), este proyecto sirve como despedida no oficial de la era V10 atmosférica. El coche de Sotralex es, en cierto modo, una carta de amor a la conducción analógica, a las curvas sin filtros y al rugido sin sintetizador que trata de engañar a los puristas.
El trabajo técnico va más allá del simple cambio estético porque todo el kit aerodinámico está pensado para ser funcional; los nuevos elementos no son de fibra decorativa, sino piezas con propósito real. El resultado es un coche que gana apoyo a alta velocidad y transmite la misma sensación de inmediatez que los superdeportivos de hace treinta años.
En movimiento, el coche conserva la mecánica original (V10 de 5,2 litros y 610 CV), pero el sonido parece multiplicarse gracias a un escape artesanal que le saca hasta la última nota. Ahí está la clave de esta preparación: Sotralex no ha querido más potencia, sino más carácter. Una elección que dice mucho del tipo de entusiasta que hay detrás.
El Diablo en el espejo retrovisor
Lo interesante de esta preparación es cómo consigue evocar sin copiar. El Diablo original era un coche excesivo en todo: su anchura, su postura y su ruido parecían diseñados para incomodar al sentido común, y este Huracán reinterpreta ese exceso con lenguaje actual: mantiene la brutalidad visual, pero la ordena con cierto criterio aerodinámico. Es como si alguien hubiera diseñado el Diablo con un túnel de viento y un mínimo de civilización.
Las proporciones no engañan a nadie. El Huracán siempre fue más compacto que el Diablo, pero con este kit parece incluso más salvaje. Hay una energía visual que recuerda a los tiempos en que Lamborghini construía coches imposibles y orgullosos de serlo, sin buscar “eficiencia”.
Uno no piensa en Nürburgring ni en cifras de homologación cuando lo mira, sino que piensa en pósters de su niñez, en carreteras secundarias y en rugidos en la noche. Es un coche que te despierta la nostalgia del exceso, y lo hace con tanta elegancia que uno se pregunta por qué la propia marca no ofrece algo así de serie.
De hecho, el Huracán de Sotralex es un recordatorio incómodo para la propia Lamborghini porque demuestra que el público sigue deseando coches salvajes, de los que se conducen con las tripas,y no necesitan tirar de colores chillones y fibra de carbono desnuda para molar. El Diablo estaría orgulloso de su sobrino.
Entre la nostalgia y el futuro híbrido
Lamborghini se prepara para una nueva era. Pero mientras los ingenieros de Sant’Agata ajustan motores eléctricos y estrategias de ahorro de emisiones, los coches como el de Sotralex nos recuerdan de qué va realmente esta marca: de pasión, de ruido y de ese punto de locura que ni los kWh pueden medir.
El contraste es brutal. Donde el futuro se llena de pantallas, regeneración y tecnología absurda, este Huracán exagerado nos devuelve a un mundo de alerones imposibles y escapes que escupen fuego. Puede que sea anacrónico, pero también es exactamente lo que muchos necesitamos: una sacudida visual y sonora que rompa la monotonía de los coches “modernos”.
Lamborghini, por supuesto, sabe que la emoción sigue vendiendo, y por eso sus futuros híbridos prometen conservar el alma de combustión, aunque sea a través de una combinación más compleja de tecnología y ruido controlado. Pero la pregunta es: ¿podrá el Temerario emocionar tanto como este Huracán?
Tal vez no, porque el alma del Diablo no se hereda en los planos de ingeniería, sino en la actitud de quien se atreve a crear algo que parece una locura, pero que en realidad tiene todo el sentido del mundo.
Cerrando
El Huracán de Sotralex no es solo una preparación llamativa: es una especie de carta al estilo 20 de abril a los años noventa pero escrita con fibra de carbono y gasolina. Es el tipo de coche que uno no mide en caballos ni en cronómetros, sino en miradas.
Si los superdeportivos modernos han perdido algo, es precisamente la capacidad de ser memorables sin filtros. Este Huracán, con su alma de Diablo, lo recupera a su manera: desmesurado, provocador y orgullosamente italiano. Como debe ser.


Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS