Entendí que este Daihatsu Charade XTE modelo 1980 podía estar tapado por una cantidad mucho mayor de Beetles que la que ya de por sí invadía, y a pesar de todo ello, en realidad, nada podía eclipsarlo.
Segunda parte de mi visita al último Autoclásica. En la crónica les anticipaba que, de camino a la salida, el pilar prominente de un compacto que asomaba eclipsado por unos cuantos Volkswagen Sedán y rezagado en los límites del predio, me había llamado la atención suficiente como para acercarme. Minutos después, conversando con su dueño, confirmé que no estaba solo en este mundo, que a pesar de estar escondido, este coche había recibido mucho cariño del público.
“¡Mirá que está acá, último, eh! Y no sabés la cantidad de gente que lo viene a ver”, me contó Rodrigo Llano, propietario de este pequeño pedazo de historia de la ingeniería japonesa. Entonces entendí que este Daihatsu Charade XTE modelo 1980 podía estar tapado por una cantidad mucho mayor de Beetles que la que ya de por sí invadía, y que a él podían anteponerse todos los BMW Isseta que quisieran –que los había y que hasta convocaban abriendo el capó lateral, enseñando el motor, encendiéndolo y haciendo que se expresara su sonido gruñón– y a pesar de todo ello, en realidad, nada podía eclipsarlo.
Ni siquiera los alemanes de alta gama. “¡A veces voy por la ruta, pasa un Mercedes-Benz o un BMW nuevo y se pone a la par para saludarme!”, me confesó Rodrigo. Hasta cierto punto, este Charade, con su mecánica original, con los 49 caballos de potencia máxima que el tres cilindros con desplazamiento inferior al litro –980 centímetros cúbicos, para ser exacto– envía a través de su caja de cinco velocidades, puede viajar a la par de un vehículo superior en prestaciones sin comprometer nada. Es un compacto muy liviano, capaz de ir por carretera a 140 km/h sin problemas, sin comprometer ni siquiera el rendimiento de combustible, pues su consumo es de unos 22 kilómetros por litro. Entonces, nos tomamos un minuto para contextualizarlo, hablando al pasar de los eficientes compactos japoneses de su época, de la tradicional tendencia de los microcoches asiáticos fabricados para tal fin, en años en que el consumo se había vuelto prioridad global.
En este japonés de tres puertas con carrocería naranja –Rodrigo me aseguró haber repintado el capó, que se había quemado por el sol– no había nada que no fuese original. Además de su motor y de su caja de quinta, se veían dentro del ejemplar –qué bonita sensación me generó abrir la puerta, bajo el permiso y la amabilidad del hombre– los altavoces Pioneer, unos parlantes “bien de los ‘80” que la agencia te instalaba el pasacasete. El pasacasete, disponible como opcional durante la producción del modelo, ya estaba en el coche cuando Rodrigo lo adquirió, al igual que la guantera de herramientas y el criquet. También el aire acondicionado, que se obtenía como parte del equipamiento estándar.
Cuando me hablaba de la concurrencia que atraía su coche a pesar de estar ubicado en una zona para nada neurálgica, Rodrigo, en realidad, estaba haciendo hincapié en las características más particulares e identitarias de su Charade, del Charade.
Daihatsu Charade XTE 1980: El ojo de buey, su gran sello
“¡Mirá que está acá, último, eh! Y no sabés la cantidad de gente que lo viene a ver. Todos van a lo mismo, van a las luces de atrás, van al ojo de buey”. El ojo de buey, esa pequeña ventanilla trasera redonda ubicada a los laterales, es el sello insignia de este modelo japonés. Entonces recordamos casos icónicos como el Ford Thunderbird y lo diferenciamos, ya que el americano llevaba el ojo en la capota desmontable.
En esa sección es que el coche revela una de sus importantes resoluciones. En un cupé de sus características y dimensiones, las ventanas de los pasajeros no son estériles ni se abren y cierran como las de esquina con pestillo, de limitada ventilación. En el XTE, las ventanas se accionan por manija de elevalunas manual y se abren por completo. Pero con esta configuración, estas ventanas no podían ocupar todo el espacio hasta la caída del pilar trasero, debido a la aproximación con las cubiertas. De allí el recortado diseño de estas ventanas –bien logrado funcional y estéticamente– y los adicionales ojos de buey para compensar.
El historial, el uso y lo sentimental
Lo utiliza y lo comparte con el mundo, pero lo mantiene como un tesoro sin atesorarlo ni protegerlo bajo siete llaves.
De parte de Rodrigo, considero una virtud y una muy acertada postura la de manejar con frecuencia su Daihatsu 1980, en lugar de conservarlo como coche-museo: “No te digo que todos los días, pero dos veces por semana lo uso para ir a trabajar”. No nos confundamos. El valor de un coche no se limita al estado en que se encuentra y no es necesariamente proporcional al celoso y egoísta cuidado que se le da. Llano lo utiliza y lo comparte con el mundo, pero lo mantiene como un tesoro sin necesidad ni voluntad de atesorarlo y protegerlo bajo siete llaves.
Hace 10 años que este Charade es propiedad de Rodrigo. Hasta su compra, había pertenecido a una pareja de personas mayores y había sido manejado por la joven sobrina de estas personas. La muchacha, en los días en que lo manejaba, había llegado a pintar las llantas con aerosol negro. Luego lo pusieron a la venta para comprar un Chevrolet Cruze. Allí apareció Rodrigo, para, entre otras cosas, echar mano al color de las llantas profanadas. “Siempre quise tener este auto. Siempre quise este auto cupé y naranja”, me confesó.
Un japonés que, aunque tenga su sobrada faceta exótica, está en las antípodas de la ostentación.
A decir verdad, la peculiar configuración de ojo de buey no era lo único que atraía a los visitantes del Autoclásica. “La gente viene acá y le encanta, más por el auto, por los recuerdos que le trae”, agregó. Es evidente que este modelo tiene mucho de enigmático. “Todos tuvieron un familiar en los años ochenta que se había comprado este auto”, se enorgulleció.
Por momentos, Rodrigo se permitió hablar de su Daihatsu Charade XTE 1980 con el corazón en la mano. Indagando en su cuenta de redes sociales, a una sesión de fotos de su coche japonés la acompañó de la siguiente frase: “Dicen que rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita”. Hace 10 años que no necesita más que este modesto compacto, un japonés que, aunque tenga su sobrada faceta exótica, está en las antípodas de la ostentación. Con otras palabras, en la conversación tocó este tema: “Podés tener mucha plata, pero esto no lo conseguís con mucha plata. No es un tema de plata. Es conseguir este auto, que tenga 44 años. Ojalá que quede en la familia siempre”.
Mauro Blanco
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