El Ford Mondeo 2.0 TDCi Ghia presumía, cuando llegó al mercado, de una caja de cambios manual de seis relaciones, toda una novedad que, si nos atenemos a lo que se decía en la prensa de la época, comenzó a popularizarse por su buena combinación con los motores turbodiésel. Algo que se entiende, sobre todo, cuando los desarrollos de la sexta marcha eran, por lo general, muy largos, lo que ayudaba a reducir los consumos en carretera de forma notable.

Los motores diésel, gracias al turbo, ganaron lo que siempre habían necesitado: prestaciones. El paso del tiempo llevó a la aparición de sistemas de inyección directa que mejoró el refinamiento, y con el cambio de seis relaciones, el motor diésel encontró la última piedra para erigir su fortaleza en el mercado. La combinación de todos estos elementos fuero clave, sin lugar a dudas, para el enorme éxito que tuvieron estas mecánicas.

Ese era el principal argumento del Ford Mondeo 2.0 TDCi Ghia en su versión más potente –130 CV–, la combinación de un motor turbodiésel con buenas prestaciones y un funcionamiento refinado, con una caja de cambios de seis relaciones que permitía anunciar consumos de 5,8 litros cada 100 kilómetros de media. De todas formas, aunque la cifra de consumo es de auténtico órdago, cabe mencionar que el sistema de medición en aquellos años era muy poco realista y por lo general, en un uso real, el consumo podía ser entre 1,5 y dos litros más alto.

No obstante, incluso así, los datos que anunciaba el Ford Mondeo turbodiésel de 130 CV era más que buenos. El motor, con 1.998 centímetros cúbicos, contaba con inyección por raíl común, turbo de geometría variable, intercooler y cuatro válvulas por cilindro, entre otras cosas, para rendir los mencionados 130 CV a 3.800 revoluciones y un par de 33,7 mkg a 1.800 revoluciones –algo más de 300 Nm–. Eran buenas cifras, imprescindibles para poder mover un desarrollo, en sexta, de 57,1 km/h a 1.000 revoluciones.

Sus 208 km/h de velocidad máxima lo hacían un coche relativamente veloz, y además, era poco gastón

Un desarrollo tan largo permitía reducir los consumos en carretera –6,3 litros a 120 km/h, según la revista Coche actual–, pero gracias a poderío del motor, se mantenían buenas prestaciones. Por ejemplo, el 80 a 120 km/h en quinta se completaba en 9,8 segundos, mientras que en sexta se necesitaba 14,9 segundos. Los 1.000 metros con salida parada los hacía en 31,9 segundos.

Obviamente, no todo es potencia y prestaciones, si el resto del coche no acompaña la potencia es un simple dato en la ficha técnica. El caso es que, como suele ser normal en Ford, el resto del coche sí acompañaba al propulsor. El Mondeo 2.0 TDCi Ghia presentaba un tacto firma y directo, con unas suspensiones a medio camino entre el confort y la agilidad en carretera, que le daban un comportamiento muy eficaz en curva y con gran aplomo en carretera.

Ford pedía 24.220 euros por un Mondeo con el motor turbodiésel de 130 CV, una tarifa que no se podía considerar baja, pero tampoco era un coche especialmente caro. Además, el equipamiento era bastante completo, con un total de seis airbags –dos frontales, dos laterales y dos de cortina–, climatizador, ABS, espejos laterales eléctricos y calefactados, llantas de aleación… El control de tracción y el ESP se pagaban aparte, como el control de crucero o los sensores de aparcamiento.