La historia del automovilismo está llena de hazañas en las que se ha intentado llegar más y más lejos. De esta forma, desde los rallyes africanos como el Safari hasta hazañas como el Londres-Sidney o el Londres-México han servido no sólo para demostrar la fiabilidad de ciertos vehículos, sino también para desarrollar nuevos sistemas de eficiencia en materia de combustible o resistencia de materiales. No obstante, en todo lo relativo al “ llegar más y más lejos “ hay una gran paradoja. Y es que el vehículo automotriz con cuatro ruedas en dos ejes que más se ha alejado de su punto de partida sólo ha recorrido unos siete kilómetros. Hablamos del Lunar Roving.
Al fin y al cabo, todo depende del punta de vista desde el cual se analiza. Por ello, si bien puede decirse que el vehículo lunar Lunar Roving es el automóvil que más lejos ha llegado en la historia también es cierto que éste apenas se ha alejado un poco – por cuestiones de seguridad – del módulo que lo llevó hasta el satélite. Adherido a uno de sus laterales como si fuera una lapa, este modelo sencillo pero adecuado a un terreno prácticamente desconocido pisó por primera vez la luna en julio de 1971 durante el desarrollo de la misión Apolo 15. Dos años después de que los astronautas del Apolo 11 alunizasen.
Respecto a su estructura ésta no puede ser más sencilla. Conformado en base a un chasis de aluminio en el cual se montar los elementos imprescindibles su peso total asciende a tan sólo 621 kilos. En la parte delantera se montaron las baterías – hablamos de un vehículo eléctrico obviamente, ya que en la luna no existen las condiciones de oxígeno necesarias para un normal proceso de carburación – tras las cuales se disponían los asientos en la zona central. Entre ellos una sencilla palanca de dirección con la que dirigir al Lunar Roving, y en la zaga el equipo científico gracias al cual recoger todo tipo de datos.
Una de las cuestiones más curiosas de este avanzado vehículo es que su diseño guarda un claro paralelismo en sus disposiciones más básicas respecto al modelo eléctrico que Ferdinand Porsche construyó en 1900
Lunar Roving, recordando un diseño de 1900
Hoy en día son muchos los aficionados al motor que contemplan la transición a lo eléctrico como algo que “ ha salido de la nada “. Y, en verdad, no es así en absoluto. Lejos de ello la opción eléctrica para la propulsión de automóviles ha estado encima de la mesa desde los primeros tiempos de esta industria. Algo que saben muy bien los aficionados a Porsche más allá de sus icónicos deportivos posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Y es que, yendo a los primeros trabajos de Ferdinand Porsche nos encontramos con el Egger-Lohner C2 Phaeton de 1989. Un automóvil eléctrico de entre 3 CV a 5 CV que fue el antecedente más claro del Lohner-Porsche de 1900. El primer diseño eléctrico donde cada rueda contaba con su propio motor independiente, alcanzado hasta 37 kilómetros por hora aún pesando casi dos toneladas. Principal problema del mismo, debido a lo cual acabó siendo sustituido por un modelo híbrido en 1901.
No obstante, siempre que en la ingeniería se pare una nueva idea su eco resiste a pesar de que en el momento no haya tenido el menor éxito. De esta manera, la idea de un motor eléctrico para cada rueda fue recogida siete décadas más tarde por el Lunar Roving, aportando un ¼ de CV en cada una para poder llegar hasta los 14 kilómetros por hora.
Dotado de multitud de elementos para recoger todo tipo de muestras e información, este vehículo fue un instrumento de lo más eficaz para el estudio del satélite
Y es que, en la luna, lo más importante no son las prestaciones sino el recoger datos y poder regresar sano y salvo al módulo lunar. Por ello, el Lunar Roving montaba unos cuidados sistemas de navegación, dando en todo momento indicaciones fiables sobre la posición y las posibilidades de regreso al punto de partida. En total, se calcula que el primer viaje de este modelo – se volvió a usar en la siguiente Misión Apolo otra unidad – fue de unos 90 kilómetros en total. Todo un éxito para sus creadores – Boeing y General Motors – pero también un recuerdo persistente del carácter visionario que guió a Ferdinand Porsche en su labor como ingeniero.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS