Imagina que estás en Maranello. Una ciudad lo suficientemente turística como para no permitirle baches al itinerario. Ni siquiera ir al restaurante de Ferrari significaría un momento de descanso, todo lo contrario. Visitas, entonces, el Ristorante Cavallino. Estás en el local gastronómico del caballo más famoso de la industria y la automoción, pero al mismo tiempo estás en un museo y, mejor aún, estás pisando sobre la historia misma.
Porque antes de convertirse en 1950 en restaurante oficial, este lugar funcionaba como comedor para el personal de la empresa, durante los primeros años del fabricante. El propio Enzo Ferrari lo fundó. Bien. Entonces, sentado, mientras recorres el menú, desvías la mirada al alerón con el que Leclerc ganó el Gran Premio de Italia de 2019, que te distrae de tu elección. A menos que el diseñador de interiores haya realizado cambios, ese alerón allí se sigue exhibiendo.
Finalmente, vas por unos espaguetis, pero te llegan cortados. Sería el colmo de los colmos. En Italia, con toda su tradición a cuestas. Ferrari es una marca de tradición, probablemente la que moviliza desde siempre a la más grande legión de puristas. Pero, si hay quien predica con el ejemplo, es la propia firma cuando, por ejemplo, llama la atención por las vías legales a quien comete algún acto de desvalorización sobre uno de sus coches.

A Ferrari no le agrada el sacrilegio. Aunque históricamente sus coches se abrieron a un mundo de colores, fue una declaración de purismo que los 1.311 ejemplares del Ferrari F40, tal como lo había hecho el GTO antecesor bajo la política de todo rojo, salieran de fábrica en Rosso Corsa –salvo excepciones como las unidades del sultán de Brunei, estrecho vínculo de época entre marca y cliente que encontraría su maduración en los noventa, con las creaciones a medida del FX y mi concepto favorito: el F90–.
Se han visto a lo largo de los últimos 35 años unidades del Ferrari F40 repintadas. En ocasiones, los modificados fueron los Competizione, los fabricados para correr en las 24 Horas de Le Mans y otros reductos endurance. Como el Ferrari F40 1992 que aquí nos convoca, uno de esos fue noticia tres años atrás por haberse puesto a subasta por Sotheby’s en la Semana del Automóvil de Monterey. Ese gris, sobre un coche que en su tiempo había corrido como amarillo, no le sienta nada mal al poderosísimo de 1.000 caballos. Algo más los emparenta: este Ferrari F40 “Blu” cuenta con la misma caja de cambios de carrera tipo LM que en su tiempo desarrolló e instaló Michelotto para los coches de competición.
Esto no ocurrió hasta pasados seis años desde que saliera de fábrica en 1992. Sí, es uno de los últimos F40. Durante casi toda esa década, el coche se conservó en su color rojo original. Del 98 en adelante, jamás abandonaría el Azzurro Hyperion, un tono superador al F40 de los 1.000 CV mencionado antes. Hay excepciones a la regla. El F40 se concibió en Rosso Corsa, pero el celeste que envuelve a este Ferrari F40 1992 es un color de la casa y hasta el más fundamentalista de los tifosi lo debería reconocer.
Mauro Blanco
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