El Volvo 343 GLS R-Sport era un verdadero rara avis allá por 1981, cuando empezó a circular por las carreteras europeas. Era un Volvo con aspiraciones deportivas, en una época, en la que Volvo era cualquier cosa menos un fabricante de coches deportivos. Era famoso por la robustez de sus coches, por su fiabilidad y sí, por al seguridad, pero… ¿Deportividad? ¿Qué era eso?
Los Volvo Serie 300 surgieron de la compra de la filial de automóvil de DAF. En un primer momento, el proyecto llegaría a producción como el DAF 66 y se tenía previsto que montara un propulsor de origen Renault con 1,4 litros, así como un cambio Variomatic sin pedal de embrague. Presumía de cosas como un eje trasero De Dion –diferencial sujeto a la carrocería y brazos oscilantes para las ruedas– y de un cambio colocado atrás, detalles que, cuando llegó a producción, se mantuvieron.
Durante un tiempo, fueron la base de Volvo, el coche más económico y accesible de la gama, pero aun así, un verdadero Volvo en toda su configuración. Es decir, hablamos de un coche muy robusto en su construcción, buenos materiales, fácil de conducir hasta decir basta y absolutamente burgués, sin atisbo alguno de deportividad. Los Volvo no eran deportivos, eran tanques para uso civil y carrocería de turismo, o casi. Y en un tanque no hay cabida para la deportividad.
Sin embargo, algo debió ocurrir para que, en la década de los 80, se les ocurriera cambiar la imagen de la marca. Los clientes eran demasiado mayores y las ventas se estancaban, había que llamar la atención de nuevos usuarios y para ello, la deportividad es clave. Así surgió el Volvo 242 Turbo, un coche rápido, aunque grande y pesado, que también era muy caro. Así, pues, había que bajar un escalón hasta el Volvo 340. Es ahí donde se podía obtener un buen rédito.

Faldón delantero, adhesivos en la carrocería… No cabe duda de que estamos ante un coche ochentero
El resultado fue el Volvo 343 GLS R-Sport –R-Sport era el nombre del departamento deportivo de la marca–, una versión que, más que un modelo en sí, se podía considerar como accesorios, un “tuning de marca”, aunque respetable. Por ejemplo, el motor recibía nueva carburación, un escape más abierto y un árbol de levas específico, así como una curva de avance para el distribuidor y un ventilador para el radiador eléctrico –en el resto de la gama se usaba uno con embrague viscoso–. Motor, por cierto, de cuatro cilindros y 1.986 centímetros cúbicos, dos carburadores de doble cuerpo firmados por Solex, dos válvulas por cilindro y una compresión de 9,2:1, que rendía 123 CV a 6.000 revoluciones y 16,5 mkg a 3.000 revoluciones. Desentonaba el cambio de cuatro relaciones, con una cuarta de 30,6 kilómetros/hora a 1.000 revoluciones.
Las suspensiones también eran específicas para el 343 GLS R-Sport, las cuales, recibían amortiguadores Bilstein de gas de tarado algo más firme y una monta de ruedas que, en España, era de 175/70 SR 13 –para otros mercados había varias opciones en este apartado–.
Una serie de cambios que, según pruebas de la época –como la publicada en el número 1.174 de la revista Autopista–, lograron transformar al aburrido Volvo 340 en un coche de talante ya no deportivo, pero sí muy dinámico y atractivo. Su adherencia permitía gestionar curvas a una velocidad poco común en un Volvo, la estabilidad era excepcional –según la revista mencionada– y el motor era elástico y gastaba lo justo. Solo se echaba en falta una quinta marcha, una instrumentación más completa y una dirección más rápida.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS