La segunda generación del Renault Mégane rompió muchos moldes, y a pesar de recibir no pocas críticas por su diseño, el coche resultó un éxito de ventas. A veces, lo raro funciona, que se lo digan al Nissan Juke, cuya primera generación fue igualmente un éxito. De todas formas, hay que reconocer que el Mégane II destacó por el diseño de su parte trasera, en el resto, era un coche bastante convencional.
Tenía cosas muy llamativas, como una tarjeta que hacía las veces de llave o un arranque por botón, detalles poco habituales y que pusieron al Mégane en cabeza del segmento C en cuanto a equipamiento e innovación, pero no fue hasta 2004 cuando recibió uno de los motores que lo lanzarían hasta el estrellato: el 1.5 dCi de 100 CV. En ese momento ya contaba con una variante de 80 CV del mismo propulsor, que representaba la opción barata y económica –pero algo justa de prestaciones– y con el 1.9 dCi de 120 CV, un propulsor que destacó por sus buenas prestaciones y por sus consumos, pero también por vibraciones.
El motor 1.5 dCi se podía combinar con todos los acabados disponibles –eran tres versiones de equipamiento– y los precios empezaban en 16.015 euros sin tener en cuenta la inflación. Era un buen precio, por debajo de los principales rivales como el Ford Focus TDCi 100 CV, que costaba 17.630 euros, o el Peugeot 307, que tenía un precio muy similar al Focus, con 17.800 euros para el HDi de 110 CV. El caso era que el Renault Mégane también estaba ligeramente por detrás en prestaciones y el comportamiento estaba más enfocado al confort que a la eficacia, un detalle que le impedía, por ejemplo, seguir al Focus en cuanto desaparecían las curvas amplias y abiertas.
Su particular parte trasera le daba personalidad, pero también le hacía tener un maletero de 330 litros, una capacidad que era superaba por la mayoría de los rivales
Las pruebas de la época hablaban de una buena insonorización del habitáculo, algo importante en un diésel. Se dice que llegaban pocas vibraciones al habitáculo, pero el motor ofrecía una respuesta a bajo régimen y en marchas largas mejorable. El motor tenía 100 CV a 4.000 revoluciones y un par de 20,4 mkg a 2.000 revoluciones, no son malas cifras, pero al parecer, afirman que le costaba ganar régimen y lo achacaron a su contenida cilindrada.
El acabado confort resultaba, por lo visto, demasiado confort y el tarado de las suspensiones era algo blanda –se recomendaba el acabado Dynamique, que costaba 400 euros más–. Muchas críticas se llevó la dirección asistida eléctrica, que era imprecisa y tenía demasiada asistencia. El Renault Mégane 1.5 dCi era un coche rutero y confortable, pero era torpe en carretera de curvas, además, la posición de conducción era alta –la revista Autofácil, en su número 39, de enero de 2004, dice que eso es bueno… –.
Tenía ABS y EBD de serie, pero el ESP se pagaba aparte –por 600 euros–.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS