No hay nada mas entretenido en una película que una buena persecución por las calles de una ciudad, donde se suceden todo tipo de vicisitudes protagonizadas por cualquiera de los implicados. Esto se dejó bien claro en Bullit, que por iniciativa de uno de sus protagonistas, dejaría huella en las retinas de sus espectadores durante treinta años, hasta la llegada de otro memorable filme, Ronin.
Bullit fue un trabajo conjunto entre la Warner y la productora perteneciente al rey midas del mundo cinematográfico americano de la época, Steve McQueen. Se estrenó en octubre de 1968 y automáticamente se convirtió en un éxito en taquilla dejando huella en todos sus espectadores, además de recibir el Oscar en la categoría de “Mejor montaje”.
El rodaje de la memorable escena de acción automovilística se rodó en las calles de San Francisco poniendo a prueba la mecánica de un Mustang 390 GT y un Dodge Charger R/T del 68, aportando ese punto de realismo y de autenticidad que no se conseguiría en un plató. Para este menester contaron con la ayuda de 8 especialistas de cine especializados en conducción, entre los que destacaría un nombre, Bud Ekins. A parte de realizar las escenas de acción supuestamente protagonizadas por Steve McQueen a lomos de una Triumph TT 650 en “La gran evasión”, convenientemente camuflada, fue quien tuvo que dejarse caer de una moto durante más de 20 metros en la gran persecución de Bullit. Aunque este especialista era un poco más alto, tenía un cierto parecido físico con McQueen, hecho que le ayudó a sustituir a este en la bajada por las colinas de la ciudad californiana.
Puede que realizar los saltos protagonizados por el Mustang nos resulte una actividad divertida bajando la calle de Taylor Street, pero no resulta una actividad ni mucho menos segura, sobre todo cuando se va a cierta velocidad y cualquier problema mecánico puede terminar en un choque o en un vuelco interminable hasta la parte inferior de la calle. Aunque todos los coches estaban preparados para la ocasión, los especialistas encargados de conducir los dos coches protagonistas, tuvieron que realizar los famosos saltos sin casco.
El nivel de realismo fue tal que el rodaje en el cruce, donde da comienzo la persecución, se realizó en tráfico abierto. Los especialistas tuvieron que subirse en varios coches para controlar y dejar despejado el trafico en la zona en donde el conductor del Charger, Bill Hickman (en realidad era uno de los especialistas) acompañado del actor Paul Genge, se pone el cinturón para posteriormente pisar el acelerador y dejar un rastro de humo tras de sí.
En cuanto a los coches elegidos para la película, en principio se tenía pensado utilizar dos vehículos de la marca Ford debido a que Warner tenía un acuerdo con esta marca automovilística. Se barajó la opción de utilizar un Mustang y un Galaxie pero el peso de 1830 kg de éste, resultaba excesivo y por iniciativa de McQueen se optó por un Dodge Charger. Tampoco es que este último fuese una pluma con sus 1690 kilos pero de cara a la trama de la película, la opción del actor fue del todo acertada.
Como supongo que alguien se habrá preguntado en algún momento cómo eran estos coches en realidad, a continuación vamos a echarle un ojo a cada uno de ellos. Los que no, seguro que encontrareis otro interesante artículo en la web de Espiritu Racer.
Mustang 390 GT, “el bueno”
El Ford Mustang partió de la idea de un tal Lee Iacocca, director general de Ford, para motorizar a la generación fruto del babyboom producido tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue un coche de 3 puertas, de contenidas dimensiones (4663 mm de largo) y de clara inspiración europea creado a través de los lápices de Joe Oros.
El coche resultó ser un rotundo éxito de ventas llegando a venderse más de 400.000 unidades el mismo año de su lanzamiento, 1964. El fruto de esa notoriedad no sólo fue debida al propio coche sino también a la gran campaña publicitaria de la marca americana, haciendo que incluso apareciese en una de las películas del agente secreto menos secreto del mundo, James Bond, en el filme Goldfinger.
Basado en el Ford Falcon, se lanzó al mercado con la posibilidad de combinar sus dos tipos de carrocerías, coupé y descapotable con las tres motorizaciones disponibles, un motor de 6 cilindros en línea y 2,8 litros con 101 CV, un V8 de 4,3 litros con 164 CV y otro V8 de 4,7 litros con 210 CV. Con el tiempo fue incorporando nuevos motores, equipamiento y una nueva carrocería denominada fastback, con la luneta trasera llegando casi al borde de su parte trasera y siendo esta la versión elegida para protagonizar la película Bullit.
El Mustang disponía de un chasis autoportante con una suspensión delantera independiente de paralelogramo deformable, con ambos brazos realizados en chapa estampada, estando el inferior guiado por un tirante en disposición oblicua y anclado al chasis. Para el control de estos elementos se contaba con un conjunto muelle-amortiguador en disposición coaxial conectando el brazo superior de la suspensión con el chasis. Con respecto a la suspensión trasera, recurrieron a un eje rígido controlado mediante ballestas semielípticas y amortiguadores, que aunque no era un sistema de última tecnología, sí que era simple y efectivo.
Continuando con la suspensión trasera, el Ford tenía un problema cuando se aceleraba bruscamente tanto hacia adelante como hacia atrás, mostrándose un ejemplo de ello en la secuencia de la persecución en la cual se ve a Steve McQueen dando marcha atrás, a la vez que provoca una nube de humo por haberse pasado de frenada. Se pudiera pensar que ese rebote se debía a la falta de peso sobre el tren trasero y no iríais desencaminados, pero además de eso, era debido a la falta de rigidez de las largas ballestas y a su incapacidad de absorber el par generado por la transmisión.
Al acelerar, el eje trasero transmite el giro a las ruedas traseras, que al encontrarse con la resistencia del suelo, hace que todo el eje rígido tienda a girar hacia atrás (en sentido contrario al de las ruedas), deformando las ballestas y provocando que éstas adopten forma de S. Como sólo se pueden deformar hasta cierto límite, estas se recuperan a su estado inicial haciendo que la rueda pegue esos saltos. Este efecto se podía subsanar recurriendo al mercado auxiliar, montando una barra anclada a cada lado del eje y fijada al chasis, controlando así la torsión generada por la transmisión.
En el año de filmación de la película, se podía adquirir un Mustang con motores que partían del sencillo 6 cilindros en línea de 3,2 litros y 115cv de potencia, hasta el V8 de 6,4 litros con 340 CV que llevaba el 390 GT. Era un motor colocado longitudinalmente en el coche, con sus 8 cilindros formando una V a 90º, alimentado por un carburador de 4 cuerpos y con un sistema de distribución formado por un árbol de levas situado en el bloque motor que accionaba las válvulas mediante varillas y balancines a través de taques hidráulicos. La potencia máxima se conseguía a un plácido régimen de 4800 rpm con un par máximo de 580 Nm a 3200 rpm y se transmitía al suelo mediante una caja automática con convertidor de par de 3 velocidades o una caja de cambios manual de 4 velocidades de relaciones tirando a cortas (todas las marchas eran sincronizadas).
Gracias al potencial desarrollado por el motor se podían obtener unas dignas prestaciones de 200 km/h de velocidad máxima y una aceleración de 0-100 km/h de 7,5 segundos arrastrando un lastre de unos 1500 kg. Todo esto repercutía en su consumo medio de 20 litros a los 100 km que se obtenían de un capaz depósito de 64 litros.
La configuración de la cabina del fastback era 2+2, con dos asientos individuales delanteros y dos traseros, que por su amplitud y comparándolas con las de un Porsche 944, eran más utilizables aunque tampoco es que se tuviera mucho espacio a la altura de los hombros. Estos asientos se podían abatir para ampliar la exigua capacidad del maletero, con un volumen utilizable de 150 litros.
El salpicadero estaba coronado por una visera acolchada que impedía el reflejo de la luz sobre un cuadro de instrumentos situado en una posición baja y casi vertical, compuesto por 5 relojes y varios indicadores luminosos. Contaba con dos grandes esferas indicando la velocidad y las revoluciones del motor además de tres más pequeñas dedicadas a la temperatura del motor, la presión del aceite y el nivel de combustible en el depósito. En cuanto a los 4 testigos luminosos, solamente indicaban el encendido de cada uno de los intermitentes, el encendido de los limpiaparabrisas y un posible desequilibrio de los frenos entre la línea hidráulica que accionaban los frenos delanteros y la que accionaban los frenos traseros.
Sobre el equipamiento interior, puede que no nos extrañe mucho hoy en día, pero por aquel entonces y sobretodo en el mercado americano tenía cosas curiosas como la palanca de la caja cambios situada entre los dos asientos y no tras el volante como en muchos coches de la época. También podía disponer de aire acondicionado, de control de velocidad de crucero siempre que se instalase la caja de cambios automática, dirección asistida, una “lujosa” tapicería de vinilo, volante regulable, radio AM/FM-FM Stereo con control de balance y reproductor de 8 pistas (el antecedente del casete, que a su vez es el antecedente del CD, que a su vez es el antecedente del MP3,…), cinturones de seguridad de 3 puntos (no autotensables),…
A todo este equipamiento, habría que añadir un curioso sistema que facilitaba la salida y entrada del conductor en la cabina, el cual hacía que el volante se desplazase automáticamente hacia arriba y hacia la derecha cada vez que se habría la puerta izquierda. Eso sí para que el volante retornase a su posición inicial, la operación había que realizarla manualmente.
El equipamiento deportivo opcional GT que montaba el Mustang no se centraba solo en el aspecto exterior, incluyendo por ejemplo una rejilla frontal con faros antiniebla (el coche de la película no la tenía) o 4 salidas de escape, sino también en el rendimiento. Incluía neumáticos más anchos montados en llantas de acero de aspecto deportivo, suspensión más rígida y frenos de disco delanteros cuando se montaba el motor de 6,4 litros (por lo general el coche montaba 4 tambores de freno siendo opcional el montaje de discos en el tren anterior).
El Mustang GT 390 se comportaba mucho mejor que muchos coches de la época, no solo por su “contenido” peso sino por unos amortiguadores más rígidos y una barra estabilizadora de mayor sección. Además, a partir de 1967, Ford modificó la geometría del tren delantero adoptando la configuración del Shelby GT-350 consistente en mover la ubicación de la articulación del brazo superior a una posición más baja. De esta manera la rueda delantera mantenía un mejor contacto con la carretera en toda la carrera de la suspensión.
Con respecto a la competencia, su peso contenido, sus neumáticos deportivos, el agarre propiciado por su diferencial de deslizamiento limitado (opcional) y su distancia entre ejes de 2,7 metros, le daban una notable agilidad y estabilidad en curva. Pero en cambio no le salvaban de su comportamiento subvirador propiciado entre otras cosas por el reparto de pesos entre ejes de 58/42.
Dodge charger R/T 440, “el malo”
La aparición del Charger en 1966, más que por una estrategia empresarial propia por parte de Chrysler (propietaria de Dodge) como ocurrió con el Mustang, su nacimiento se debió a la forma de responder a las nuevas demandas del mercado automovilístico y combatir el éxito del coche de Ford y al Pontiac GTO. La gente había sucumbido a la potencia sin límites de los Muscle Car.
Su primera generación con una estética y características parecidas a la del coche de la marca del óvalo, con una carrocería fastback en configuración 2+2, no tuvo demasiadas ventas. Estaba basado en el Dodge Coronet y podía elegirse con 4 poderosos V8 cuyas cilindradas iban de los 5,2 litros hasta los 7 litros con un rango de potencias que partían de los 233 CV y llegaban hasta los 430 CV. La potencia no era la causa de que no atrajera al público pero parece ser que sí lo era su estética, en donde un enorme y desproporcionado voladizo trasero rompía el equilibrio del diseño de su carrocería.
En 1968 se presentó la segunda generación con una atractiva línea basada en el diseño tipo “botella de Coca Cola” imperante por aquel entonces, el cual estaba definido por poseer una estrecha cabina combinada con unos prominentes pasos de rueda. A estas características había que añadir unos enormes pilares B con la luneta escondida tras ellos, estilo parecido que poseían deportivos europeos como por ejemplo Ferrari. Otro detalle que define los rasgos de este coche, elaborado por el diseñador Richard Sías, es el frontal con su enorme boca de color negro donde se ocultaban los faros detrás de una rejilla de finas barras verticales.
El chasis era autoportante y las suspensiones delanteras al igual que en el Ford eran de paralelogramo deformable de doble brazo de chapa estampada, con el inferior guiado mediante un tirante oblicuo. A este mismo brazo se ancló el amortiguador, la barra estabilizadora y una barra de torsión que actuaba como elemento elástico. En el eje trasero se confió el control del eje rígido a dos amortiguadores y a dos ballestas semielípticas que lo fijaban al chasis, teniendo la derecha de estas ultimas, una hoja más para controlar el par generado por el árbol de transmisión.
Con un interior más espacioso que el Mustang, el Charger podía llevar a 3 adultos en las plazas traseras y a dos en los asientos delanteros, donde se podían controlar los 6 relojes posicionados en un panel de instrumentos inclinado y debajo de la visera acolchada del salpicadero. Además del cuentarrevoluciones y del obligatorio velocímetro, contaba con un indicador de nivel de gasolina, un reloj de temperatura del agua del motor, otro para la presión del aceite y finalmente un indicador de la intensidad generada por alternador. A estos les acompañaba diversos interruptores y varias luces para avisar de la activación de los intermitentes y del fallo en las líneas hidráulicas de los frenos.
Además de no disponer de más información, el piloto tenía que lidiar con un inconveniente producido por su llamativo diseño. Este era el gran ángulo ciego producido por su enorme pilar B, que hacía que fuese difícil controlar los límites de los casi 5,3 metros de largo que media el vehículo. A su favor hay que decir que contaba con un maletero mejor que el del Mustang, con 320 litros de capacidad, aunque menor que el de un actual SEAT Ibiza.
Por esas fechas se tenía disponibles 5 motorizaciones V8 para elegir, desde uno de 5,2 litros y 233 CV hasta el Hemi de 7 litros y 430 CV alimentado por dos carburadores de cuádruple cuerpo. Pero el que se eligió para la película fue el 440 Magnum de la versión R/T, que tenía una cilindrada de 7,2 litros y producía la nada desdeñable potencia de 380 CV a 4600 rpm con un enorme par de 650 Nm a 3200 rpm. Alimentado mediante un solo carburador de 4 cuerpos podía hacer que el Charger de casi 1700 kg de peso llegase hasta los 185 km/h y realizase el 0-100 km/h en 7 segundos. Este V8 a 90º con el árbol de levas en el bloque y distribución mediante varillas y balancines con taqués hidráulicos (seguro que os suena esto), no tenía los problemas de puesta a punto del motor Hemi y podía llegar a consumir de media unos 24 litros. Cualquiera se puede imaginar que en conducción deportiva el depósito de 72 litros no daba para mucho.
La tecnología del automóvil americano parece que no se había desarrollado para tener un buen manejo en zonas viradas, obteniendo como resultado que el Dodge subvirase de forma acusada con una llamativa inclinación de la carrocería. Y eso que la versión R/T tenía una suspensión más rígida. En lo respectivo a los frenos, la evolución tampoco llegó a este coche, ya que disfrutaba de frenos de tambor en las cuatro ruedas a los que no les gustaba mucho el esfuerzo continuado. Opcionalmente se podía dotar al eje anterior con un sistema de discos.
Con poco más de veinte centímetros de distancia entre ejes que el Mustang y un diferencial de deslizamiento limitado en el eje rígido trasero, el Charger disfrutaba de más estabilidad a la hora de controlar la potencia de su motor pero de un comportamiento más torpe y menos ágil en zonas con curvas. También tenía el mismo problema que el Ford con la suspensión trasera a la hora de transmitir de golpe los casi 400 CV de potencia al suelo a través de la transmisión automática de 3 marchas o la manual de 4. Pero el comentado rebote de las ruedas traseras debido a la deformación de las ballestas, se producía en menor medida gracias al mayor peso que recaía sobre el tren trasero.
En esta ocasión el caballo del “malo” no era tan lento. Al menos en línea recta.
Modificacines en los coches de la pelicula
Ni que decir tiene que los coches fueron preparados para el trato duro de la película. De hecho se utilizaron dos coches tanto del Charger como del Mustang, siendo uno de ellos el que se llevaría el trato más duro por las colinas de San Francisco. Cada uno de ellos se benefició de una suspensión reforzada con muelles, barra estabilizadora y amortiguadores más rígidos y se eliminaron sistemas como la dirección asistida y el aire acondicionado, ademas de llevar de fábrica transmisiones manuales de 4 velocidades. De cara a la seguridad, montaban frenos de disco en el eje delantero (el Mustang los llevaba de serie), se cambiaron los neumáticos y se instalaron jaulas de seguridad antivuelco.
En lo que respecta a la estética, el Mustang sufrió un proceso de maquillaje, añadiendo algún que otro desperfecto en la carrocería, cambiando la parrilla delantera además de eliminar detalles en cromo y de incorporar llantas Torq-Thrust de magnesio de la marca American Racing.
A todo esto, a los coches se les dotó de un poco de magia de película, incorporando soportes en los bajos para poder instalar las cámaras de rodaje y tener tomas del interior de los vehículos. También se le dotó de conductos en los pasos de rueda, para poder insuflar humo hacia los neumáticos, en los momentos en que quemaban rueda en las aceleraciones.
Aunque Bullit es una de las películas reconocidas entre otras cosas por la gran persecución protagonizada por Steve McQueen, también es un filme caracterizado por su realismo, su suspense y por la acción, digna de ver de principio a fin aunque desde el comienzo se esté esperando el momento culmen de la trama.
Javier Gutierrez
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