General Motors sigue con su cruzada conceptual y, esta vez, el turno le ha tocado al estudio californiano. El Corvette C10 que ha salido del estudio Advanced Design de Pasadena no es un restomod, ni un sucesor directo, ni una maqueta de salón con falsas promesas de producción. Es, más bien, un manifiesto visual: una interpretación libre de lo que el emblema de los deportivos americanos podría llegar a ser si se funde del todo con el universo eléctrico y se pasa unos meses de retiro espiritual entre los hangares de Lockheed y los desiertos de Mojave. El resultado no es precisamente discreto.
Después de que el estudio británico de Leamington Spa presentara en primavera un primer concept de esta serie de tres, el equipo californiano contraataca con un diseño que comparte proporciones agresivas, pero que juega en otra liga estética. Donde los ingleses veían un caza Stealth con puertas de gaviota, los estadounidenses han imaginado un misil sin techo, con un canopy desmontable al más puro estilo Le Mans, envolvente, exagerado y absolutamente irrealizable. No parece que a nadie en GM le preocupe eso último. Tampoco deberían.
Este C10 californiano no pretende ser el C9, ni siquiera un anticipo del mismo. De hecho, la propia inscripción “C10” en la aleta delantera ya avisa que están jugando a saltarse una generación entera. Ni fechas, ni potencia, ni cifras oficiales: es todo humo, pero un humo con forma de deportivo de 86 pulgadas de ancho y apenas 41 de alto. Más que un coche, parece un render escapado de un videojuego de carreras de esos que jugábamos en los 90 (Si le quitas las ruedas, podría ser el New York Race).
Sin embargo, hay ideas que tienen más fondo de lo que parece. Bajo esa carcasa de aluminio y fibra de carbono hay propuestas técnicas interesantes: batería en forma de T en lugar del típico monopatín eléctrico, aerodinámica basada en efecto suelo, y una filosofía de diseño que parte de la dualidad entre coche de calle y coche de pista, con el techo como frontera literal y conceptual.

Ancho como un camión, bajo como un kart
Las proporciones de este Corvette C10 son completamente absurdas, y por eso funcionan tan bien. Es apenas cinco centímetros más largo que un C8 actual, pero diez pulgadas más ancho y siete más bajo. La silueta recuerda más a un prototipo de resistencia que a cualquier Corvette anterior, con la excepción quizás del C7.R de carreras. Pero aquí no hay motor V8 atmosférico, ni siquiera uno híbrido: esto va de watts, baterías y silencios eléctricos.
La batería en T no está elegida al azar. Le permite al coche bajar el centro de gravedad hasta niveles ridículos y colocar a los ocupantes más cerca del suelo que en un monoplaza. Al mismo tiempo, libera espacio para canalizar el aire por debajo, algo que se traduce en menos necesidad de apéndices aerodinámicos molestos. Aun así, el C10 lleva un alerón trasero digno de un avión acrobático y un difusor trasero del tamaño de una bañera. Es la típica solución que ningún ingeniero usaría en un coche real, pero que todo diseñador quiere incluir.
El frontal es agresivo sin llegar a ser barroco, con un splitter central que recuerda más a la Fórmula 1 que a un Muscle Car clásico. Hay entradas de aire funcionales, sí, pero también muchas superficies lisas que delatan su origen conceptual. En un coche de producción, todos esos elementos tendrían que replantearse. Aunque bueno, ya sabemos que ese no es el objetivo aquí: esto va de provocar, de marcar territorio.
Lo interesante es que, pese a lo radical, todo encaja. El coche tiene coherencia interna, no parece un Frankenstein de ideas sueltas. Hay una narrativa visual que va desde el canopy hasta el difusor, pasando por los pasos de rueda sobredimensionados, los retrovisores que no existen y la trasera truncada. Se nota que detrás hay un equipo que ha pensado en esto como un todo, no como un puzzle de partes llamativas.

Bienvenidos al cockpit de Top Gun
Dentro del C10 no hay lujo, ni nostalgia, ni rastro de botones de los años 90. Lo que hay es una cabina de caza, pero sin HUD clásico: lo sustituye un head-up display de realidad aumentada que proyecta la información directamente sobre el campo visual del conductor (Más parecidos aún con los coches de “El quinto elemento”). Nada de cuadros de instrumentos con agujas. Tampoco hay pantallas tipo tablet descolgadas del salpicadero. Todo está integrado, todo parece parte del monocasco.
Los asientos están fijos a la estructura y el volante es un yoke de esos que no sabes si sujetar con las dos manos o lanzarlo por la ventana. Aun así, tiene su gracia porque en un coche tan bajo, tan cerrado al exterior y tan obsesionado con la velocidad, no hay lugar para la comodidad clásica. Esto es una cápsula, no una cabina. Lo que ves es lo que hay: mandos mínimos, controles hápticos, y una interfaz que parece diseñada por alguien que ha pasado demasiado tiempo jugando a simuladores de combate aéreo.
¿Sirve para conducir? Quién sabe. Probablemente no. Pero queda espectacular. Y esa es la clave de todo esto. El diseño interior no busca ergonomía ni funcionalidad cotidiana. Busca que abras la puerta (si es que tiene) y digas “La virgen, esto no es un coche, es una nave”. Esa es la reacción que quiere provocar. Y la provoca.
De todos modos, hay algo de trampa. Lo radical del diseño interior está pensado precisamente para que luego, cuando llegue el Corvette real de producción, todo parezca mucho más civilizado, aunque mantenga algunas ideas clave. Es una estrategia conocida: enseña lo imposible, para que lo improbable parezca razonable. Y GM la maneja con bastante soltura.

El futuro es una excusa muy útil
Hay que dejarlo claro: este coche no va a producirse tal como lo ves. GM lo ha repetido en cada entrevista, comunicado y aparición pública. No hay intención de llevar este concept a las calles, y sin embargo, lo llaman C10, lo llenan de detalles funcionales y lo hacen lo bastante realista como para imaginarlo aparcado frente a un circuito. Esa contradicción es parte del juego. Porque lo que sí quieren es dejar ideas sembradas.
Las proporciones, la batería en T, los materiales, el enfoque dual calle-pista… todo eso sí puede filtrarse a futuros Corvettes. Quizá no al C9 inmediato, que seguramente siga montando un V8, pero sí al C10 real que llegue a mediados de los 30 o incluso más allá. No sería la primera vez que un concept lejano acaba dictando la estética de una década entera. Ahí está el Stingray Concept de hace quince años como ejemplo.
Lo interesante de este proceso es que no ocurre en un solo lugar. GM ha desplegado este proyecto como una red de ideas conectadas: primero el estudio británico, ahora el californiano, y en otoño llegará el tercer concept. Supuestamente mezclará lo mejor de los dos anteriores, lo que probablemente signifique un techo de gaviota desmontable, batería en T, alerón activo y cockpit de caza. O sea, todo.
Pero más allá de los diseños, lo que esto demuestra es que GM está probando hasta qué punto puede reinventar el Corvette sin perder el alma, y lo está haciendo con calma, con pruebas visuales, sin compromisos industriales. Es un lujo que no todas las marcas pueden permitirse. Probablemente, sólo funcione porque, para bien o para mal, el Corvette sigue siendo un símbolo cultural, no sólo un producto.

¿Y si todo esto va en serio?
Puede que ahora mismo esto parezca una extravagancia. Un showcar para sacar pecho en redes sociales. Pero si lo miras con un poco de perspectiva, es fácil imaginar que algo así, con la tecnología adecuada, podría llegar a ser viable. Los hiperdeportivos eléctricos están ya aquí. Rimac, Lotus, Pininfarina… todos tienen monstruos eléctricos con más de mil caballos y cero alma. Lo que propone GM con este concept es algo diferente: una bestia eléctrica, sí, pero con una identidad que no renuncia del todo a sus raíces.
No es un coche para ricos aburridos. Es un coche para frikis del motor, para diseñadores sin correa, para ingenieros que todavía dibujan en servilletas de cafetería. En eso, el C10 Concept tiene mucho más de espíritu Corvette que muchos de los C4 y C5 que se vendieron en masa. Y aunque no suene, aunque no tenga cambio manual, aunque no tenga siquiera puertas convencionales, transmite algo que otros eléctricos no tienen: ganas de jugar.
¿Se lo compraría alguien? Imposible saberlo. Pero sí es fácil imaginar a un chaval viendo las fotos de este coche en internet y pensando: “yo quiero diseñar algo así algún día”. Y eso ya es suficiente razón para que exista. ¿Quién sabe? Puede que no sea un Corvette, sino un misil con otro nombre dispuesto a retar a Rimac.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS