Quienes ya han escuchado o leído sobre él, estarán de acuerdo en que a este Cadillac a menudo se vuelve. Un tema relativamente recurrente. Aquellos que recién en estas líneas lo están conociendo, sepan que se trata del coche más mítico del fabricante americano y que, más que un modelo de serie, lo que lucía –y bien le valió su involuntario seudónimo– era una carrocería cargada de remaches y en forma de aerodeslizador.
Acertada es la comparación de parte de nuestros colegas de Hagerty –“parecía una pastilla de jabón de P&G”– dado el vínculo con la multinacional de quien lo llevara a los libros de historia de Le Mans. No precisamente por ganar, sino por el capítulo de su indeleble participación en la Sarthe. No tan oportuno, por el contrario, el calificativo de “modesto” a aquel undécimo puesto.
Le Mans 1950: La gesta del mito
Que Luigi Chinetti es una institución en sí misma para la historia de las 24 Horas de Le Mans, es conocimiento básico en los estudios del deporte de motor. Tanto como su trascendencia como introductor de Ferrari al mercado norteamericano. ¿Pero se han preguntado alguna vez a quién, en su rol de distribuidor pionero, le vendió el primer modelo de Maranello en Estados Unidos? La respuesta nos lleva sin escalas a la butaca del Cadillac Le Monstre.
Ya que se me ha dado por enumerar parte de la obra del piloto italiano, he aquí una tercera injerencia, aunque no necesariamente célebre. No es desacertado afirmar que Chinetti fue el hombre clave para que un equipo americano –si bien ya existían antecedentes de coches americanos corriendo décadas atrás– se probara en el circuito francés. De él nació el incentivo hacia el experimento final. Al desafiarlo a preparar dos coches y cruzar el océano para completar la carrera, la luz verde se encendió para Briggs Cunningham, quien, tras un intento fallido de inscribir el denominado Fordillac –motor Cadillac en carrocería Ford–, apostó por dos unidades del Cadillac Coupé Serie 61.
A excepción de las modificaciones pertinentes para la carrera –carburadores nuevos, refrigeración de frenos nueva, tanque de combustible extra–, uno de los dos –el número 3– se anunció en la línea de largada tal cual había salido de fábrica. Otros fueron los planes para el número 2. Aquí es donde entra en escena el fabricante de aeronaves Grumman Aircraft, de allí apareció el colaborador que Cunningham necesitaba para dar vida al Monstruo.
Esta vez, los inspectores de Le Mans no fueron un obstáculo, ya que el reglamento, en definitiva, no lo era: los retoques mecánicos se encuadraban dentro de los límites y el chasis era el original. El acero original, afuera. En su lugar, paneles de aluminio sobre una estructura tubular antichoque que dieron como resultado ese osado y polémico diseño aerodinámico. Todo en orden, ¿todo bajo control?
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En absoluto. El apodo del público presente en aquella edición de 1950 no hace a la anécdota en sí, sino el contratiempo de la segunda vuelta –¡pobre Le Monstre, que, verán en la foto de archivo, ya en las pruebas preliminares se había reventado el frontal!–. “Estás en una guerra”, así, no hace tantos años, el recordado y entrañable Juan María Traverso nos definía la esencia del automovilismo. Para Cunningham , el enemigo no fueron sus rivales, sino el banco de arena que lo demoró por 30 minutos hasta que logró quitarlo, devolverlo a la pista y cumplir con el objetivo de terminar las 24 Horas en el –de ninguna manera modesto– undécimo lugar.
Así como Chinetti fue el factor elemental en la existencia del Le Monstre, el museo en el cual el mítico Cadillac descansa fue el perfecto asistidor hacia la construcción de una réplica que durante el primer semestre del 2024 hemos visto pasearse por las carreteras de Estados Unidos.
De costa a costa: El número 22
De más está decir que esta réplica es funcional. Su travesía de costa a costa es la prueba. En 2018, un entusiasta británico terminó el trabajo que había comenzado de las imágenes que el Instituto Revs de Florida, donde se encuentra el Le Monstre original, le había proporcionado. Sin planos, la resolución de Derek Drinkwater fue ampliar sobre una gran pantalla una foto de perfil del Cadillac hasta obtener el tamaño a escala y, así, poder delinear el coche y obtener las medidas reales.
Las especificaciones dan cuenta de una recreación verdaderamente fiel: paneles de aluminio, mismo V8, mismo sistema de carburación, misma suspensión, misma transmisión, misma palanca de cambios. Incluso no le escapó al detalle de la placa atornillada al panel de instrumentos, sólo que, en su réplica, cambiando los autores: “Fabricado a medida por Derek Drinkwater Motors Inc., de Chiddingfold, Inglaterra”, en lugar de la que se había encargado del original: la Frick-Tappet Motors Inc., de Long Island, Nueva York.
El Cadillac Le Monstre puede que haya competido por primera y única vez, pero su alma, ahora en la réplica, logró regresar a Le Mans y correr en la categoría de clásicos. Fue durante una gira europea que incluyó una aparición en Brands Hatch y –atención– el Festival de la Velocidad de Goodwood. Es que allí se encontró con el ejemplar original, que revelaba a su lado un blanco de carrocería algo despintado por el paso del tiempo.
Tras conservarse durante el último invierno en Florida, el Le Monstre 22 comenzó un viaje hacia California con un pequeñísimo remolque detrás. El Gran Cañón e incluso el Cadillac Ranch –monumento sobre la Ruta 66 en Texas–, algunos de los sitios turísticos testigos de su andar. Tal vez, quienes por esas casualidades lograron avistar su paso, interpretaron instintivamente el papel de los espectadores de Le Mans al ver por primera vez aquella extraña figura.
Redaccion
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