Aún no habiendo ganado ninguna carrera, el Cooper T86 es uno de los monoplazas más simbólicos en la historia de la F1. Y es que, no en vano, se trata del último modelo producido por el mítico fabricante inglés, uno de los más necesarios a la hora de comprender cómo ha evolucionado la ingeniería relativa a esta categoría. Además, rizando el rizo de la mitomanía este Cooper contó con motorizaciones de Maserati, BRM e, incluso, Alfa Romeo. Así las cosas, lo mejor será ir por partes de cara a desentrañar la historia de un monoplaza cargado de buenas historias.
Para empezar, lo mejor será situarse a finales de los años cincuenta. Una época en la que los fabricantes hegemónicos vieron su reinado asaltado por el fenómeno de los “ garajistas “. Llamados así de forma despreciativa por Ferrari y otros equipos confiados en la potencia de sus motores, estos pequeños talleres británicos – con Cooper y Lotus a la cabeza – desafiaron al estado de las cosas en la F1 a golpe de ingenio y audacia. De esta forma, conscientes de su clara inferioridad en materia de potencia, se lanzaron a experimentar con todo lo relativo a la aerodinámica y el peso. De esta manera, sobre las pistas aparecieron diseños tan revolucionarios como el del Cooper T43 de 1958.
El primer monoplaza con la mecánica en posición central-trasera capaz de ganar un GP. Concretamente el de Argentina, llevado por un Stirling Moss en estado de gracia que siquiera tuvo que entrar en ningún momento a los boxes. Sin duda todo un alarde de eficiencia, constatando que aquel nuevo diseño había llegado a la F1 para quedarse. De hecho, aunque los equipos más tradicionales lo recibieron entre burlas y menosprecios, lo cierto es que tan sólo cinco años más tarde no quedaba ni un sólo monoplaza en la parrilla de salida con el motor aún en posición delantera. A partir de aquí, Cooper saltó a la primera línea de la categoría reina del automovilismo, llegando a conquistar el campeonato mundial de pilotos en 1959 con Jack Brabham a los mandos del T51.
Gracias al importador de Maserati en el Reino Unido – propietario de Cooper a mediados de los sesenta – la escudería británica pudo hacerse con motores de la casa del tridente y ganar así sus últimas victorias en la F1
Cooper T86, testigo de los intentos de Alfa Romeo por volver a la F1
A comienzos de los sesenta, la llamada “ noche de los cuchillos largos en Ferrari “ liquidó a buena parte de la vieja guardia de ingenieros presentes en Maranello. Un fenómeno aprovechado por el jovencísimo Mauro Forghieri, quien logró convencer a Ferrari sobre las bondades del motor trasero y otros muchos avances relacionados con el peso y la aerodinámica. Sin embargo, a pesar de la reacción interpretada por Ferrari, la F1 de los años sesenta fue radicalmente diferente a la de los primeros años. De hecho, los en principio pequeños equipos británicos habían llegado para quedarse. Disputando – y ganando – el liderato a las referencias clásicas.
No obstante, tras las victorias consecutivas de Jack Brabham en 1959 y 1960, Cooper no parecía poder volver a lo más alto. Es más, Lotus la había adelantado completamente como escudería británica de referencia. Llegados a este punto, en 1966 al fin pareció reaccionar gracias al estreno del T81 propulsado por un V12 procedente de Maserati montado – por primera vez en la escudería británica – sobre un chasis monocasco a la forma y manera que ya había hecho, precisamente, Lotus. No obstante, aunque el T81 cosechó victorias protagonizadas por John Surtees y Pedro Rodríguez de la Vega, su mayor éxito sólo fue quedar tercero en el Campeonato de Constructores.
Debido a ello, Cooper decidió renovarse en 1967 lanzando el T86. Un monoplaza más estrecho, bajo y ligero que su predecesor. Además, incorporaba multitud de piezas livianas fabricadas en aleación de magnesio así como unos tímidos alerones que, además de entregar carga aerodinámica al tren delantero, eran los primeros usados por Cooper. Respecto al motor, la primera de las tres versiones del T86 siguió confiando en el V12 tres litros firmado por Maserati. Sin embargo, para la temporada siguiente éste fue sustituido por un BRM. Hasta aquí todo normal – y sin victorias – aunque, para 1969, vino una novedad importante.
Fue una pena que no saliera bien la alianza entre Cooper y Alfa Romeo porque, aunque fuera por simple devoción hacia sus respectivas historias, era juntar a dos de las mejores firmas en el ámbito de la competición
Y es que Alfa Romeo – a través de su departamento de competición Autodelta – ya tenía muy evolucionados los V8 de diversas cilindradas con los que propulsaba a sus icónicos Tipo33. Aquellos modelos creados por Carlo Chiti de cara a coronarse en las carreras de resistencia ganando el Mundial de Marcas. No obstante, a nadie se le escapaba cómo, curiosamente, muchos de estos motores cumplían con las normas de homologación de la F1. Es decir, incluso el menos instruido podía atar cabos con facilidad. Intuyendo la forma y manera en la Alfa Romeo añoraba los años de gloria protagonizados por los Alfetta pilotados entre Fangio y Farina. Llegados a este punto, ¿por qué no motorizar a Cooper de cara a ver qué pasaba? Sin embargo, las primeras pruebas del T86C con el V8 de tres litros proporcionado por los italianos no fueron especialmente alentadoras. De esta manera, el proyecto quedó en dique seco y, de hecho, la propia Cooper se retiró de la F1 en 1969, convencida de no poder revalidar sus días de gloria. Eso sí, el V8 de Alfa Romeo encontró acomodo en el McLaren M7D de 1970. Pero esa, alfistas si los hubiera al otro lado de la pantalla, es otra historia que os contaremos próximamente.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS