Hasta bien entrados los años treinta, el automovilismo estuvo lleno de grandes gestas iniciáticas. En este sentido, no pocas de las mismas tuvieron que ver con rebasar sucesivamente el récord mundial de velocidad sobre tierra. Una senda de pilotos heroicos y máquinas titánicas donde el Sunbeam 1000 de 1927 ocupó un papel destacado. Pero vayamos por partes. De esta manera, hay que indicar cómo la obsesión por lograr una marca cada vez mayor provocó una escalada monumental en las cilindradas de los vehículos. Puestos en esta tesitura, contemplar los automóviles creados año tras año con el objetivo de romper el récord anterior resulta como ver un banco de ballenas.
Cada vez más y más grandes. Es más, sus motores alcanzaban cubicajes por encima de los veinte litros en multitud de ocasiones. Una espiral sin mesura aparente hasta que modelos como el Amilcar C6 o el Alfa Romeo P3 comenzaron a incidir en un cambio de paradigma basado en aumentar la compresión de la mecánica en vez de la cilindrada. No obstante, sea como fuese, lo cierto es que hubo un tiempo en el que gigantes como el Sunbeam 1000 o el FIAT S76 – apodado La Bestia de Turín – plagaban las playas de Francia, Bélgica, Florida y Reino Unido.
Y sí, hemos dicho bien. Las playas. No en vano, hasta la llegada bajo el régimen nazi de las autobahn apenas existían infraestructuras asfaltadas con rectas lo suficientemente extensas como para plantearse llegar a velocidades superiores a los 200 kilómetros por hora. Más aún si tenemos en cuenta los tiempos de aceleración y frenada manejados por aquellos primitivos y muy pesados modelos. Por ello, desde Saltburn hasta Ostende pasando por Pendine los récords de velocidad se disputaban en extensas playas donde la acción de las mareas dejaba la arena, en su retirada, compactada y más o menos plana.
Hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial el mundo del automovilismo vivió una verdadera fiebre por batir sucesivamente el récord mundial de velocidad. Una espiral competitiva en la que aparecieron algunos modelos de cilindrada pantagruélica
Sunbeam 1000, compitiendo bajo la presión del morir
Que el automovilismo tiene riesgos evidentes es algo que, desgraciadamente, conocemos a la perfección. Un hecho especialmente agravado cuando hablamos del mundo de la competición. Más aún cuando nos alejamos en el tiempo, siendo especialmente pobres – o casi nulas – las medidas de seguridad tanto activas como pasivas. Así las cosas, lanzarse a toda la velocidad posible por una playa a bordo de un automóvil como el Sunbeam 1000 resultaba una hazaña donde la valentía pasaba a confundirse con la necesaria inconsciencia.
Sin embargo, cuando el 29 de marzo de 1927 Malcolm Campbell se disponía a ser el piloto sobre tierra más veloz, lo hacía con un peso especial sobre sus hombros. Y es que, tan sólo unos días antes, acababa de morir John Perry Thomas intentando mejorar su registro establecido el año anterior en más de 273 kilómetros por hora. Aproximándose a los 200, la cadena de su coche con 27 litros de cilindrada – el famoso BABS – se rompió bruscamente decapitándolo instantáneamente en la playa galesa de Pendine.
Así las cosas, Perry Thomas se convirtió en el primer mártir de los récords mundiales de velocidad sobre tierra. Asimismo, también en un recuerdo constante para los ingenieros, quienes empezaron a ser más conscientes sobre las bondades de la transmisión tal y como la entendemos hoy en día. Llegados a este punto, no cuesta comprender la gravedad del momento al que se enfrentaba Campbell cuando aceleró al Sunbeam 1000 aquel día de marzo de 1927 en la playa norteamericana de Daytona.
Debido a la carencia de óvalos o rectas asfaltadas donde poder alcanzar semejantes velocidades, estas pruebas se realizaban en playas kilométricas con la marea baja y la arena compactada
No obstante, afortunadamente todo salió bien. De hecho, salió tan bien que consiguió mejorar el registro de Perry Thomas superando los 326 kilómetros por hora. Por cierto, una cifra con bastante impacto en el mundo anglosajón, ya que fue el primer modelo en superar la barrera psicológica de las 200 millas por hora. Todo ello gracias a una compleja mecánica tomada directamente de la aviación, situando sobre el chasis de largueros dos motores V12 con 22,5 litros y 435 CV cada uno. Sin duda verdaderamente espectacular. Tanto como la sobriedad emanada del telegrama puesto por Campbell tras lograr su hazaña. “ Buen espectáculo “.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS