A simple vista el Datsun Baby parece un kei car. Y, realmente, de no ser por la limitación de velocidad a 30 kilómetros por hora podría serlo sin ningún problema. De hecho, está basado en una minúscula camioneta llamada Cony Guppy, la cual es otra muestra más en la larga lista de vehículos con los que Japón consiguió sobreponerse a las restricciones de su postguerra a base de ingenio y ahorro. Justo el contexto donde se originaron los kei car, movidos por el escaso desarrollo de la industria automovilística nipona tras la Segunda Guerra Mundial, pero sobretodo por la conjunción de bajos niveles de renta con ciudades cada vez más masificadas.
Así las cosas, resultaba evidente tender más hacia los microcoches que a los coches como tal. Una situación que también se vivió en Europa durante los años más cercanos al final de la contienda, perfectamente ejemplificada en España con el auge de los motocarros y los biscúter. Sin embargo, aunque en Japón también fueron accediendo a una sociedad de consumo dominada por las clases medias, lo particular de su geografía hizo que los microcoches se perpetuasen como no lo hicieron en otras partes del mundo. Y es lógico. Al fin y al cabo, Japón no tiene demasiada extensión en relación con el gran crecimiento demográfico que experimentó en los cincuenta y sesenta.
Situación que se complica cuando además sumamos zonas muy montañosas que obligan a concentrar grandes masas de población en la costa. De esta forma, Japón ha crecido a golpe de megaciudades donde la movilidad y el aparcamiento representan un problema de primer orden. El escenario perfecto para los kei car, pero también para tomar conciencia sobre la necesaria educación vial que todo ciudadano dependiente de los medios de transporte ha de tener de cara a desenvolverse respetuosamente en el día a día. Por ello, desde los años sesenta, en Japón abundaron parques de educación vial para la infancia como el instalado en Kodomo no Kuni. Una ciudad de juegos para la cual se ideó el Datsun Baby.
Por su geografía, Japón ha tendido a concentrar su gran población en enormes ciudades donde el tráfico y el aparcamiento son problemas de primer orden
Datsun baby, educando en la conducción
Vistas las macarradas exhibidas alegremente tanto en carretera como en ciudad, no es difícil llegar a tomar conciencia sobre la necesaria mejora de la educación vial. Sólo un apartado más entre otros muchos arreglar, que van desde llenar las calles de esputos hasta impedir el descanso de los vecinos aderezando la tarde con el último alarido llegado de Miami. Por ello resulta loable cualquier iniciativa educativa que, desde la infancia, intente llevarnos por caminos diferentes a los de la ley de la selva.
Partiendo de esta base, la industria nipona del automovilismo ha tomado parte en ciertas actividades relacionadas con el comportamiento al volante. Algo que, en el caso del Datsun Baby, contó con una seria logística. Para empezar, a pesar de lo simpático de su aspecto – el cual por cierto incorporó algunas de las ultimas novedades en diseño japonés del momento, como se puede ver en el uso de líneas onduladas y volúmenes suaves – resulta un automóvil plenamente funcional con un motor monocilíndrico de dos tiempos y 199 cm3 para entregar 5,5 CV a 5.000 rpm.
Poco, pero más que suficiente si tenemos en cuenta los tan sólo 430 kilos dados por el conjunto. Y especialmente el hecho de que iba a ser conducido por niños en el transcurso de clases de educación vial. Uso sencillo que, sin embargo, no fue óbice para que el Datsun Baby montase un sistema de suspensiones independientes, transmisión automática y faros totalmente operativos.
Aunque se destinó a la educación vial, este kei car podría haber llegado a la producción en serie para un mercado donde este tipo de coches no son para nada escasos
De esta forma, el Datsun Baby podría haber sido un kei car de producción sin problema ninguno. Sin embargo sólo se hicieron cien unidades destinadas íntegramente al anteriormente mencionado recinto de educación vial. Estuvieron en uso hasta bien entrados los setenta, momento en el que estos pequeños coches para niños se echaron a perder a excepción del número 100. Ejemplar restaurado por el departamento de clásicos de la marca – ese mismo que recuperó el 240Z ganador del Rallye Safari – para lucirlo hoy en día como un hito de responsabilidad social en la historia de la marca.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS