“El 959 es un hito tecnológico, que probablemente será recordado como el mejor automóvil deportivo de los años 80. El Ferrari será recordado como el automóvil más rápido de su era, pero la velocidad por sí sola no sustituye a la grandeza”.
La cita corresponde al cierre de un documento histórico, un artículo de Car Magazine de julio de 1988 al que me honra dar crédito. Si entraron a estas líneas pensando que éstas girarían en torno al misterio y al interrogante sobre cuál fue el más rápido entre ambos, mis disculpas.
El enfoque de esta entrega va más allá de las cifras. Todo se resume al abordaje de las sensaciones.
En primer lugar, no tiene sentido recurrir al misterio en la actualidad, mucho menos cuando hablamos de dos gigantes de la historia automotriz, sobre los cuales está todo dicho al respecto. Todo está escrito, el pasado es imborrable. El Porsche 959 se confirmó como el modelo de producción más rápido del mundo cuando la revista alemana Auto, Motor und Sport alcanzó sus célebres 317 km/h a comienzos de junio de 1987, para que el Guinness, acto seguido, inscribiera la cifra en sus páginas como la velocidad más alta probada en carretera por un vehículo de calle.
Limitando la cuestión a las producciones en serie, el Ferrari F40 tiene argumentos para sostener que fue dueño del título hasta la llegada del Lamborghini Diablo, gracias a sus 321 km/h probados en múltiples jornadas como la de Car y la de la francesa Sport Auto en septiembre del ’88. Transgrediendo los límites de la producción en serie, llevando las comparativas más allá, el enfrentamiento definitivo convocado poco tiempo después por la Auto, Motor und Sport, también en 1988, tiene su propia historia. El superdeportivo italiano nunca pudo superar la velocidad que la revista alemana experimentó ese mismo día a bordo del Porsche 959 S y del Ruf CTR, ambos coches de ediciones de apenas 29 unidades que lograban correr a 339 y 342 km/h respectivamente.
En segundo lugar, el enfoque de esta entrega va más allá de las cifras. Todo se resume al abordaje de las sensaciones y creo que aquel registro de Car siempre trata sobre eso. El Ferrari gana en velocidad, el Porsche en aceleración, pero en definitiva ambos se enmarcan en la órbita de los 320 km/h, en un promedio de cuatro segundos para el 0 a 100 y la revista se encarga, desde un primer momento, de optar por la paridad y no acabar en las ínfimas diferencias técnicas, de contar la rivalidad con la debida seriedad, en profundidad. ¿Fue la única vez que ambos superdeportivos se vieron cara a cara en aquellos apasionantes y vertiginosos meses? Claramente no, pero es que he leído lo escrito y publicado por la británica bajo el título Another World y confieso que me ha resultado fascinante.
Un Porsche 959 en las puertas del cielo de los tifosi
No pretendo hacer aquí apología de la nostalgia. Cuando digo que el registro de Car mantiene viva la esperanza de que todo es posible, no hablo en desmedro de los tiempos que corren ni afirmando que todo tiempo pasado fue mejor. Hablo de la potencia del momento, de la potencia que el momento genera por sí solo, de que es imposible que no nos inspire cuando leemos sobre él. Con sus líneas, la revista logra con maestría, talento y facilidad hacernos viajar a ese encuentro, sin nada que nos distraiga. Podemos adentrarnos a la lectura con cualquier música de fondo anacrónica a aquel 1988 y, sin embargo, esa música no estará con nosotros, no nos acompañará. Nuestro cuerpo aquí, en 2024. Nuestra mente, nuestras emociones, allí, en las instalaciones de Ferrari, en aquella mañana lluviosa. He allí su gran mérito.
Imaginemos que hubiera lógica en que una campana cante no a las ocho, sino a las ocho y cuarto. Pues, sonaría en el momento en que la comitiva de Car llegaba, al volante de un Porsche 959 blanco, a la fábrica de chocolate, a las puertas del cielo de los tifosi. “Parecían impresionados y elogiosos, lo más parecido que tiene el F40 a un rival. Se detuvieron cerca del coche, echaron un vistazo a través del cristal, sonrieron, agitaron los brazos, silbaron con aprobación y charlaron en voz alta”, narra el artículo sobre los trabajadores de Ferrari que se encontraban en la entrada de la casa matriz. No, no existe tal rivalidad, la rivalidad es una ilusión. Todos, británicos, italianos, el deportivo alemán, encolumnados detrás de una misma pasión: ese objeto llamado coche y su razón de ser universal.
De repente, tensión. El F40 aparece. El piloto de pruebas italiano para justo junto al Porsche. Entonces todo es rivalidad, la escena se convierte en la representación gráfica de una guerra que Car fue desde Stuttgart a declarar, a librar: “Sabían que íbamos a conducir un F40, la primera revista británica invitada a hacerlo. Lo que no les habíamos dicho era que considerábamos que la mejor manera de evaluar al Ferrari más rápido de la historia era ver cómo se comparaba con el Porsche más rápido de la historia”. La identidad forjada desde el antagonismo.
A Fiorano, a reforzar el antagonismo
Se mira y se toca. Desde aquel primer encuentro a nada de distancia en la entrada a la sede hasta el ingreso al habitáculo y el comienzo de la prueba en la “desierta, verde y exuberante” Fiorano, Car va afirmando y reafirmando extremos en todos los apartados, repartiendo apreciaciones favorables para un lado y para el otro.
Si el Porsche 959 no es un deportivo bonito, si lejos está de llamar la atención y se caracteriza por “proporciones desdichadas”, el Ferrari F40 se presenta como un biplaza “sensacional” al lado del alemán –aunque el periodista aclara en un pasaje que tampoco le parece bonito, “no como lo es un GTO”, a lo cual suscribo– y, de los dos, es el ideal para llamar la atención. Si el 959 puertas adentro presume de un “lujo mimoso”, si reparte cuero y alfombras, si aplica cobertura de goma en los pedales, si ofrece un acceso libre y directo del umbral al asiento y si revela en el volante, el salpicadero y los asientos la herencia del 911 contemporáneo, lo opuesto se expresa en el F40, un superdeportivo despojado de todo concepto de elegancia, una apariencia de coche de carreras fundada en las intenciones truncas de competición del GTO Evoluzione, el prototipo que Ferrari había desarrollado tiempo atrás para el Grupo B antes de que éste se extinguiera.
Sin alfombras, sin cuero, sin tapones de goma en los pedales de metal perforado al desnudo, con la característica estructura de fibra de carbono en el acceso y los asientos y respaldos con laterales elevados. Sobre esto último, es acertada la comparación con los asientos del Porsche 962. ¿Hay coincidencias? Sí, fundamentalmente en la rigidez de las puertas y el revestimiento de los techos en vinilo perforado.
Hacia el manejo: Placer vs. terror
El punto de partida en Another World es la llegada del Porsche 959 a Maranello, pero el punto de largada del equipo de Car ha sido Stuttgart. De manera que hubiese sido un despropósito de nuestros colegas no documentar la experiencia vivida durante el viaje de ida, sobre todo cuando las autopistas alemanas han sido parámetros en la historia y toda una oportunidad para pisar el pedal.
Si bien cuentan que acariciando los 300 km/h la dirección del Porsche comienza a mostrarse un poco indomable, hasta los 260 km/h el deportivo de Zuffenhausen es plena estabilidad. Sobre una parada táctica en Brescia para descansar por la noche, previa al destino final, el autor reafirma que, “como había demostrado el viaje desde Alemania, el 959 apenas se mueve, incluso a las velocidades más asombrosas”.
Locura y bendita hostilidad transmitidas a través del tacto, pero no en menor medida mediante el sonido.
Sobre el Ferrari, también destacan que hay dos facetas, aunque en el F40 se lleva todo al extremo. Dos coches en uno. En las marchas iniciales, la impresión de los británicos en Fiorano es la de un superdeportivo que se deja domesticar. Eso sí, a partir de las 4.500 revoluciones, todo comienza a ser abrumador. Lo que en el 959 es placer, en el F40 es terror. Si te pasas de vivo estirando el frenaje, fin del juego. Si dudas en los cambios de marchas, fin del juego. Si no aplicas la sensibilidad necesaria en el acelerador, lo dicho. El F40 hace estremecer también desde su pesada dirección, lo que junto al poder del motor lleva a los británicos a describirlo como un “rompe cuellos”.
Los británicos de Car no escribieron sus líneas con inocencia ni ignorancia. No eran tontos. Así como entendieron la superioridad del nivel del acabado de pintura para la carrocería de un vehículo cuya empresa ha hecho del color una institución, supieron diferenciar entre los permisos del dócil seis cilindros bóxer de 450 caballos del Porsche y la locura que el V8 de 478 CV era capaz de desatar, locura y bendita hostilidad transmitidas a través del tacto, pero no en menor medida mediante el sonido, un rugido que habitaba en las antípodas del “gemido” aislado del 2.8 turbo alemán.
Porsche 959 vs. Ferrari F40: El veredicto
El final es donde comencé, sólo que algunas líneas más atrás, aunque en el mismo párrafo de cierre de Another World. Entre paréntesis, coincido con los británicos cuando definen al Porsche como “una declaración tecnológica mucho mayor”. Además de en su transmisión y en su suspensión, la innovación, la vanguardia del 959, se expresaban en funciones que todavía hoy se siguen vendiendo como destacadas en modelos no precisamente baratos. El deportivo alemán supo distinguirse por una palanca ubicada en la columna de dirección que optimizaba la transmisión para el agarre adecuado según las condiciones meteorológicas.
Personalmente, no he tenido el gusto de tomar el volante de ninguno de los dos, pero hay algo que está muy claro y es que, si bien se disputaron el título de coche de carretera más rápido del mundo, un abismo los separaba en cuanto a propósitos. Cifras de potencia, velocidad y aceleración cercanas, estilos distantes. En base a lo descripto en los párrafos de desarrollo, el veredicto de Car fue el siguiente:
“Una de las principales razones por las que Ferrari construyó el F40: para demostrar al mundo que podía construir un coche de calle más rápido y emocionante que el 959. Ferrari lo ha conseguido. El F40 es el coche supremo en cuanto a emoción, pero, en cuanto a grandeza en general, no hay duda de que el 959 es el mejor coche. Sería más rápido en un viaje largo, porque cansa menos. Sería más rápido en un paso alpino (…) porque tiene mejor tracción y mayor agilidad. Sería más rápido en superficies resbaladizas, gracias al agarre que ofrece su tracción a las cuatro ruedas”.
Con sus disruptivos lanzamientos adentrada la segunda mitad de los años ochenta, la industria automotriz conoció, efectivamente, otro mundo, a pesar de que el capítulo de los superdeportivos ya había comenzado la década anterior. El de hoy es también otro mundo, pero coches como el Porsche 959 y el F40 son imposibles de olvidar, trascienden generaciones. Aunque suene esto último a frase gastada, no deja de ser así. Por eso, además de recomendar la lectura del medio colega, abro el debate e invito a quienes hayan experimentado las prestaciones de estos dos exponentes del alto rendimiento a comentar abajo.
Mauro Blanco
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