Lo exótico contra la ostentación: la cara de los coleccionistas de coches de la realeza que vale la pena

Lo exótico contra la ostentación: la cara de los coleccionistas de coches de la realeza que vale la pena

Qué hacer con tanto dinero si se quiere invertir en coches; el caso de las realezas


Tiempo de lectura: 5 min.

Creo que la ostentación no es la palabra adecuada para definir a ciertos coleccionistas que presumen de cantidades inverosímiles de coches. Decenas, centenares, miles… no importa. Es casi seguro que a un millonario con mal gusto y aparente pasión por los deportivos lo veamos desde nuestra pantalla practicando ese infame ritual más veces que las que se muestran haciendo algo vinculado a lo que se dedica. Un ritual que nos detona en la cara, casi tan dañino como cuando un móvil repentinamente nos explota. Lo sé, no es la analogía más feliz y me disculpo.

Pero es que son un peligro de verdad, y a prueba de algoritmos. Cuando menos te lo esperas, ahí ves cómo exhiben su Lamborghini, tuneado de la manera más espantosa que te puedas imaginar. Del otro lado están aquellos que eligen y exigen clase, creatividad, contundencia, búsqueda de la perfección, ¿por qué no? La pasta bien puesta. No, no creo que a esto último se lo deba considerar ostentación. Si bien ciertas familias con poder acostumbran caer en tal pecado en otros órdenes de la vida, en lo estrictamente automotriz podrán no salvarse de encargar alguna vomitiva personalización, pero ante todo se definen por el concepto de coleccionistas de coches únicos.

La exclusividad puede abrir muchas puertas si los privilegiados coleccionistas –los de las realezas, en este caso– entienden que no es sinónimo de lujo, que no les da derecho a mandar a fabricar abominaciones, a creer que, por gastar fortuna en un pedido, vale todo. En pocas palabras, ya que puedes darte la buena vida, no contamines tu cochera con porquerías. Pienso en el Rainbow Sheikh –el Jeque Arcoíris–, quien desde los Emiratos Árabes ha montado hace décadas un museo en el que en la escala de los vehículos reside lo exótico, el sentido de su obra. No es una colección más, esa es su principal virtud.

Lo exótico, ahí está la clave. Un automóvil exótico no se ostenta, se forja y se comparte –no en términos de posesión, claro está–. Sobre él hay una historia detrás, con anécdotas de interés incluso cultural, porque en muchas ocasiones son los propios fabricantes los involucrados. Son coches con alma. Un Lamborghini bañado en oro no me dice nada. Si de familias reales hablamos, imposible no mencionar al sultán de Brunéi, quien por años canalizó el arte del coleccionar exóticos de una manera diferente a la del Sheikh Hamad.

Cuando las realezas coleccionistas de coches abren puertas

Sin la originalidad del dueño de esos gigantes sobre ruedas, pero la ambición por obtener lo original, de eso estoy seguro. Motivada por el capricho de tener lo que nadie más, la familia real de Brunéi supo mantener lazos con firmas como Pininfarina y ha enviado a crear inéditas unidades, ya sea diseños nuevos o alterados. Lejos de verme representado por el poder y el uso del dinero que define a estos individuos, reconozco allí un acto de nobleza, porque, no se puede negar que, ante todo, de allí han nacido obras, no frívolos tuneos.

Ferrari Brunei

Lo dicho. A veces, el capricho del poder abre puertas para que la magia suceda. La pasta bien puesta, porque ¿qué mejor que invertirla en el talento de experimentados diseñadores italianos? Es aquí cuando toca agradecerle a ese oficio del buen coleccionar por creaciones como las del Ferrari F90, vaya rareza materializada a espaldas de la propia casa de Maranello. Recomiendo una entrevista en la que su diseñador, Enrico Fumia, habla del coche, cuenta la historia y, entre tantas confesiones, confirma que nadie, especialmente Ferrari, debía enterarse del proyecto si él y su equipo aceptaban el pedido que había llegado desde Brunéi.

Una cuestión de retroalimentación. Algo así como tú nos pagas y nosotros te construimos el coche más genial jamás visto. Aunque con sus excepciones, porque, en ciertas ocasiones, el destinatario se involucraba con oportunas directivas. Eran tiempos de experimentación con el chasis del Ferrari Testarossa y, a mediados de los años noventa, luego del F90, otro pedido de Brunéi llegaba a Pininfarina: el FX, un biplaza de diseño no tan extraño como el anterior, pero no menos peculiar para ese entonces.

Un Ferrari innovador, con innovadora transmisión para su época, nacido de la colaboración entre la división de Proyectos Especiales del carrocero turinés, la compañía Prodrive y hasta la escudería Williams. Ah, incluso la participación del propio cliente. “El príncipe Hakeem quería que todos los coches tuvieran transmisión semiautomática (…) Pensaba que ese era el futuro. Y tenía razón”, recordó Paolo Garella, su diseñador, en una entrevista publicada por The Verge.

Hacer algo único y apasionante, más allá del dinero

No, ahí no había lujo que mostrar como objetivo. En ese Ferrari, como en tantos otros encargos llegados de familias donde la ostentación suele estar a la orden del día en hábitos que trascienden a los coches, se escondía el compromiso colectivo de gente apasionada. El incentivo no era el dinero, sino hacer algo diferente e inolvidable.

Líneas finales para los mutantes que la misma familia envió a la firma italiana a que realizara sobre la base de uno de los deportivos de Ferrari más elegantes de los últimos 30 años: el Ferrari 456 GT. ¡Sacrilegio! Es que, lo he dejado asentado de puño y letra, aquel 2+2 de los noventa es mi favorito de la marca y, a decir verdad, no les veo demasiado atractivo a las carrocerías a las que, por mandato Real, el coche fue sometido. Un familiar, un sedán… No. No me ha hecho tanta gracia verlo despojado de la silueta cupé con la que sigue imantando más allá del tiempo y las modas. Dicho esto, no se puede negar que la misión alrededor de esas versiones fue la misma que las anteriores: dar cuenta de la cara de estos coleccionistas de coches que vale la pena.

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Sobre mí

Mauro Blanco

Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.

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Ingeniero de profesión, la mayor pasión de mi vida son los coches desde que era un chaval. El olor a aceite, gasolina, neumático...hace que todos mis sentidos despierten. Ahora embarcado en esta nueva aventura, espero que llegue a buen puerto con vuestra ayuda. Gracias por estar ahí.

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Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".

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Soy un apasionado de los coches desde que era muy pequeño, colecciono miniaturas, catálogos, revistas y otros artículos relacionados, y ahora, además, disfruto escribiendo sobre lo que más me gusta aquí, en Espíritu RACER.

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Veo arte en los coches y en sus diseños una potencia que va más allá de las cifras. Ex conductor de Renault 12 rojo modelo 1995 de épicos e imprevisibles episodios, al que recuerdo por la hostilidad de su volante, pero, sobre todo, por nunca haberme dejado en el camino.

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Ando loco con los coches desde que era pequeño, y desde entonces acumulo datos en la cabeza. ¿Sabías que el naufragio del Andrea Doria guarda dentro el único prototipo del Chrysler Norseman? Ese tipo de cosas me pasan por la cabeza. Aparte de eso, lo típico: Estudié mecánica y trabajé unos años en talleres especializados en deportivos prémium.