Durante los años sesenta el automovilismo europeo se hizo irremediablemente masivo en su producción. De esta forma, es en este momento cuando las pequeñas marcas de nicho van quedando arrinconadas o, en el mejor de los casos, absorbidas por grandes grupos como le pasó a Abarth con FIAT o a Alpine con Renault. De hecho, incluso en las gamas de los grandes fabricantes algunos modelos iban quedando arrinconados al dirigirse a segmentos de público muy concretos. Un contexto sombrío en el que nació en 1975 el Triumph TR7. Testigo del ocaso de los deportivos descapotables, cada vez menos comunes al ser paulatinamente sustituidos por otros menos nerviosos en su conducción.
No obstante, en honor a la ingeniería se deben reconocer motivos técnicos más allá de la pura gestión económica. Uno de ellos es la falta de rigidez planteada por los modelos a cielo abierto en comparación con los GT. Además, siquiera la irrupción de los modelos targa primero en Porsche y luego en segmentos más populares como el cubierto por el FIAT X1/9 pudo convencer al público masivo de las bondades de poder alternar fácilmente el ir techado con el llevar el habitáculo descubierto. Así las cosas, a mediados de los setenta los descapotables en sus versiones más deportivas estaban de capa caída.
Además, en el caso del Triumph TR7 había que sumar otro ingrediente problemático. Y es que los propios roadster británicos cotizaban a la baja. Un hecho que marcas como Triumph no acababan de encajar, acostumbradas a buenos índices de ventas especialmente gracias a su penetración en el mercado americano. Ese mismo que años atrás veía a los TR como modelos exóticos y llamativos para durante los setenta darles la espalda atraído por los deportivos japoneses que hicieran su entrada con Datsun y Mazda. Así las cosas, el Triumph TR7 fue un grito desesperado del fabricante inglés por llamar la atención de los Estados Unidos.
A comienzos de los años setenta cada vez era más difícil encontrar pequeños descapotables realmente deportivos en las marcas generalistas, un difícil contexto donde nació este modelo pensado para llamar la atención en los Estados Unidos
Triumph TR7, nacido con polémica
Si se ponen todos los TR en fila, la evolución de unos a otros va siendo progresiva e incluso previsible. Siempre dominados por la batalla corta y el buen centro de gravedad, su buena relación peso / potencia define a estos modelos como una de las sagas deportivas más estimulantes para cualquier seguidor de la deportividad entendida en parámetros británicos. Y además son muy bonitos. Realmente clásicos. Sin embargo, cuando llegamos al Triumph TR7 se produce un importante cambio de rumbo.
Para empezar, el clasicismo inglés se abandona por unas líneas futuristas con faros escamoteables y un lateral en cuña. Muy futurista, tanto que incluso parece un diseño de Bertone o algo salido de los estudios de diseño japoneses. De hecho, su estética se anunció bajo el lema “ la forma de lo que vendrá “ en clara alusión al romper cadenas con el pasado. Una decisión polémica. Más aún en una marca de identidad tan clara como Triumph, la cual pagó su osadía con el torrente de críticas vertido por muchos acérrimos de los TR.
Sin embargo, con los años el Triumph TR7 ha ido ganando encanto. Además, para bien o para mal esta estética era necesaria para llamar la atención del mercado americano. Algo que parece logrado cuando se examinan sus cifras de venta, con más de 110.000 unidades en su producción hasta 1981. Respecto a su motor, el TR7 equipó un cuatro cilindros en línea con dos litros y una potencia de 105CV a 5500 revoluciones por minuto.
Su motor era elástico y con suficiente potencia, pero la estabilidad le jugó malas pasadas para crear un conjunto no del todo equilibrado
No muy potente aunque sí ágil en sus respuestas, agraciado con un comportamiento elástico y adecuado al uso que se puede hacer del Triumph TR7. Principalmente circulación recreativa sin excesivo afán por la conducción deportiva, ya que aunque la batalla es corta el reparto de pesos está demasiado inclinado hacia el eje delantero. Hecho que agrava ciertos problemas de estabilidad referenciados en pruebas de la época. No obstante, el TR7 no puede negar una definición deportiva que en aquel momento cada vez era más escasa en modelos descapotables. Sin duda un coche al que hay que comprender y disfrutar en su contexto, lo cual hace de él una pieza para coleccionistas de la marca.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS