El Lamborghini Diablo 6.0 VT no es un coche cualquiera. Lo sacaron en el año 2000, y era como el canto de un cisne poseído, pues eso, por el Diablo, un modelo que llevaba desde 1990 dando guerra. Si no estás muy puesto en coches, este es el resumen: es un bicharraco con un motor V12 de 6 litros que suelta 542 caballos, y suena como una estampida de Miuras. No es solo que corra mucho, es que te hace sentir algo especial, como si estuvieras domando a una bestia. El primero que fabricaron, el chasis 12293, se usó como coche de prensa, y todavía hoy transmite esa fuerza bruta de los superdeportivos de los 90.
Lo mejor de este Diablo es que llegó justo cuando Lamborghini estaba cambiando. Audi se había hecho con la marca un par de años antes y este coche fue como un puente entre lo salvaje de los 90 y algo un poco más civilizado. Tiene tracción a las cuatro ruedas, que lo hace más fácil de llevar que los de antes, pero no te engañes, porque sigue siendo un coche que te exige atención. Si no tienes ni idea de supercoches, imagina que es como subirse a un toro mecánico en una feria, pero con un volante y un pedal que te pegan al asiento.
El chasis 12293 está pintado en un amarillo chillón que llaman Giallo Orion. Lo tuvieron en Alemania y los dueños lo han tratado como una joya. Tiene 37.757 kilómetros, que no son pocos, pero cada revisión está documentada como si llevara un diario. En 2015 le metieron 51.000 euros al motor, y en 2023 le cambiaron los líquidos. Para alguien que no entiende de esto suena a locura, pero es que un coche así no se lleva al taller de la esquina; es como un reloj suizo que necesita un maestro relojero.
Tampoco es que sea sólo un coche para posturear. Este Diablo se usó en sesiones de fotos y pruebas de carretera, y después pasó a manos privadas con un mantenimiento ejemplar. Se acaba de subastar en el Concorso d’Eleganza de Villa d’Este (el mismo donde apareció ese Alfa Romeo 8C Zagato del que hablábamos aquí), y no es raro que cause revuelo. Es un trozo de historia con ruedas, conservado tan bien que parece recién salido de fábrica.

Cómo se ve y cómo se nota
El diseño del Diablo 6.0 VT es de esos que son capaces de disparar un radar estando parado. Tiene ese tipo de puertas que suben como alas, un morro bajo que parece que va a comerse la carretera y unas llantas que gritan años 90. Los faros, reciclados de un Nissan 300ZX, le dan un toque friki y resultón. No hace falta saber de coches para que te llame la atención; destaca más que la nave de ET aterrizando en Plaza Castilla.
El interior no se queda atrás. Audi metió mano y le puso aire acondicionado y unos asientos decentes, aunque sigue siendo apretado y un poco incómodo. Entrar es como hacer yoga (y más te vale ser flexible), pero una vez dentro, te sientes en tu propio paraíso. Aquí no se trata de comodidad, sino de sensaciones. Y en eso, va sobrado.
Comparado con los Diablo anteriores, este interior roza el lujo. Los asientos son de alta calidad, el climatizador enfría de verdad y hasta tienes ganchos para colgar la chaqueta. Pero no te equivoques: no es un coche para pasear tranquilo. El ruido del motor te acompaña a cada momento, recordándote que estás a los mandos de algo muy especial.
El chasis 12293, con su pintura amarilla y estado de revista, es una muestra de que un coche puede ser arte. Ha tenido mantenimiento a conciencia: en 2010 revisión general, en 2015 la gorda del motor, y en 2017 embrague y bomba de aceite. Para los profanos, esto puede sonar técnico, pero lo importante es que el coche está al día y listo para lo que le eches.

El motor: pura música
Si hay algo que define al Diablo 6.0 VT, es su motor V12 de 6 litros. Sin turbos ni artificios modernos en un bloque atmosférico que ruge como una mala bestia. Con sus 542 caballos y una caja de cambios manual de seis marchas, este coche no te lo pone fácil: hay que saber llevarlo, pero cuando le pillas el punto, es una experiencia que engancha.
Este V12 es especial porque fue uno de los últimos “purasangre” de Lamborghini antes de que llegaran los turbos y la electrificación. Es un motor que empuja con fuerza, pero también comunica: cada acelerón es una conversación. Para alguien ajeno a este mundo, sería como asistir a un concierto sinfónico sin entender de música, pero saliendo con la piel de gallina igualmente.
La caja manual también aporta lo suyo. Cambiar de marcha aquí no es dar un toque al dedo: es un ritual. El clic metálico de la palanca en H, el tacto, el ruido… todo te conecta con la máquina. No es como los automáticos de ahora que lo hacen todo solos; aquí mandas tú, y cada decisión importa.
El coche gana en estabilidad gracias a la tracción total, pero no hay que confiarse porque sigue siendo un toro bravo. Lo bueno es que está en un estado impecable. Ha vivido, sí, pero está fresco como el primer día como uno de esos superdeportivos que siguen dando guerra aunque pasen los años.

Por qué mola tanto este en concreto
El chasis 12293 tiene su encanto por ser el primero de los 343 Diablo 6.0 VT fabricados. Fue el que se usó para las fotos oficiales y las pruebas, con matrícula italiana “BK100YE”, antes de irse a Alemania con la placa “KN-MB 11”. Ahora, en mayo de 2025, se ha subastado en Villa d’Este, y es lógico que se haya formado expectación.
Este Diablo marca el final de una era en Lamborghini. Fue el último antes del Murciélago, y simboliza esa transición hacia coches más pulidos pero sin perder alma. Para los que amamos los deportivos de verdad, es como el último álbum bueno de una banda antes de venderse: aún tiene garra, pero ya se nota la evolución.
El historial es intachable. Desde fábrica ha estado en buenas manos, con mantenimientos constantes y detallados. Las revisiones de 2010, 2015, 2017 y el cambio de líquidos en 2023 confirman que no es una pieza de museo olvidada. Es un coche que ha sido disfrutado con cabeza.
Por eso, en la subasta de Villa d’Este, han volado las tortas en forma de billetera. No solo es el primero de su serie, sino que está en un estado espectacular. Para el aficionado, es como encontrar un vinilo raro sin un solo arañazo, y para los fans de verdad, es directamente un sueño que huele a gasolina y suena a gloria.
Jose Manuel Miana
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