El Peugeot 306 XR 1.4 era el escalón de acceso a la gama del compacto francés. Una opción que tenía en el precio su mejor baza, pues por prestaciones quedaba un tanto justo y por equipamiento, más de lo mismo. Pero claro, cuando se quiere algo barato hay que sacrificar algunas cosas.
La puesta en escena del Peugeot 306 suponía regresar a la normalidad dentro de la firma francesa. Se dejaba atrás al Peugeot 309, que ni siquiera la propia marca lo consideró un auténtico Peugeot –si nos fijamos, no se ha vuelto a usar el número 9 como tercera cifra en ningún modelo–, y se volvió a los números consecutivos y por tanto, se pasó del 305 al 306, que es la denominación que debería haber lucido el 309.
El cambio fue importante, pues no solo se notaba a simple vista, todo lo que había oculto a la vista mejora, con creces, al 309, y este, todo hay que decirlo, fue un gran coche. Es evidente que no lo tenían fácil y no solo porque tuvieran que mejorar un producto bastante acertado, sino porque los rivales habían mejorado más mucho y la batalla en el segmento de los compactos era cruenta.
Una de las curiosidades de aquellos compactos de comienzos de los 90, era que todavía apostaban por motores de potencia muy contenida, como es el caso del Peugeot 306 XR 1.4. Esta práctica llegó hasta inicios del Siglo XXI y ponía en circulación vehículos que, básicamente, ofrecían una opción económica para moverse sin muchas aspiraciones.
Tener un coche por un precio contenido siempre ha supuesto lo mismo: prescindir de equipamiento y de motores potentes
Por 1.813.000 pesetas –10.896 euros, 23.808 euros si tenemos en cuenta el IPC hasta 2024–, el 306 XR 1.4 lo tenía todo opcional: cierre centralizado, elevalunas eléctricos traseros. ABS, aire acondicionado… De serie había lo justo, como un volante regulable en altura –pero sin airbag– o elevalunas eléctricos delanteros como elementos destacados. Es decir, tal y como pasa siempre, cuando se buscan precios contenidos, hay que sacrificar algunas cosas.
Bajo el capó, el motor, sin nada deslumbrante, lograba mover el conjunto con cierta soltura. Era cuatro cilindros con 1.360 centímetros cúbicos, compresión 9,3:1, bloque y culata de aleación, dos válvulas por cilindro e inyección, para rendir 75 CV a 5.800 revoluciones y 11,5 mkg a 3.400 revoluciones. La caja de cambios era de cinco relaciones, con unos desarrollos bastante ajustados –la quinta era de 33,18 km/h a 1.000 revoluciones– y las prestaciones, como cabe esperar, justitas.
La velocidad máxima era de 165 km/h, el 0 a 100 km/h lo completaba en 14,90 segundos, para el 0 a 400 metros necesitaba 19,15 segundos y para los 1.000 metros con salida parada se iba hasta los 35,68 segundos. En cuanto a recuperaciones, de 80 a 120 km/h en cuarta requería 15,43 segundos, y en quinta, 24,06 segundos.
El 306 XR 1.4 era una versión básica y cumplía con lo necesario, sin alardes. Sin embargo, compartía con todos sus hermanos de gama el eje trasero con efecto direccional, el mismo que montaba el Citroën ZX pero adaptado, lógicamente, al modelo de Peugeot –era un sistema similar, no una copia directa–. El eje delantero montaba estabilizadora de 17 milímetros, que combinada con un tren de rodaje con una puesta punto que se podría tildar de intermedia –ni blanda, ni dura–, contaba con un comportamiento muy neutro, fácil de controlar y con un gran aplomo.
Llama la atención la falta de una dirección asistida, pero con un peso de 1.020 kilos, tampoco se notaba en exceso, tan solo en maniobras de estacionamiento o similares, por ejemplo.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS