El BMW M3, el coche definitivo. El que hoy atraviesa la generación G80, pero se encuentra en espera para adoptar el lenguaje Neue Klasse con el siguiente capítulo, que hasta podría llegar con opciones híbridas ligeras. El M3, un alemán que, miremos hacia adelante o hacia atrás, nunca deja de estar… de ser presente. ¿Con cuál de sus seis generaciones te identificas más? Pues bien, deja que te comparta algunas apreciaciones sobre dos etapas conjuntas, una subsiguiente de la otra, en las que intuyo que está la respuesta, tan personal como universal.
¿BMW M3 E36 o BMW M3 E46? Cualquiera sea la predilecta, nos situamos en los años dorados del ícono de la Serie 3 y me atrevo a decir que ambos fueron los mejores BMW M3. De los noventa a los dos mil, vaya transición para las concepciones de los coches y sus diseños, de sus líneas, sus proporciones, las disposiciones de las partes. Las posturas de los automóviles, los cortes entre secciones de carrocería… Las formas. El E36 y el E46. Juntos son un exponente del gran y disruptivo cambio visual que implicó el cambio de siglo en la industria.
Reconozco que es un deseo pendiente por cumplir tomar el volante de alguno de los dos, porque la reputación les precede y, quienes conocen cómo se mueve, saben que hay bastante que confirmar al respecto. Un quiebre se dio en la introducción del modelo 1996, cuando el incremento de cilindrada del seis cilindros –con sus 3,2 litros pasó a producir hasta 321 CV– fue una entre tantas mejoras. El M3 de ese año convirtió a la segunda generación en un cupé más preparado desde el chasis. Años más tarde, con la llegada de la tercera generación, la masterpeace bávara continuó por la senda de la búsqueda del andar más completo posible. ¿Qué dijeron los medios de la época?

Los mejores BMW M3: El comportamiento en recta y curva
En su número 1.906 publicado en enero de aquel ‘96, la revista Autopista atendió las modificaciones imprescindibles, ineludibles en cualquier reseña, como la distribución variable trabajando también en las válvulas de escape, el paso de las cinco a las seis velocidades de su caja manual ahora secuencial y una mejorada gestión electrónica, pero en sus líneas dan cuenta de una simbiosis entre adaptaciones puntuales en las suspensiones y el chasis lo suficientemente virtuoso como para asumir el aumento de potencia sin necesidad de aplicar grandes cambios a las anteriores.
“El coche se muestra muy equilibrado por lo que se refiere a estabilidad en cualquier tipo de terreno. Sobre firme irregular y en carreteras viradas la agilidad es notable y la instantaneidad de respuesta del tren delantero a las órdenes del volante es pasmosa (…) En zonas rápidas y con buen asfalto dispone de una excelente estabilidad lineal y las trayectorias se pueden mantener con una buena precisión”, se leyó en una de sus páginas. El M3 nos ha acostumbrado a pensar en él desde sus dotes de conducción tanto en rectas como en giros, sin importar la generación. La revista Automóvil probó en 2001 al E46 y esto dijo:
“Un comportamiento en curva sobresaliente, eficaz al máximo, vivo pero no violento o indómito (…) La línea fascina desde el primer momento. Y eso que, según sus creadores, en este automóvil la forma siempre obedece a la función. Por eso cuenta con el llamativo power-dome o joroba en el capó, necesaria para alojar el poderoso seis cilindros (…) Las rectas desaparecen con una facilidad pasmosa mientras los coches adelantados se convierten en escasos segundos en puntitos en el retrovisor”. A bordo de un pequeño Ford, fui alguna vez ese punto en el retrovisor. Un BMW adelantándote a más de 200 km/h y esfumándose en un abrir y cerrar de ojos. Te quedas congelado por unos segundos.

Forma, función y apreciaciones finales
En efecto, la forma obedece a la función. La tercera generación, además de marcar el quiebre estético, trajo al M3 no solamente un aumento en la longitud, sino también anchos de vía y de carrocería superiores respecto de su antecesor. Como consecuencia, los pasos de rueda también se vieron aumentados. Junto a retoques clave como una dirección asistida más precisa, los anclajes reforzados de los amortiguadores delanteros y el aligeramiento de los componentes suspendidos producto del uso de aluminio, esta nueva disposición de lado hizo del M3 un coche todavía más completo en curvas y confiable incluso sin el control de estabilidad.
Pero la forma obedecía a la función hasta en detalles que a golpe de vista pueden parecer insignificantes e inocuas. Lejos de esto último, recordemos las branquias laterales ubicadas justo detrás de los pasos delanteros, ya que, además de representar todo un símbolo visual del M3 E46, estas ranuras actuaban en el deportivo alemán como un mecanismo de refrigeración de la unidad de control electrónico. Llegando al cierre de estas líneas, si el M3 se ha identificado siempre por el carácter deportivo primero de sus virtudes de manejo y luego de las cifras de prestaciones, estas dos generaciones fueron las definitivas, las de culto. “El verdadero coche de los sueños”, he leído por ahí, entre comentarios de aficionados, sobre el E46.
No todos los coches dosmileros me conmueven tanto como el E46. Nunca fui un gran admirador de las amplias y abiertas líneas de techo. En el M3 de tercera generación, esta característica es fácil de digerir dado que forma parte de un concepto de diseño en el que encaja a la perfección con las otras secciones. Es una apertura de techo contenida y discreta, que sabe dialogar con la caída y la imponente postura trasera. Un por demás logrado arquetipo de redondo cupé deportivo. Por otro lado, el E36 es el que hace que más me detenga a verlo como si fuese la primera vez cuando, por esas casualidades, lo encuentro aparcado, como uno más, entre vehículos mundanos, sin levantar la voz, como queriendo pasar desapercibido, aunque eso, en un M3, sea algo imposible.
Mauro Blanco
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