Coche del día: Chrysler 300M

Coche del día: Chrysler 300M

Comparado con el coche al que reemplazaba, se lo podía considerar muy europeo


Tiempo de lectura: 3 min.

El Chrysler 300M era el reemplazo para el Chrysler Vision, un coche muy americano que, a pesar de lo exótico que resultaba, no cuajó en Europa. Es una cuestión que se quiso solucionar con el 300M, pues se diseñó y se desarrolló con Europa en mente. No obstante, salta a la vista que no se quiso perder la esencia yankee propia de la compañía y eso, quizá, fue causante de que no tuviera más éxito.

Hace años, los gustos en Europa y en Estados Unidos era muy diferentes, sobre todo en lo relacionado con los coches. Los diseños, por lo general, eran muy particulares, era muy sencillo reconocer a un coche de origen norteamericano solo por su diseño, que además, solía ser uno de los principales escollos a la hora de vender coches estadounidenses en nuestro mercado. Eso, y que también son muy asiduos al uso del cambio automático, algo que en Europa, en 1998, no sucedía.

Es obvio que había más cuestiones que afectaban a las ventas, pero Chrysler quiso elimitarlas todas, o casi, con el 300M. Y cerca estuvo de hacerlo, pues su acogida no fue mala, el problema que tuvo Chrysler fue que apuntó a un segmento donde campaban coches como el BMW Serie 5 E39, el Mercedes Clase E W210 o al Audi A6 C5, pesos pesados del segmento. Además, para colmo, no tenía motorizaciones diesel, en un momento en el que esa tecnología estaba en pleno auge y solo se podía solicitar con un cambio automático de cuatro relaciones que parecía anticuado comparado con sus principales rivales.

A pesar de que se pensó en Europa durante su desarrollo, no se quiso perder la esencia norteamericana ni la personalidad de la marca

Chrysler 300M (2) Chrysler 300M (3)

Obtuvo buenas críticas por parte de la prensa, lo que significa que tan mal no lo hicieron en Chrysler, pero en todos los casos hacían hincapié en la personalidad claramente yankee del coche: suspensiones tan suaves como su cambio automático, asientos con poca sujeción lateral, mucho equipamiento de serie, algunos detalles de acabado mejorables… El Chrysler 300M –por cierto, se llamó así porque era la continuación de la saga Chrysler 300, cuyos últimos miembros fueron el 300K y el 300L– era un coche diseñado y fabricado en Estados Unidos, pero bastante bien adaptado al mercado del Viejo Continente y tenía como tope de gama una versión equipada con un motor V6 de 3,5 litros de rendimiento bastante bueno.

Los motores norteamericanos, al menos antes, tenían mucho desplazamiento pero poca potencia –comparado con su cilindrada, claro–, un detalle que era provocado porque allí, la gasolina podía tener muy pocos octanos en determinados lugares, entre otras cosas. Eran común, en los 90, ver motores V8 de cinco litros con apenas 200 CV, incluso con distribución con árbol de levas central, varillas y balancines, aunque este no era el caso. El V6 del Chrysler 300M tenía 3.518 centímetros cúbicos, doble árbol de levas en culata, cuatro válvulas por cilindro, inyección electrónica y una compresión de 10 a 1, suficiente para poder anunciar 254 CV a 6.450 revoluciones y 34,7 mkg de par a 4.000 revoluciones.

Donde pecaba e impedia que pudiera pelear con todos los rivales cara a cara, era en el área de la transmisión. Como ya hemos comentado, tenía un cambio automático de cuatro relaciones con convertidor de par –la marca lo llamaba Autostick–, cuyos desarrollos eran muy largos –49,18 km/h a 1.000 revoluciones en cuarta–. Eso, sumado a su peso de 1.637 kilos, provocaban que los consumos oficiales no bajaran de los 10 litros cada 100 kilómetros. En cuanto al 0 a 100 km/h, se completaba en 8,8 segundos.

Es posible que el Chrysler 300M fuera un coche injustamente infravalorado, o quizá sea un incompredido, comparado siempre con unos coches desarrollados con otros parámetros en mente. El 300m era un coche tranquilo y sosegado, cómodo y altamente resolutivo en carreteras con pocas curvas y a poder ser, abiertas.

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Sobre mí

Javi Martín

Si me preguntas de donde viene mi afición por el motor, no sabría responder. Siempre ha estado ahí, aunque soy el único de la familia al que le gusta este mundillo. Mi padre trabajó como delineante en una empresa metalúrgica con mucha producción de piezas de automóviles, pero nunca hubo una pasión como la que puedo tener yo. También he escrito un libro para la editorial Larousse sobre la historia del SEAT 600 titulado "El 600. Un sueño sobre cuatro ruedas".

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