El Volkswagen Golf 1.8 GLX era una de las opciones más lujosas de la segunda generación del compacto alemán. Una de las más lujosas allá por 1983, cuando el Golf II apenas había comenzado su vida comercial.
La segunda generación del Volkswagen Golf salió a las tiendas en 1983. Tenía la dura tarea de reemplazar a un coche que, ya para entonces, se consideraba un mito, aunque no era su única labor, también tenía que plantar cara a coches como el Opel Kadett, el Ford Escort o al binomio Renault 9 y Renault 11.
Es evidente que la segunda entrega de compacto alemán no lo tenía tan fácil como la primera, pero tampoco se podían cambiar cosas en exceso, ya se sabe que cuando algo funciona es mejor no tocarlo demasiado. Y eso es lo que hicieron en Volkswagen, aunque más del 80 % de los componentes del coche fueran nuevos.
La imagen del Golf siempre ha sido especialmente buena, se le ha considerado el Rey de los compactos y casi el coche definitivo, calificativos y una imagen propia que no ha sido cosa del azar, ha sido buen trabajo de sus responsables. El Volkswagen Golf 1.8 GLX era una muestra de ese buen trabajo, ya que, como siempre ocurría con el modelo alemán, no era el mejor en nada, pero lo hacía todo bien.
El motor, por ejemplo, es el primer argumento. Un cuatro cilindros de 1.781 centímetros cúbicos, culata de dos válvulas y un solo árbol de levas y alimentado por un carburador vertical de dos cuerpos –suministrado por Pierburg–. Alcanzaba los 90 CV a 5.200 revoluciones y los 14,8 mkg a 3.300 revoluciones –cerca de 140 Nm–. Todo ello gestionar mediante un cambio manual de cinco relaciones, que enviaba la potencia al eje delantero.
La segunda generación del Volkswagen Golf representaba el coche alemán diseñado para alemanes. Si tenías una estatura por debajo del 1,85 metros, no estarías completamente cómodo
Sí, puede parecer un motor con poca potencia, pero como bien decía Arturo de Andrés en una prueba publicada en la revista Autopista –número 1.269, septiembre de 1983–, no había que dejarse llevar por la cifra de potencia, sino en el régimen al que se conseguía y en el par que acompañaba a esa caballería. De esa forma, se entendería por qué, a pesar de tener “solo” 90 CV, el motor movía con tanta soltura todo el conjunto.
Las prestaciones era más que aceptables: 175 km/h de velocidad máxima, 17,9 segundos para los 400 metros con salida parada y 32,7 para los 1.000 metros. En el fondo eran 900 kilos de peso, aunque el desarrollo en quinta era, con sus 40,86 km/h a 1.000 revoluciones, un tanto largo. Los consumos homologados eran de 5,5/7,3/8,7 para 90 km/h, 120 km/h y cuidad,
Hay quejas, por supuesto, no todo es “de color de rosa”. Por ejemplo, los frenos era un tanto escasos, con discos de freno macizos delante –con 239 milímetros de diámetro– y tambores de detrás –con diámetro de 180 milímetros–. El volante, por poner otro ejemplo, estaba colocado muy alto y la visibilidad de tres cuartos hacia atrás también fue un punto criticado.
Arturo de Andrés decía, al final de la prueba mencionada, que el Volkswagen Golf 1.8 GLX era, probablemente, el mejor de la categoría de los cuatro meros, es decir, de los compactos. El problema estaba en el precio, pues al tratarse de un coche de importación, sería algo más caro de lo esperado –el Golf siempre tiene un precio mayor a la media–.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS