La segunda generación del Nissan Almera hizo acto de presencia en el año 2000. Rompía por completo con su antecesor y adoptó un diseño más que interesante, claramente más atractivo que la primera entrega. Mantenía las mismas opciones de carrocería: tres y cinco puertas y el sedán, añadía un motor diésel que ayudó mucho en las ventas, aunque nunca contó con una variante especialmente potente que mejorara su imagen con respecto al resto de rivales.
Un ejemplo del planteamiento del coche fue el Nissan Almpera 1.8 Sport que, básicamente, tenía de Sport su carrocería de tres puertas. De todas formas, había motivos más que de sobra para no tener presente una variante de altas prestaciones en la gama, pues en aquellos años, con una categoría GTI que había disparado sus capacidades, se había rodeado de una imagen de accidentabilidad –accidentabilidad comprobable, todo sea dicho– y había provocado una escalada importante de los precios de los seguros, al mismo tiempo que los fabricantes parecían no mostrar especial interés en mantener el segmento.
El Almera 1.8 Sport, por su parte, era una versión de talante dinámico y juvenil, enfocado a esos usuarios que apreciaban una imagen más agresiva y un talante un poco más desenfadado y rutero, frente al clásico compacto de buenas maneras, pero poca personalidad. No era, ni tampoco lo pretendía, un GTI, tal y como se conocía la idea de compacto GTI allá por el año 2000, aunque no escondía cierto talante juguetón.
La segunda generación del Almera presentaba un diseño muy atractivo, que en su carrocería de tres puertas y en su versión 1.8 Sport, era un coche claramente enfocado al público más juvenil
Así lo contaba Francisco Morillo en el número 2.132 de la revista Autopista, que calificaba al Nissan Almera 1.8 Sport como una versión dinámica, con unas suspensiones que hacían gala de un tarado que, gracias a un equilibrio entre muelle y amortiguador, mostraba una personalidad aceptable por la mayoría de los usuarios. Absorbía baches sin violencia y no transmitía sacudidas molestas a sus ocupantes. Lo definió como un coche agradable de conducir; dinámico, pero no delicado, ágil pero dócil al mismo tiempo y con un propulsor elástico y suficientemente potente para la época.
Motor que, concretamente, era un cuatro cilindros de 1.769 centímetros cúbicos –de carrera larga, 80 por 88,8 milímetros para diámetro por carrera– y culata de 16 válvulas, que rendía 114 CV a 5.600 revoluciones y 16,1 mkg a 2.800 revoluciones –unos 150 Nm–. Cifra de par, por cierto, que se obtenía muy pronto para ser un motor de gasolina con culata multiválvulas, y que influía claramente en la personalidad del propulsor, como cabría esperar. Aun así, las prestaciones eran las esperadas para sus datos: 185 km/h, 11,1 segundos, un consumo mixto de 7,5 litros y un 0 a 1.000 metros en 32,7 segundos.
Comparado con algunos de sus rivales, como el Ford Focus, era menos potente y más lento –130 CV y 201 km/h para el Focus–, no alcanzaba el mismo nivel dinámico que el modelo norteamericano –estadounidense por firma, europeo por diseño y desarrollo– ni tampoco su calidad de acabado, y sin embargo, era más caro. El Nissan Almera 1.8 Sport costaba 2.505.000 pesetas, mientras que el Ford Focus 2.0i Trend tenía un precio de 2.265.000 pesetas. Incluso el Alfa Romeo 145 1.6 TS, que también era más potente y más veloz –120 CV y 195 km/h– era más barato al tener una tarifa de 2.405.000 pesetas. A cambio, el Nissan Almera 1.8 Sport estaba más equipado y presentaba la típica calidad nipona, claro argumento de su durabilidad.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".COMENTARIOS