El Renault Laguna 2.0T no lo tuvo fácil para destacar. Le tocó vivir la era de los diésel, pero además, también le tocó enfrentarse con modelos que, por prestaciones y comportamiento, no lo pusieron nada fácil. Aun así, para quienes preferían la suavidad de la gasolina al diésel, el Laguna 2.0T tenía los ingredientes necesarios para colmar todas las necesidades.
A finales de los 90 e inicios de los 2000, los motores a gasolina empezaban a estar condenados al ostracismo. Los motores turbodiésel empezaron a copar las ventas y las calles no tardaron en llenarse de coches con motores diésel. Por un lado, la compra masiva de coches diésel tenía sus razones: prestaciones, bajos consumos, combustible más barato… Eran cosas que no todos los usuarios aprovechaban y casi la mitad de los conductores nunca llegaron a rentar el coste de adicional de comprar un diésel.
Sin embargo, ahí estaban, dominando toda la Comunidad Europea con mano de hierro, mientras los motores a gasolina eran todo un rara avis. Quizá por eso, las opciones que había en el mercado con motores de gasolina tuvieron que buscar una forma de llamar la atención. Unos buscaron la reducción de los consumos y ponerse al nivel de los diésel, otros, en cambio, buscaron las prestaciones. De hecho, los motores gasolina básicos desaparecieron o casi, mientras que los motores a gasolina muy potentes aumentaron su presencia en las gamas.
Opciones como el Renault Laguna 2.0T, que prometía un extra de potencia, mayor suavidad que los turbodiésel de la época –los diésel de aquellos años era, todavía, algo toscos– por un precio que, según la prensa, era asequible para lo que ofrecía el conjunto. Concretamente, el Renault Laguna 2.0T costaba 26.150 euros –del año 2001– ya contaba con seis airbags, control de estabilidad y control de tracción, aire acondicionado, faros de descarga de xénon, inmovilizador electrónico…
Las mecánicas gasolina se redujeron bastante y quedaron como la opción para quienes no querían un diésel o preferían la suavidad y la entrega de potencia de un gasolina
Sin embargo, aunque el equipamiento es importante, el motor tenía mucho más peso, sobre todo cuando un turbodiésel con 150 CV podía ponerlo todo patas arriba con un consumo de apenas seis litros. Así pues, aunque no podía competir en cuestiones de consumo, si podía hacerlo en otros apartados, como la suavidad, la entrega de potencia y el tacto, junto con las cifras de potencia y velocidad.
El Laguna 2.0T tenía un cuatro cilindros de 1.998 centímetros cúbicos de carrera larga –82,7 milímetros de diámetro por 93 milímetros de carrera de los pistones–, doble árbol de levas en culata, cuatro válvulas por cilindro, inyección multipunto y turbo, que rendía 165 CV a 5.000 revoluciones y 28,1 mkg a 3.250 revoluciones. Esto según datos oficiales, pues en banco, y siguiendo tendencias de la época, la potencia era de casi 180 CV y el paar ascendía a los 30,9 mkg.
Los consumos no bajaban de los ocho listros, lo que suponía un disparate frente a motores diésel de casi el mismo caballaje, pero con cifras de consumo hasta dos litros menores. No obstante, el Renault Laguna 2.0T podía presumir de prestaciones, ya que, por ejemplo, podía alcanzar los 160 kilómetros/hora en 21,31 segundos, completar los 400 metros con salida parada en 15,92 segundos o los 1.000 metros en sexta desde 50 kilómetros/hora en 33,44 segundos.
Eso se combinaba con una capacidad rutera muy elevada, que también permitía diversión cuando aparecían curvas al tener una dirección relativamente rápida y poca tendencia al subviraje.


Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS