Las más de las veces no se puede explicar un modelo si previamente no comprendemos ciertos elementos a priori muy distanciados entre sí. De esta manera, un breve acercamiento a la Renault Espace III ha de empezar con la figura de Lee Iacocca en el Estados Unidos de los años setenta. Momento en el que sale de forma airada de Ford tras haber logrado unos espectaculares resultados comerciales durante los años sesenta. En parte gracias a uno de sus modelos más recordados: el Mustang. Un coche que no diseñó pero sí concibió, ya que Iacocca no fue un ingeniero sino uno de esos astutos hombres de negocio que a lo largo de la historia han sabido olfatear la aparición de nuevos y posibles nichos de mercado.
No obstante, su intención de ir incorporando tecnología japonesa así como la aparición del polémico Ford Pinto lo fueron haciendo caer desgracia respecto a los soberbios y orgullosos descendientes del fundador. Por ello recaló en Chrysler, la cual estaba pasando una terrible racha financiera en la que, incluso, se llegó a especular con el cierre. Un panorama sombrío de la que Iacocca la rescató en pocos años gracias a una profunda – y dolorosa – reestructuración acompañado del lanzamiento de nuevos modelos. Entre ellos, liderando todo un nuevo segmento, el monovolumen Voyager.
Y es que ahí estuvo el gran acierto de Iacocca para con Chrysler, en detectar cómo decenas de miles de familias aspiraban a un vehículo donde las comodidades y acabados de una berlina del segmento D se dieran la mano con la practicidad y modulabilidad de una caravana con hasta 7 plazas. Coordenadas con las que nació el monovolumen tal y como lo entendemos hoy en día, siendo rápidamente replicado en Europa gracias al lanzamiento en 1984 de la primera Renault Espace. Un modelo que ya va por su quinta generación sobreviviendo al omnipresente empuje de los SUV.
Cuando Renault trajo a Europa el concepto creado en los Estados Unidos por Chrysler al comienzo hubo una reacción bastante fría por parte del mercado. No obstante, que el Espace se siga vendiendo hoy en día dice bastante sobre el éxito final
Renault Espace III, resolviendo los problemas del primer momento
Aunque en Estados Unidos la Voyager llegó a ser un éxito, en el caso de la Renault Espace en Europa las cosas fueron por caminos bien distintos. De esta manera, este monovolumen estuvo en entredicho por buena parte de la dirección de la marca desde el comienzo. Algo que se vio reforzado por las escasas ventas producidas durante los primeros meses. No obstante, tras dos años en el mercado el público comenzó a aceptar la idea hasta el punto de llegar a unas ventas masivas capaces de hacer del todo rentable a la Renault Espace.
Y menos mal, porque existe la anécdota de su primer mes, vendiéndose tan sólo 9 unidades. De todos modos, para 1991 al fin se llegó a una segunda versión mucho más estilizada especialmente en la delantera. Además, se ofrecieron cuatro mecánicas entre las cuales destacó la 2.8i con 170 CV. La confirmación de esa fórmula híbrida entre berlina y caravana con mecánica sobrada para ir en marcha larga y cómoda por autovías.
No obstante, había un problema con la seguridad. De hecho, los test independientes daban resultados bastante preocupantes, por lo que uno no pensaría en usar la Renault Espace II mucho más allá de las necesidades diarias en la ciudad teniendo una familia numerosa. De esta manera, la Renault Espace III de 1997 debía mejorar en este sentido y, además, ofrecer una estética más al son de los días junto a un mayor tamaño. Y así fue.
Con la llegada de los motores V6 el Espace se convirtió en una máquina perfecta para realizar largos viajes por autovía con velocidades de crucero generosas y un gran confort en la marca
El motor pasó a ubicarse de forma transversal, ofreciéndose en hasta cinco versiones diferentes durante la primera fase destacando un bloque V6 de tres litros con 190 CV. Además, se presentó una carrocería con batalla alargada para ofrecer aún más espacio, igual que pasaría con la Renault Espace IV en el 2003. El primer monovolumen capaz de lograr 5 estrellas en el test Euroncap, conjurando así del todo aquel penoso lastre marcado por la primera generación del modelo. Un proceso en el que nuestra protagonista fue un necesario y eficaz enlace.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS