Decir que el coche deportivo asequible ha muerto sería exagerado, pero nadie que esté mínimamente atento al panorama puede negar que algo huele raro. Hay síntomas que están claros: los precios se alejan cada vez más del común de los mortales, las transmisiones manuales están en peligro de extinción, las regulaciones acorralan a la diversión, y el consumidor medio que parece más interesado en pantallas grandes que en un buen diferencial trasero. En resumen: no está muerto, pero está en ello.
Por supuesto, aún hay algo de vida. Quedan modelos como el Mazda MX-5 Miata, el Toyota GR86 o el Subaru BRZ, que siguen ofreciendo lo esencial: ligereza, motores atmosféricos, tracción trasera y cambio manual. Lo malo es que hace falta hipotecarse para tener uno. Están muchos por encima de los 40.000 euros, lo cual casi los coloca en la categoría de coches “prémium”. Lo triste es que eso ahora parece una ganga.
Hay que mirar más allá del precio. El problema es que estos coches son cada vez más una rareza. No solo porque hay pocos modelos, sino porque el interés por ellos es cada vez más de nicho. Las marcas lo saben, los concesionarios también, y el resultado es que su viabilidad está en entredicho. La pregunta ya no es si quieres uno. La pregunta es si llegarás a tiempo antes de que desaparezcan.
El golpe final podría no venir de las ventas o de la demanda, sino de Bruselas, de California o de cualquier otra oficina donde alguien con traje y sin carnet de conducir firme una norma que haga imposible fabricar un coche ligero, rápido y asequible sin electrificarlo, hibridarlo o embutirlo en capas de sensores y baterías que lo matan por dentro.

Quién queda en pie (y por cuánto tiempo)
Aunque el panorama sea sombrío, hay que ser justos: hay fabricantes que siguen creyendo en el coche deportivo con alma y sin extras absurdos. Mazda ha hecho del Miata su estandarte, Toyota sigue defendiendo su dupla GR86 y GR Yaris (aunque este último esté más cerca del hot hatch que del deportivo clásico), y Honda mantiene el tipo con el Civic fuera de Europa, aunque ya sin el sabor de antaño. Hay resistencia, pero no es precisamente una ofensiva.
La lista sigue con nombres como el Volkswagen Golf GTI y el Hyundai Elantra N, todos ellos con buenas cifras, planteamientos interesantes y precios que (casi) no te exigen vender un riñón, pero hay matices: el GTI ya no es ese compacto ligero y bruto que era hace 20 años, y el Elantra N suena bien, pero no está disponible en toda Europa.
Lo que llama la atención es que muchos de estos coches, que hace una década eran poco menos que la puerta de entrada al mundo del coche pasional, ahora parecen rarezas entre tanto SUV y crossover con aires deportivos pero sin ningún interés real por la conducción. Los datos lo confirman: en muchos mercados, la mayoría de estos modelos venden menos de 10.000 unidades al año. Es poco. Muy poco para que sigan mereciendo el esfuerzo de ser fabricados.
Hay que decirlo claro: si el Miata o el GR86 desaparecen, no será porque sean malos coches. Será porque a la gente le importa más bien poco el conducir por placer y porque se prefiere lo práctico, lo conectado, lo que tenga pantalla de 15 pulgadas y arranque desde el móvil. El deportivo asequible no muere por culpa de la industria, sino de sus clientes.

Motivos y excusas: entre emisiones y rentabilidad
La industria no lo tiene fácil, porque cumplir con unas normativas cada vez más estrictas encarece el desarrollo, y al final es más rentable electrificar un SUV que optimizar un coupé atmosférico de 1.300 kilos. También hay que entender que los márgenes son los que deciden, y si te cuesta casi lo mismo fabricar un deportivo pequeño que un SUV con más margen de beneficio, ¿cuál vas a promocionar más? Cuenta el dinero, no el cronómetro.
Para colmo, el purismo se paga caro. Mantener las transmisiones manuales, los pesos bajos, los motores atmosféricos y la tracción trasera es una receta que no encaja con los objetivos de sostenibilidad, seguridad pasiva y conectividad que exige el mercado. Todo lo que hace especial a un coche deportivo asequible es, hoy, una desventaja industrial.
A eso se suma el precio de los componentes, la inflación, la escasez de chips, y un consumidor cada vez más endeudado y con menos margen para “caprichos”. Y sí, un coche deportivo es, para el 90 % de la población, un capricho. Que valga lo mismo que un compacto eléctrico con 500 km de autonomía y subvención incluida no ayuda. La racionalidad mata a la pasión.
Si hablamos de electrificación, el panorama se vuelve aún más complicado. Porque sí, hay coches eléctricos con buena aceleración, pero la mayoría pesan como un camión y carecen de lo que hace que un deportivo sea divertido: comunicación, peso contenido, y esa sensación de que tú llevas el coche, no al revés. Electrificar un Miata no es imposible, pero convertirlo en algo divertido a precio asequible sí lo es. Al menos por ahora.
¿Y si no es una muerte, sino una mutación?
Pero no todo está perdido. Quizá lo que estamos viendo no es una extinción, sino una transformación. Quizá el coche deportivo asequible ya no será un coupé de motor delantero y propulsión, sino un hot hatch vitaminado, un compacto eléctrico con setup afinado o un SUV coupé bien resuelto (aunque eso aún cueste creerlo). Lo que importa es que siga habiendo coches que nos pongan una sonrisa tonta en la cara sin pedirnos un sueldo de piloto de Fórmula 1.
También puede que el futuro pase por formatos alternativos: suscripciones, clubes de alquiler, coches compartidos por días, o incluso el renacer de los coches usados con personalidad propia. ¿Un S2000 por 25.000 euros cuenta como deportivo asequible? Técnicamente, no es nuevo, pero sigue cumpliendo con la filosofía.
Además, hay señales de que algunas marcas no han tirado la toalla. Toyota quiere seguir ofreciendo GR, Alpine prepara algunos modelos eléctricos con espíritu a la altura, y si los chinos se ponen las pilas, puede que traigan al mercado europeo algún bicho divertido y barato, aunque sea a costa de cargarse el romanticismo. Porque eso sí: lo barato y lo emocional rara vez se cruzan en el siglo XXI.
Al final, lo único que puede salvar al coche deportivo asequible es que haya gente que lo siga pidiendo. Que no todo el mundo se conforme con un SUV híbrido automático que acelera en línea recta. Que aún haya quien prefiera una rotonda bien tomada que una pantalla de 20 pulgadas. Mientras esa gente exista (aunque cada vez sean menos), habrá esperanza, y ruido, y olor a embrague quemado.
Jose Manuel Miana
Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.COMENTARIOS