El SAAB 9-3 2.2 TiD era la apuesta turbodiésel de la compañía sueca allá por finales de los 90 y comienzos del 2000. Un coche que compartía motor con el Opel Vectra 2.2 DTi –el Vectra B– y que tenía frente a sí a opciones nada fáciles de superar. Sobre todo cuando tienes un diseño tan sumamente personal y el precio de salida era de 4.535.280 pesetas, 27.258 euros –sin tener en cuenta IPC–.
General Motors tenía en SAAB un fuerte revulsivo en Europa con una legión de seguidores y además, con una credibilidad que hacía de SAAB una marca muy interesante. Eran coches con una personalidad que destacaba por encima del resto, así como sus soluciones –la llave de contacto detrás del selector del cambio, por ejemplo– y las prestaciones de sus motores turbo.
La aparición de los motores turbodiésel en la gama SAAB, se espera que mantuviera la misma tendencia, aunque en los motores diésel no se tenían, en aquellos años, como algo deportivo ni como especialmente prestacional. Dos detalles que cambiaron rápidamente con motores explosivos y de prestaciones más que respetables. Motores, precisamente, como el que montó el SAAB 9-3 2.2 TiD.
El 2.2 DiT era una evolución del anterior 2.0 DTi de 100 CV que usaba el Vectra y al que superaba en todos los apartados
Hablamos de en propulsor de 2.172 centímetros cúbicos de carrera muy larga –84 por 98 milímetros para diámetro y carrera, respectivamente–, con culata de aleación, cuatro válvulas por cilindro, turbo de geometría variable e intercooler, que rendía 125 CV a 4.000 revoluciones y 28,5 mkg entre 1.500 y 2.500 revoluciones. No era el más potente del segmento, ahí estaba el omnipresente 1.9 TDI de 130 CV de Volkswagen, o el 2.4 JTD de FIAT con 134 CV, pero estaba en la media y desarrollaba una buena cifra de par durante un gran rango de revoluciones.
Las pruebas de la época así lo decían, pues, por lo general, se decía que podía enfrentarse a los mejores de la categoría en todos los apartados. No era tan explosivo como el 1.9 TDI alemán, ni tan suave como el 2.4 JTD italiano, pero podía hacer los 400 metros con salida parada en 17,54 segundos y los 1.000 metros, también con salida parada, en 32,28 segundos. Las recuperaciones de 80 a 120 km/h en cuarta las hacía en 7,96 segundos y en quinta necesitaba 10,57 segundos. Nada mal si tenemos en cuenta que la cuarta tenía un desarrollo de 32,91 km/h a 1.000 revoluciones y en quinta, de 44,38 km/h a 1.000 revoluciones.
El consumo, igualmente, estaba entre los mejores. La media era de 7,2 litros y la autonomía era de 840 kilómetros gracias a un depósito de 64 litros.
Por comportamiento, al igual que el resto del coche, desprendía personalidad, pero al parecer, era más ruidoso que su hermano de origen alemán –el Opel Vectra 2.2 DiT, recordad–. Eso sí, el equipamiento era bastante completo: contaba con seis airbags, climatizador, asientos eléctricos, control de crucero… aunque sorprende un poco que solo ofreciera regulación de volante en altura.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS