Cuando meses atrás entré a una basta exposición de coches clásicos, encontrarme con que la bienvenida la daba una rotonda de deportivos japoneses referentes, en la que no faltaban el Honda NSX y el Mazda RX-7, no fue sorpresa en absoluto. Si hay una escuela que poco sabe de detractores, esa es la japonesa. Eso es lo que los nipones supieron forjar. Una escuela, una forma de vida, una cultura automotriz y una legión de fieles que la mantiene viva.
Experimentados presentadores –el espectáculo con el que revisten sus exposiciones– apasionados practicantes del tuning, el drift como disciplina autóctona, la mística del Japanese Domestic Market, vaya mercado exótico… Qué hicieron para que se los considerara leyendas. Pues, eso y mucho más. Si los deportivos japoneses siguen teniendo una legión de fieles, es porque los fabricantes nunca han dejado de intentar rendir tributo a la palabra. La fidelidad es una estampa que estos coches llevan desde su concepción.
Asociados a la confiabilidad, su sello apropiado a fuerza de tecnologías de avanzada en la mecánica, ésta nace en el momento en que sus coches dan todo de sí en cada aspecto. Hay nobleza mecánica porque hay nobleza integral. El resultado es un deportivo superviviente: en lo simbólico, está fabricado para la posteridad; en lo material, para la durabilidad. Sobre esa premisa, hay mandamientos que se respetan. La relación hombre-máquina es una. Un japonés está hecho para sentir en cada ejecución la esencia de su fabricación.
Entra en juego una de sus cátedras. La reputación le precede al deportivo japonés por su curriculum en la reducción de peso. Para la ingeniería japonesa, cada diseño –al respecto, no estoy de acuerdo cuando leo que se subestima su belleza intrínseca, son más que garantía de conducción– equivale a una declaración de principios y, en ella, en visceral subrayado, se lee ligereza o te devolvemos el dinero.

Los deportivos japoneses: un universo en sí mismo
Coches completos, de eso hablamos. Cuanto más completo, menos propenso a las objeciones. Cuanto menos propenso a las objeciones, más posibilidad de convertirse en coche de culto, de alta carga hereditaria, en coche con legión de fieles que trasciende al tiempo. Los ejemplos sobran.
El mencionado Mazda RX-7 de tercera generación y su motor rotativo de tamaño limitado e impacto en el diseño con línea de cintura baja, neumáticos bien en contacto con el asfalto y un par a prueba del más crítico y estricto ingeniero. El Toyota Supra MK4 convertido en nostalgia permanente. El Nissan Skyline GT-R R34, una máquina ante la cual todos guardamos silencio. El NSX Type R y sus deseos de volar como una pluma. El Toyota 2000GT, un prócer que se mira y no se toca… Así y todo, el deportivo japonés, como concepto en sí mismo, universo abarcativo.
La virtud de inyectar su gen en los deportivos que técnicamente no lo son. El don de hacer de versiones de compactos de calle terrenales coches con la misma esencia hombre-máquina. Los GR Yaris y GR Corolla de Toyota, el Honda Civic Type R, el Civic Si de los años ochenta como prueba de basto historial en la especialidad. Cómo sobre la filosofía automotriz japonesa, además, determinados modelos encontraron un nicho que les permitiría la posteridad.
El Subaru Impreza y el Mitsubishi Lancer en el rallye, el Miata siendo un superventas por su carácter de coche democrático, accesible en accesorios y repuestos y abierto al mercado de unidades de segunda mano, pero también por su lenguaje visceral que expresó desde siempre en términos multifacéticos: un alocado andar que lo colocó como un referente de los fun car para la carretera, pero también lo llevó a las competencias monomarca, haciendo del Spec Miata norteamericano un reducto de tradición. ¿Hay alguno de todos estos al que le juras lealtad? ¿Hay alguno con el cual conservas un pacto de fidelidad, pero que no aparece en estas líneas? Sí, sé que probablemente estés pensando en el Honda S2000, ¿pero qué más?
Mauro Blanco
Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.COMENTARIOS