El Audi A3 1.9 TDI 130 CV se convirtió, casi desde el mismo momento de su presentación, en un objeto de deseo. Era “el compacto”, casi por encima del intocable Volkswagen Golf y es que este podía contar con la versión de 150 CV del mismo propulsor. Pero claro, el anagrama de los cuatro aros, la esencia del coche, su diseño… El Audi A3, animado por el motor turbodiésel del momento, era todo un caramelo; caramelo bastante caro, por cierto: 4.105.000 pesetas.
Aunque BMW tenía su Serie 3 Compact desde casi comienzos de los 90 –sobre la base del E36 como primera entrega–, cuando Audi presentó el A3 a mediados de aquella década, se llevó para sí el galardón de “primer compacto premium”. Quizá no fuera un premio justo, pero también es cierto que el BMW no era un compacto como tal y además, el planteamiento del modelo de Múnich no estaba tan centrado, como en el caso de Audi, en triunfar entre los modelos del segmento C.
Se podría decir que el Audi A3 lo tuvo fácil, aunque eso sería faltar a la verdad. El A3 tuvo que demostrar que realmente era un auténtico Audi, que no era una simple variante del Volkswagen Golf – compartían una enorme cantidad de elementos– y que su precio, bastante superior al resto de compactos, estaba justificado. Poco a poco, la prensa corroboró todo lo corroborable y el Audi A3 pudo lucir, con orgullo y miedo alguno, la corona de Rey de los compactos, mientras el Golf seguía ahí, al acecho y arropado con todos los seguidores que se había ganado a lo largo del mundo.
El diseño de la primera generación del Audi A3, es un ejemplo de cómo debe ser un buen diseño
La puesta en escena del Audi A3 1.9 TDI con 130 CV solo sirvió para fortalecer esa imagen de compacto imbatible, gracias, y esto que nadie lo dude, al poderío del propulsor diésel alemán. De hecho, aunque había diferencia en prestaciones con el TDI de 150 CV, siempre se consideró mucho más equilibrada y lógica la variante menos potente, pues, en el fondo, andaba casi lo mismo, pero gastaba un poco menos.
Todo en el motor era igual al resto de versiones. Es decir, hablamos de un cuatro cilindros de 1.896 centímetros cúbicos con culata simple –un árbol de levas y dos válvulas por cilindro–, inyección por bomba-inyector, turbo de geometría variable e intercooler, pero por diferentes ajustes –turbo de mayor diámetro y diseño de los álabes específico, inyectores con orificios específicos… –, la potencia era de 130 CV a 4.000 revoluciones y 310 Nm a 1.900 revoluciones. Buenas cifras, capaces de aceptar desarrollos de nada menos que 55 kilómetros/hora a 1.000 revoluciones para la sexta –el cambio era manual de seis relaciones–.
No era un coche lento, sobre todo para lo que se estilaba en aquellos años. La velocidad máxima era de 205 kilómetros/hora, el 80 a 120 kilómetros/hora en quinta lo completaba en 8,2 segundos y los 1.000 metros con salida parada en 29,6 segundos. Pero ya se sabe que no todo son cifras y en el caso del Audi A3 1.9 TDI 130 CV, con más motivo. La calidad general era la referencia en el segmento, el trabajo de la suspensión estaba a la altura de sus hermanos mayores y el agrado de conducción era máximo.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS