El Renault Laguna Coupé 3.0 dCi Initiale, era lo más exclusivo y, hasta cierto punto, exótico, que tenía Renault en su gama. Su precio así lo dejaba claro: 41.550 euros allá por 2008/09. Uno de esos coches que, de vez en cuando, se les pasaba por la cabeza a los dirigentes de la firma francesa a pesar de que, sin lugar a dudas, sabían que no aportaría muchas ventas.
Los coupés son, claramente, coches “de nicho”. Son coches que se suelen comprar por su imagen, por el estatus que otorga a quien lo conduce o bien, porque te gustan los coches y siempre es más interesante un coupé que un turismo convencional. Eso también hace que sean coches caros, aunque por lo general, también potentes y rápidos.
En el caso del Laguna Coupé, se vendió con motores de potencias medias, siempre con la intención de mantener cierto nivel de exclusividad, una gama que se veía rematada por el bloque turbodiésel de seis cilindros de prestaciones más que interesantes. Hablamos de un motor que rendía, oficialmente, 235 CV a 3.750 revoluciones y un par de 45,9 mkg a 1.500 revoluciones –cerca de 450 Nm–, cifras respetables, sobre todo la de par, que permitían presumir de buenos andares.
Aquellos años, dominados por los diésel, era fácil encontrar toda clase de automóviles, incluso de aspiraciones más deportivas, animados por motores turbodiésel. No era un problema especialmente grave, ya que se llegó a un nivel de evolución espectacular, el propio V6 del Laguna Coupé 3.0 dCi es un ejemplo. Tenía 2.993 centímetros cúbicos y unos pistones de carrera larga –84 por 90 milímetros para diámetro y carrera, respectivamente–, dos árboles de levas por bancada, cuatro válvulas por cilindro, inyección por raíl común, un turbo de geometría variable por bancada e intercooler.
Quizá no estuviera al nivel de los rivales más premium, pero el Laguna Coupé con motor diésel V6 estaba a un altísimo nivel
El poderío del motor era palpable cuando echabas un vistazo más detenido a la ficha técnica. La caja de cambios, obligatoriamente automática, tenía seis relaciones y tanto la quinta como la sexta eran muy, muy largas. La quinta tenía un desarrollo de 46,95 km/h a 1.000 revoluciones, mientras que la sexta se iba hasta los 58,52 km/h a 1.000 revoluciones.
Unos desarrollos tan largos tenían como objetivo la reducción de consumos a velocidades constantes. Era una práctica muy habitual con los motores diésel de altas prestaciones, pues gracias a su cifra de par, podían mover esos desarrollos sin mayores problemas. El Renault Laguna V6 dCi Initiale prometía, por ejemplo, una velocidad de 242 km/h, mientras que el 0 a 100 km/h lo completaba en 7,3 segundos y, según la revista Autopista, hacía el 0 a 160 km/h en 18,73 segundos. Nada mal para un “petrolero”, como tampoco eran malos datos los 15,52 segundos que necesitaba para completar los 400 metros desde parado o los 28,22 segundos que requería para, con salida parada, completar los 1.000 metros. El consumo medio era de 8,3 litros.
Las cifras son buenas, el diseño bastante interesante y en general, incluso el precio se podía tildar de accesible. La cuestión radicaba en qué podía hacer frente a rivales de la talla del Audi A5 3.0 TDI, del BMW 330d Coupé o de un Mercedes E350 CDi Coupé. Todos ellos rivales del Laguna Coupé V6 turbodiésel, que podían verse sorprendidos, siempre según las pruebas de la época, por una agilidad especialmente elevada, sobre todo si montaba el eje trasero direccional, que se pagaba como opción –y cara, unos 1.500 euros–.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS