El Saab 9-5 2.3T SW es uno de esos coches que, cuando lo veías por la calle, lo mirabas, lo analizabas, lo comparabas mentalmente con otros similares y luego decías: “cómo molan los Saab”. Tenía personalidad, era un coche diferente al resto, cortado por patrones propios que poco tenían que ver con los demás, y eso, que el 9-5 era más convencional que, por ejemplo, su hermano pequeño, el Saab 9-3.
Durante muchos años, Saab fue un fabricante con una personalidad desbordante. Sus productos tenían carácter, tanto mecánica como estéticamente, contaban con detalles curiosos como el clausor junto al selector del cambio, que obligaba a seleccionar el retroceso para poder sacar la llave y ya no hablemos de sus motores turbo, cuyas prestaciones solían ser de primer nivel.
O sí, mejor sí, hablemos de sus motores turbo, o mejor todavía, del Saab 9-5 2.3T SW, una de las rancheras más apetecibles a comienzos del Siglo XXI. Rival directo de coches como el BMW Serie 5 o del Mercedes Clase E –por cifras de potencia par, sería los 523i Touring o el E240 Estate–, el 9-5 2.3T SW era la opción exótica, por así decirlo. Era más barato que sus rivales alemanes, tenía un equipamiento bastante completo y solo cedía algo de terreno en cuanto a calidad de factura y comportamiento al límite, momento en el cual, según parece, la suspensión daba muestras de tener un tarado algo blando.
La fuerte personalidad de todos los Saab se podía apreciar también en la carrocería familiar del 9-5

Con una longitud de 4,80 metros y una anchura de 1,79 metros, el Saab 9-5 2.3T SW era un coche grande, bastante grande. Sin embargo, aunque en su momento era un maletero decente, sus 460 litros hoy parecen pocos para un coche tan grande. Al igual que su peso, que con 1.755 kilos, resultaba algo elevado allá por los 2000, mientras que ahora sería una cifra más que buena para un híbrido de su tamaño. Claro, era otra época, una en la que un cuatro cilindros de 2.290 centímetros cúbicos con culata de cuatro válvulas por cilindro y doble árbol de levas, inyección, turbo e intercooler, podía presumir de 170 CV a solo 5.500 revoluciones y poner los bellos de punta con un par de 280 Nm a solo 1.800 revoluciones –como si fuera un turbodiésel–.
Pocos motores gasolina turbo podían presumir de un par tan elevado a tan pocas revoluciones, al igual que pocos motores de su tipo podían presumir de poder mover una quinta de 44 km/h a 1.000 revoluciones. Una marcha que estaba claramente pensada para rebajar consumos en carretera que, por otro lado, hoy serían criticados de elevados: 7,7 litros de media cada 100 kilómetros. Y en recorridos urbanos sube hasta los 13,6 segundos. El 0 a 1.000 metros lo completaba en 29,9 segundos y el 80 a 120 km/h en quinta solo requería 13,4 segundos.
El precio del Saab 9-5 2.3T SW era de 5.884.800 pesetas, es decir, no era precisamente barato, aunque frente al BMW 523i Touring, cuya tarifa partía de los 6.415.000 pesetas, sí era barato. A cambio de esos 35.369 euros –de la época, sin inflación–, se tenía un coche con apertura remota del maletero, que además tenía doble fondo, volante y pomo tapizado en cuero, madera en las versiones más equipadas.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS