El Peugeot 407 V6 era el máximo a lo que se podía aspirar en la gama del sedán francés. Potencia, refinamiento mecánico y cierto grado de lujo conformaban un coche que merecía mucho más la pena de lo que podría parecer a simple vista. No debemos olvidar la capacidad rutera de todo Peugeot, que cuadraba casi a la perfección con un motor de seis cilindros en V y con un cambio automático.
Peugeot, casi desde siempre, ha tenido presencia en el segmento de los sedanes de tamaño media, pero además, una presencia importante y respetada, sobre todo con los antecesores del 407, dos coches que fueron referencia en el segmento por diferentes motivos. Dos coches que se quedaron viejos de golpe, cuando se presentó el Peugeot 407 y su interesante silueta; posiblemente, el Peugeot 407 fue uno de los sedanes más atractivos de su época y, sin lugar a dudas, uno de los Peugeot más bellos.
El diseño del Peugeot 407 fue uno de sus principales argumentos, pero no el único, sobre todo en el caso de los motores turbodiésel, pilar de las ventas del modelo. Nació en la era de los diésel y, como cabe esperar, fueron los motores más vendidos. Eso dejaba un tanto eclipsados a los motores gasolina, incluido el más grande y refinado de todos, el V6 de tres litros que coronaba la oferta del modelo francés. Un motor muy exclusivo, caro y con una demanda muy limitada, que servía como portaestandarte y como modelo cumbre, que no tenía el objetivo de sumar ventas, sino prestigio.
Las firmas francesas siempre tuvieron una opción en la gama con cierto añadido de calidad y potencia, en pleno reino de las marcas alemanas, a quienes nunca han logrado vencer a pesar de que o eran malas opciones. El Peugeot 407 V6 es un claro ejemplo: diseño, calidad, prestaciones y refinamiento, por menos dinero de lo que costaba, por ejemplo, un Audi A4 equivalente. El caso, como siempre, tenía más de imagen de marca y percepción del comprador, que de algo realmente técnico o de conducción. ¡¿Cómo voy a pagar más de 30.000 euros por un Peugeot? ¡Con eso me compro un BMW! –hablamos de una época comprendida entre 2004 y 2011, más de 30.000 euros por un Peugeot era mucho–.

El motor era el mismo que montaba el Renault Clio V6, pero con un cambio diferente y una configuración que potenciaba la elasticidad y los consumos
Poco importaba que su equipamiento fuera máximo –tenía hasta airbag de rodilla, suspensión pilotada, climatizador bizona, cargador de seis CD’s, asientos eléctricos, control de crucero… – y que, además, contara con un motor de primer orden, pues el bloque V6 del grupo PSA era un propulsor de buen rendimiento. Un motor de 2.946 centímetros cúbicos y cotas cuadradas –87 milímetros de diámetro por 82,6 milímetros de carrera–, sensores de detonación, inyección electrónica, acelerador electrónico, cuatro válvulas por cilindro, taqués hidráulicos, admisión variable.. Todo para lograr 211 CV a 6.000 revoluciones y 29,1 mkg a 3.750 revoluciones.
La transmisión corría a cargo de un cambio automático adaptativo Aisin con tres programas, accionamiento secuencial –sin levas en el volante–. Que tuviera seis marchas era toda una primicia mundial para mecánicas en posición transversal. Juan Collin, de la revista Automóvil, se llegó a preguntar si realmente hacían falta tantas marchas en un cambio automático, mencionando de paso las siete relaciones del cambio 7G-Tronic de Mercedes. Ciertamente, solo fue el comienzo hacia un cambio de verdadera locura, con transmisiones de hasta 10 relaciones…
Aunque no era un coche lento, tampoco se podía decir que fuera referencia en cuanto a prestaciones. El 0 a 100 km/h lo completaba en unos 10 segundos, mientras que los 400 metros con salida parada se hacían en 17,08 segundos y los 1.000 metros, en idénticas condiciones, en 30,92 segundos. El consumo medio rondaba los 12 litros y la velocidad máxima flirteaba con los 230 km/h. Buenas cifras, que se combinaban bastante bien con unas capacidades para rodar en carretera abierta que, en este caso, si era referencia. No era un coche deportivo, era un coche “rodador”, un corredor de fondo capaz de llevar un ritmo sorprendentemente alto.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS