El fantasma de las décadas pasadas. Ver un Packard en 2025 es como ver un unicornio: unos recuerdan cuando América fabricaba coches como catedrales, y otros esperamos encontrarnos una modificación de mal gusto al estilo Hurtan. El Packard Excellence 2025 es más bien lo segundo, pero sin llegar a herir la vista. Lo firma un equipo holandés que se ha marcado un triple salto mortal conectando Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña para convertir un Bentley Flying Spur en una pieza única que respira, se mueve y posa con aires de gran turismo americano puro.
No es solo nostalgia de domingo por la tarde ni el capricho de un ricachón con dinero para aburrirse, porque las decisiones de diseño se han calculado al milímetro, y se han dedicado miles de horas de taller sudando la gota gorda y una voluntad férrea de responder a una pregunta tan absurda como tentadora: ¿cómo habría evolucionado Packard si no la hubieran dejado morir? La respuesta no viene en forma de lección magistral de historia del motor, sino como un cóctel explosivo que mezcla arrogancia yanqui, mano de obra europea y una pizca de francés de los cincuenta. Y funciona, vaya que sí.
¿De dónde sale este despropósito glorioso?
El hilo conductor de esta historia arranca en los años cincuenta con el Facel Vega Excellence, un sedán francés de cuatro puertas que tenía puertas traseras suicidas y proporciones tan bajas y anchas que parecía un tiburón vestido de traje. Se permitía lucir unos interiores forrados de cuero Connolly y llevaba bajo el capó unos motores V8 americanos que rugían como Dios manda. Hoy sigue teniendo la desfachatez de parecer caríisimo, pero porque lo es. En 1959 hubo ciertos tejemanejes para que aquel bicho se vendiera con insignias Packard en Estados Unidos, algo que tenía lógica comercial porque Packard necesitaba un chute de glamour urgente para compensar la jugarreta de Studebaker (lo puedes leer en este artículo del enlace), y Facel tenía el producto listo para servir.
Pero como pasa en las mejores series de conspiraciones corporativas, Mercedes se coló por el medio y dinamitó el plan entero. Lo que sobrevivió de aquella alianza rota fue una idea y una especie de ADN de mosquito que han clonado al estilo de Parque Jurásico para crear el Packard Excellence de 2025. Tiene su gracia que sea un coche inspirado en una creación francesa que casi fue americana, diseñado y ensamblado en Holanda sobre un chasis británico, y presentado en un concurso europeo de elegancia. Vamos, la globalización aplicada a la nostalgia más selecta, y ejecutada total fineza. ¿No os recuerda al estilo Continental que se estilaba a principios del s.XX?

Pero que quede claro que esto no es un ejercicio de diseño vintage sin sentido, porque las decisiones de diseño son conscientes y tienen mucha miga, desde la parrilla de tres piezas que recupera el frontis clásico de Packard hasta los faros LED verticales y las flechas laterales con su rayita roja. Son guiños que funcionan porque están medidos con precisión quirúrgica y porque el que encargó esto no quería algo que solamente pareciese caro, sino que quería sustancia hecha hermosa. Si te estás preguntando si toda esta referencia histórica se ha convertido en una careta de carnaval encima de un Bentley, la respuesta rotunda es que no. La traducción estética es tan cuidadosa y está tan calibrada que el coche acaba teniendo personalidad propia. No todos los one-off lo logran.
Es bueno que artista y cliente se entiendan
Para que esto saliera bien había dos condiciones ineludibles: que existiese un diseñador con sentido del espectáculo sin pasarse de rosca, y encontrar un taller capaz de convertir metal y paciencia infinita en algo que no parezca un restomod a base de toneladas de masilla. Frank Reijenga y Jasper Beukenkamp lo clavaron de tal forma que parece hasta fácil. Reijenga viene de proyectos raros y técnicamente complicadetes, y tiene experiencia en empresas como RemetzCar, mientras que Beukenkamp es de esos especialistas en clásicos que llevan media vida respirando Facel Vega y demás excentricidades del lujo europeo. El matrimonio profesional prometía desde el primer apretón de manos y no era una lotería ciega.
Encima, el que pagaba no era un comprador cualquiera, sino un coleccionista con cuarenta Packard en fila en su garaje. Era obvio que exigiría un trabajo que implicara rehacer carrocería, puertas y toda la atmósfera interior, lo que explica esas 17.000 horas de taller que atestiguan que aquí tocó reescribir chapa, adaptar bisagras y replantear proporciones desde cero. La cosa tiene gracia porque junta perfiles que normalmente no coinciden en la misma ecuación: el diseñador que piensa como un americano al que le molan las formas dramáticas, el artesano europeo que controla las soldaduras finas y los acabados de madera, y el cliente que hace de conservador e impulsor a la vez.
Esa triangulación hizo posible que el proyecto no fuera ni un homenaje soso ni un el equivalente a echarle Nocilla a los macarrones, sino una interpretación fiel con personalidad de sobra. Que la base sea un Bentley Flying Spur añade otra capa de complejidad y pragmatismo con buen gusto. Habrá quien clame por motores Packard históricos, claro, y es legítimo, si encuentars uno… Si lo que buscas es el lujo, comportamiento, tecnología y fiabilidad del siglo XXI, usar un donante de Crewe es la decisión más inteligente y valiente para sostener una carrocería única sin que la parte dinámica se quede en agua de borrajas.

La construcción: 17.000 horas de trabajo que se notan
Transformar un Flying Spur en un Packard no es cuestión de cambiar las chapas y a otra cosa, mariposa. No, esto no es Renault/Mitsubishi. En este se trataba de rehacer la lectura completa del coche, y eso significaba cortar, moldear y rehacer paneles para conseguir proporciones distintas, fabricar puertas traseras con bisagras inversas y conseguir que todo encajara mecánica y estéticamente. Esa sinfonía visual sólo se logra con muchas horas de taller, experiencia a patadas y, seamos sinceros, la testarudez a prueba de bombas de un mecánico de bien. El resultado es un frontal con una parrilla masiva en tres piezas que impone respeto, faros verticales finos que consiguen expresión sin teatralidades y detalles en las llantas que recuperan los hexágonos rojos clásicos. Son detalles que no están ahí para quedar bien en las fotos, sino para articular una identidad reconocible desde la otra punta de la calle.
El interior tomó la dirección contraria al espectáculo digital que se lleva ahora: No hay nada de experimentos con pantallas del tamaño de televisores, sino trabajo de atmósfera que mezcla cuero crema, maderas claras y esa sensación de viajar en un salón rodante de los de antes. Es decir: Lujo auténtico. La clave es que la experiencia al volante no traiciona la promesa estética: la calidad percibida está en cada costura y en el tacto de cada mando, y eso es lo que convierte este coche en algo más que un objeto para Instagram. Por supuesto, todo esto tiene un precio que prefieren no hacer público, y tampoco hace falta saberlo para intuir que hablamos de cifras de vértigo que dan dolor de cabeza.
A diferencia de algunos intentos de revival que prometen volumen y acaban en humo, esto es un one-off que se permite el lujo de ser caro porque quiere ser perfecto en su nicho, y en esa honestidad radica parte de su encanto. Al final, la construcción demuestra que el coachbuilding aún tiene sentido cuando se hace con criterio: no es nostalgia vacía de contenido, sino oficio aplicado a la ambición de crear algo que, siendo único, respete la tradición y la mantenga viva en un contexto contemporáneo. Hoy en día, no es moco de pavo.
¿Qué significa y qué no significa este Packard?
Que exista este Packard Excellence no significa que la marca vaya a renacer en serie ni que Detroit tenga que sacar los pañuelos para lloriquear por los viejos tiempos, aunque debería llorar al ver lo que debería estar haciendo. Este es un ejercicio de estilo, una prueba de concepto estética y un homenaje con sustancia, pero no es una estrategia comercial para plantar una fábrica y volver a competir a lo bestia. Lo interesante es que demuestra que la memoria de una marca sigue siendo potente y capaz de generar proyectos que interrogan la autenticidad sin caer en el ridículo más absoluto. Los puristas tendrán motivos de sobra para poner el grito en el cielo (un Packard sin motor Packard siempre les parecerá una herejía como una catedral), y es comprensible. Pero hay que distinguir entre lo que es auténtico por linaje técnico y lo que lo es por fidelidad a una idea estética y experiencial.

Este proyecto apuesta por lo segundo. Además, culturalmente es todo un gesto: un diseño americano reinterpretado por europeos y montado sobre ingeniería británica que homenajea un coche francés casi-packardista. Esa mezcla explosiva dice mucho de cómo hoy se reescriben los mitos automovilísticos: con globalización de por medio y con talleres artesanos capaces de recuperar el espíritu sin repetir fórmulas muertas.
En definitiva, si te gusta la idea de que un icono pueda vivir como idea más que como marca, este Packard es la respuesta. Si eres del club del purismo, mira, al menos reconoce que la pieza tiene oficio, personalidad y descaro, que al final es lo que una leyenda como Packard merecía después de tanto tiempo en silencio.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS