Cuando se lanzó el Mercedes SLK (R170) al mercado, posiblemente, era el Mercedes menos Mercedes de los últimos años. Estaba terminando el Siglo XX y Mercedes, puso en circulación un coche que, con anterioridad, se había presentado como concept car. De hecho, una de las cosas que más llamó la atención es que conservada muchas cosas de aquel “coche de salón” y que, además, resultaba mucho más juvenil y deportivo que cualquier otro modelo de la estrella. No obstante, como no puede llover nunca a gusto de todos, hubo quien criticó al Mercedes SLK porque sus motores no eran tan buenos como los de un BMW Z3, ni tampoco se podía comparar en cuanto a conducción. También se llegó a comparar con el Porsche Boxster, aunque este no fuera un coche tan en línea con el SLK como se pueda parecer.
La comparativa con el Z3 era obvia, a nadie se le escapa que los primeros reportajes de las revistas fueran, precisamente, un enfrentamiento contra su compatriota y rival. Pero el SLK no era un deportivo puro, era un coche que rompía moldes con su techo metálico plegable, una solución que acabó por influir en el devenir del segmento de los descapotables, ya que muchos empezaron a ofrecer soluciones similares (incluso el Mazda MX-5), y ofrecía un carácter y una puesta a punto que estaba claramente enfocados a un cliente muy diferente al que se interesaba por un BMW Z3. Era más un Gran Turismo que un deportivo, era, en el fondo, un Mercedes en toda su esencia, aunque uno más dinámico y juvenil que de costumbre. Solo había que mirar su diseño y los colores que se ofrecían en su catálogo para darse cuenta de ello.
Sin embargo, en pleno comienzo del Siglo XXI, Mercedes dejó en manos de AMG la creación de un digno rival para el BMW Z3 M y para el Porsche Boxster S, cuyo resultado se llamó Mercedes SLK32 AMG. Se presentó en enero del año 2001 y sus credenciales hacían pensar que, tanto el BMW Z3 M Roadster como el Boxster S estaban “en problemas”. Y sí, lo estaban, porque además, la marca se cuidó de dotar a su pequeño roadster de una puesta a punto que fuera todo lo deportiva que se podía esperar de un coche con la estrella en el frontal y las letras AMG en su trasera. Letras, por cierto, que no llevaban mucho tiempo dado vida a las versiones más radicales de la marca alemana, al menos de forma oficial.
En aquel momento, no había nada en la gama del fabricante alemán que se pareciera al nuevo SLK32 AMG. Era pequeño, la puesta a punto era bastante deportiva (corrió a cargo, en parte, del piloto alemán Bernd Schneider, varias veces Campeón de Turismos en Alemania) y era especialmente potente. Montaba el V6 de 3,2 litros sobrealimentado por compresor de su hermano, el Mercedes C32 AMG, un bloque que tenía exactamente 3.199 centímetros cúbicos, qué gracias al compresor volumétrico tipo Roots, rendía 260 kW (35 CV) a 6.100 revoluciones y 450 Nm de par a 4.400 revoluciones (la marca decía que a 2.300 revoluciones ya se disponía de 400 Nm). Era cifras de órdago, sobre todo porque el peso del conjunto era de 1.495 kilos, logrando una relación peso-potencia de 4,2 kg/CV. Sí, es cierto, no era un coche ligero, pero el peso metálico plegable y su propulsor V6 tenían un coste. Además, es un peso, digamos, bastante “estándar” para el tipo de coche y sus prestaciones.
La caja de cambios era automática con cinco relaciones y opción a manejo secuencial, pero no era, ni de lejos, como lo que se tiene actualmente, era una caja bastante conservadora en ese aspecto, con un característico manejo que ofrecía los Mercedes su época. Para cambiar de marcha de forma secuencial, había que mover la palanca hacia los lados y no hacia arriba o abajo. Si se movía el selector hacia el conductor se reducía de marcha, si se empujaba hacia el copiloto, se aumentaba. Al menos, no era un coche lento, porque podía completar el sprint hasta los 100 km/h desde parado en 5,2 segundos, los 200 km/h también desde parado los alcanzaba en 18,4 segundos y el kilómetro con salida parada lo completaba en 24,2 segundos. La velocidad máxima estaba limitada a 250 km/h y el consumo homologado era de 11,4 litros… una cifra que se lograba, en conducción real, sudando la gota gorda al aplicar una estricta conducción “ECO”. A fondo, superaba los 16 litros con facilidad.
Obviamente, y como hemos comentado antes, la puesta a punto era específica y desarrollada con la colaboración un piloto varias veces Campeón de Turismos en Alemania: Bernd Schneider. Los frenos eran bastante más grandes que en otras versiones, incluso más grandes que se tomó como punto de partida para el SLK32 AMG, el Mercedes SLK230. Los discos delanteros tenían 334 milímetros de diámetro, los traseros 300 milímetros y eran capaces de lograr deceleraciones de 10,5 metros por segundo. No obstante, destaca la monta de ruedas, ya que comparada con cualquier modelo actual, parece poca cosa: 225/45 17 y 245/40 17, unas medidas muy lógicas para su potencia y peso, sin la necesidad de recurrir a las descomunales ruedas que llevan cualquier coche moderno.
Se le podía distinguir por un kit de carrocería que, aunque escueto, tenía funciones aerodinámicas, como reducir la elevación del frontal o reducir el coeficiente de elevación del eje trasero hasta en un 50%. Se fabricó hasta el año 2004 a razón de 2.000 coches anuales, de los cuales, como siempre, llegaron pocos a España.
Javi Martín
Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".Una maravilla de coche, incluso 22 años después de salir al mercado. Un auténtico Mercedes, a pesar de su pequeño tamaño. Y muy rápido y divertido; la mano de AMG se nota. Gracias por el artículo.
Llevo 20 años disfrutando con el ,se quedará conmigo hasta el final.