El Audi 80 1.8 S era el escalón de acceso a la gama, lo más barato que se podía encontrar en el catálogo de la firma alemana, aunque no por eso era realmente barato. Eran finales de los años 80 y Audi pedía por un 80 1.8 S algo más de 2.500.000 pesetas, mientras que, un Renault 21 GTS 1.750.925 pesetas. Y eso, además, sin olvidar la forma de trabajar que tenían las firmas de alta gama en aquellos años, que se centraba en ofrecer una elevada calidad de materiales y ejecución, pero un equipamiento muy escueto, con la excusa de que eran coches muy personalizables.
La marcas de alta gama siempre han sido el sueño de muchos conductores y las propias marcas lo saben. Y por supuesto, se aprovechan con la puesta en escena de versiones que podríamos definir como económicas, básicamente, porque son más baratas que todas las demás. Comparativamente, siempre mantendrán esa diferencia de precio con el resto de marcas y no porque el resto de marcas sean peores, en realidad la diferencia radicaba en otro apartado: la calidad.
Sí, las marcas premium ofrecen una calidad superior en todos los apartados y es eso lo que hace que sus productos sean más caros. Ahora, la diferencia en más estrecha, pero a finales de los 80 todavía era muy notable. De hecho, para que los precios fueran interesantes y no se disparasen –y con la idea de ofrecer coches muy personalizables– se limitaba el equipamiento de serie y por ello, coches como el Audi 80 1.8 S, la versión más barata del sedán alemán, lucía cosas como paragolpes de plástico sin pintar o embellecedores en lugar de llantas de aleación. Y eso si nos centramos en lo que se ve por fuera, pues en el habitáculo las cosas son similares; ni siquiera tenían radio o volante tapizado de serie.

Uno de los apartados donde más destacaba el Audi 80 era en la aerodinámica de su carrocería; entre los mejores de su época
El alto precio también se dejaba notar en otros apartados, como en la dinámica del coche, superior a los rivales más directos de marcas generalistas. Una diferencia debida a la mayor inversión en desarrollo, obviamente, o en cosas como un sistema llamado Procon-ten, que retraía el volante mecánicamente y tensaba los cinturones en caso de impacto frontal con desplazamiento de la mecánica –se pagaba como extra–. De todas formas, lo más notable del Audi 80 1.8 S era su calidad de rodadura y su capacidad para aislar a los pasajeros de los rotos del asfalto. Solo pecaba de ser tener una suspensión algo blanda.
Como opción “de entrada”, el propulsor no era nada del otro mundo, aunque no por ello hay que decir que fuera malo. Con 1.781 centímetros cúbicos repartidos entre cuatro cilindros, culata de ocho válvulas y un solo árbol de levas, más un carburador de doble cuerpo, rendía 90 CV a 5.200 revoluciones y 15,3 mkg a 3.300 revoluciones. El peso del conjunto era muy contenido, poco más de 1.000 kilos, así que los consumos no eran especialmente altos, con cifras de alrededor de siete litros a 120 km/h y de 10 litros para circulación urbana.
La velocidad máxima, obtenida en cuarta –algo habitual por aquellos años–, era de casi 182 km/h –175 km/h en quinta–, mientras que los 400 metros con salida parada se completaban en 17,2 segundos y los 400 metros desde 50 km/h en quinta se hacían en 19,3 segundos. No obstante, revistas como Motor 16 afirmaban que faltaba algo de nervio y no era nada emocionante de conducir, superado ampliamente en este sentido por el BMW 316 E30…
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS