El Dodge Deora es una de esas piezas únicas que sólo podían haber salido de donde salieron. Es decir, de los Estados Unidos. No en vano, estamos ante un diseño completamente identificativo de la industria americana o, al menos, de una de las tradiciones automovilísticas más asentadas en aquel país. La de la transformación personalizada de sus coches de serie. No tanto con visos prestacionales o deportivos, sino bajo la única intención de lograr una estética más llamativa, cuasi irreal y absolutamente individualizada. Dicho esto, lo mejor será ir por partes.
Para empezar, hemos de remontarnos hasta los años cuarenta del pasado siglo XX. Época en la que multitud de jóvenes se lanzaron a la personalización de sus vehículos, usando para ello incluso modelos previos a la Segunda Guerra Mundial como los Ford A de primera serie. Además, este fenómeno vivió una verdadera explosión durante la década siguiente, coincidiendo con el advenimiento de una adolescencia marcada por los primeros ritmos del R&R de Buddy Holly. Era la generación de los niños de la posguerra, alimentados al son del crecimiento económico de un sueño americano que, de aquellas, gozaba de una evidente credibilidad para las clases medias blancas de los Estados Unidos.
Así las cosas, los automóviles customizados fueron ganando cada vez más terreno en el imaginario colectivo. Todo ello acompasado con películas como Rebelde sin Causa, donde quedan perfectamente ilustradas las peligrosas carreras clandestinas interpretadas por aquellas tribus urbanas con el motor en el centro de sus alardes. Muchas veces más visuales que otra cosa, puesto que la personalización de aquellos modelos tiene más de estético que de mecánico. No estamos, en absoluto, ante los jóvenes ingleses que acabaron fundando Lotus o McLaren. Ni muchísimo menos. Puestos en esta tesitura, los años sesenta vieron la plena comercialización del fenómeno, apareciendo multitud de transformadores profesionales, diseñadores con firma reconocida e incluso una amplia oferta periodística al respecto.
Desde que tuvieran su explosión en los cincuenta con buena parte de la juventud seducida por ellos, los diseños customizados han pasado a ser una seña propia en la definición del automovilismo estadounidense
Dodge Deora, un icono de la personalización al estilo estadounidense
A comienzos de los sesenta Chrysler lanzó la Dodge A100. Una furgoneta sencilla y adecuada para el día a día de miles de profesionales, ofertada en diversas carrocerías con una gama de motores de lo más normal. Hasta aquí todo correcto, cual si estuviéramos hablando de las Sava o Morris J4, Fadisa Romeo o Renault Estafette. Sin embargo, la empresa de personalizaciones al estilo Hot Rod comandada por los hermanos Mike y Larry Alexander la escogieron como base para crear, en 1965, su Dodge Deora.
Un modelo que, a decir verdad, cuenta con un refinamiento y acierto en sus líneas bastante más evidente que el exhibido por otras creaciones de su entorno. Desproporcionadas, francamente chillonas y seguidoras de una estética sólo basada en el llamar la atención a toda costa. De todos modos, el resultado ofrecido por el Dodge Deora se entiende bastante mejor cuando metemos al diseñador Harry Bentley Bradley en la ecuación. Formado en diseño industrial, éste había trabajado para la General Motors aunque, a decir verdad, su fascinación siempre había estado del lado del custom.
De hecho, no pocos de sus diseños aparecieron en multitud de revistas del mundo Hot Rod, además de llegar a materializarse en modelos presentados en diversas ferias Kustorama. Contratado por los hermanos Alexander, Bradley se planteó algo muy interesante. ¿Por qué no usar una simple furgoneta como base para uno de los diseños más llamativos para los años sesenta en los Estados Unidos? De esta manera partió de una A100 para crear la Pick-Up futurista representada por el Dodge Deora.
El diseño está lleno de detalles interesantes, aunque sin duda todo lo que tiene que ver con la cabina se lleva la palma gracias a su curiosa apertura
No sólo dominado por sus líneas fluidas y rectas, sino también por detalles como su puerta de apertura delantera – cual si fuera un Iso Isetta con estética retrofuturista – o la posición del motor por detrás de la cabina. Presentado en el Detroit Autorama de 1967, el Dodge Deora logró un impacto tan potente que, incluso la propia Chrysler, lo alquiló durante al menos dos años de cara a mostrarlo como atracción en multitud de ferias a lo largo y ancho del país. Además, pasó a ser un icono de la cultura popular gracias a los famosos coches de juguete Hot Wheels. Lanzados en 1968 con este curioso diseño como una de sus primeras reproducciones.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS