El Volvo 244 GLE es la clásica representación de lo que se entendía por un Volvo, en la lejana década de los 80. Un clásico sedán de tres volúmenes, líneas extremadamente rectas –la aerodinámica, en aquellos años, no era tan importante–, grandes paragolpes de plástico negro, enormes faros cuadrados… Volvo explotaba este tipo de cosas como ningún otro fabricante y se convirtieron en su seña de identidad.
Hablar de Volvo, incluso en la década de los 80, significaba hablar de seguridad. La firma ha trabajado con especial ahínco en ser reconocida por la seguridad de sus coches, y no vamos a negarlo, es algo muy loable. El caso es que esa seguridad se conseguía de formas muy diferentes en aquellos años y gran parte se centraba en la robustez general del coche; se puede notar a simple vista que los “viejos” Volvo eran robustos a más no poder. De hecho, ya entonces tenía esa obsesión por destacar la seguridad de sus coches a toda costa.
El 244 GLE lo tenía todo para ser un Volvo “de tomo y lomo”, y lo era, pero no siempre es oro todo lo que reluce. Durante muchos años, Volvo fue considerada una marca “para señores”; aburrida, sin carácter, con diseños poco interesantes… Esa imagen les acompañó, casi, hasta finales de los años 90, cuando empezaron a buscar un cambio con lanzamientos como el Volvo S80 –el diseño de este coche rompió moldes en Volvo–. Arturo de Andrés, en el número 1.200 de la revista Autopista lo explicaba especialmente bien: “detalles como los mandos, la postura de conducir, el diseño tanto externo como de salpicadero, la forma de los asientos, y un no se sabe qué, pero que está presente, consiguen identificar al Volvo con una clientela sesentona”.
Grupos óptimos y paragolpes enormes, formas muy cuadradas, notable calidad de realización… Volvo siempre ha tenido una personalidad especialmente marcada, quizá demasiado

Se decía que cuando alguien conducía un Volvo, se sentía seguro, protegido, pero sin ningún tipo de emoción adicional, ni siquiera en cuanto a rendimiento de sus motores, pues estaban diseñados para durar, no para ser los más rápidos. Así, el Volvo 244 GLE, la versión más equipada de la gama –sin contar con el 244 Turbo–, tenía cajo el capó delantero un motor tranquilo, aunque sediento, de cuatro cilindros y 2.316 centímetros cúbicos, con inyección Bosch K-Jetronic, dos válvulas por cilindro y un solo árbol de levas y una compresión de 10:1, permitían tener un motor capaz de generar 136 CV a 5.500 revoluciones y un par de 19,4 mkg a 4.500 revoluciones, capaz de soportar casi cualquier cosa que se hiciera con él.
En Volvo le daban mucha importante a la durabilidad de sus coches y por eso, todo se hacían con la idea de durar. Por eso, los motores, ni siquiera en el caso del 244 Turbo. Aun así, tampoco se puede tildar de coche especialmente lento. La velocidad máxima, alcanzada en cuarta –típico de la época– era de 184,71 km/h, mientras que el 0 a 400 metros se completaba en 18 segundos y los 1.000 metros, también con salida parada, en 32,5 segundos. Al mismo tiempo, el consumo no era para todos los bolsillos: en circulación urbana, por ejemplo, superaba ligeramente los 16 litros, a 120 km/h no bajaba de 12 litros, y a 150 km/h el consumo se situaba en 13,86 litros.
Confort, seguridad, durabilidad y un diseño propio de un ladrillo, así se podría definir al Volvo 244 GLE, una de las mejores representaciones de lo que era un Volvo en los años 80.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS